Este poema está escrito pensando en un joven invidente con quien me cruzaba todos los días cuando era estudiante.
Siento en mi
piel la primavera.
¡Y no puedo verla!
Mi olfato percibe
el frescor de la tierna hierba.
¡Y no puedo verla!
¡Qué bellos han de estar
los campos esta primavera!
Cuan vergel salpicado
de hermosas flores
de cuyas entrañas brotan
castaños, tejos,
hayas y abedules.
¡ Y no puedo verlos!
Pero el sentido de la vista
no ha querido ser mi compañero.
¡ Cómo envidio a los que pueden ver!
y cuando pienso
que fuera de estas tinieblas
hay un mundo de color,
de formas, de movimientos...
¡ Y yo no puedo verlos !
Me imagino esa diminuta hormiga
que ligera acarrea su comida
para el invierno,
o a ese pajarillo de finos colores
hincar su pico en las claras aguas de los
ríos.
Y ese árbol de largos brazos
repleto de verdes hojas
y de montones de florecillas
que día a día,
segundo tras segundo,
van transformándose
en coloridas y apetitosas
formas frutales.
¡ Cómo envidio poder ver
el milagro diario de la vida!
Y cuando pienso en esos lienzos,
fantasías exquisitas
del ser humano
que penden en las paredes
de las pinacotecas.
¡ Oh ! , cuánto daría
por admirar esa armonía
entre formas y colores.
¡Y no puedo verlo!
Y cuando oigo hablar
de esa antesala
a la Capilla Sixtina
que es Altamira.
Brota en mí tal rebeldía
que desearía gritar, llorar...
Y es entonces
cuando fluye en mí
este sentimiento de autodefensa
que feroz combate
contra la autodestrucción.
Y mi interior grita:
No, no puedes ver,
pero sí sentir,
tocar, palpar,
amar y soñar.
Hay gente que ve
y sin embargo, no siente.
Tu no ves,
pero eres sensible
a lo bello, a lo bueno.
Ama cuanto te rodea,
y tus manos se convierten
en tus ojos,
y con ellos miras,
acaricias, y haces tuyo
cuanto te rodea.
Ellas junto con tu mente
ponen el colorido
¡ Qué importa que a una rosa
le pongas color verde!
Es doblemente hermosa
porque es tu rosa.
GILDA RUILOBA