domingo, 23 de febrero de 2020


                      





       LAS ALBARCAS

     Hay dos sonidos íntimamente ligados a mi infancia: el eco cantarín que producían las albarcas al caminar y el de los cascos de los caballos, en su acompasado paso, rompiendo el silencio y la tranquilidad que había en mi pueblo cayonés. Los dos han desaparecido, dando paso al ruido de los tractores y automóviles.
     El calzado habitual en Valles Pasiegos en los días de lluvia o en los fríos inviernos, eran las albarcas.  Siempre estaban a la espera en las puertas de las casas, sus propietarios salían de estas, con las zapatillas o escarpines puestos e introducían sus pies en estos preciosos y artísticos zapatos de madera, de este modo se aislaban de la humedad del suelo, sin perder el calor que sus zapatillas les proporcionaban. Era normal ver en las puertas de las iglesias o de las tabernas una colección de albarcas a cuál más llamativas y trabajadas. Si bien es cierto, que, en muchas tabernas de pueblo, las albarcas entraban junto a sus dueños, pues compartir unos “chatos” con los vecinos, o una buena partida de cartas, era mejor con los pies calentitos y aislados del suelo por unas buenas albarcas. Pero en las iglesias no sucedía lo mismo, allí se quedaban en el portal esperando a sus dueños, pues   si algo tenían los pasiegos era respeto al culto.
     Ahora es muy raro oír ese precioso sonido del canto de las albarcas al caminar, cuando era algo muy normal en los pueblos de Santa María de Cayón, Villacarriedo, Selaya, Saro y Llerana, Vega de Pas…Valle del Nansa, Valle del Saja, Penagos, Trasmiera y prácticamente toda la provincia de Cantabria.
     Mi amigo Neluco me comentaba que estos zapateros de la madera a quienes se les conoce como albarqueros, son grandes artesanos, dotados con gran paciencia, habilidad y destreza. Comienzan su trabajo con la búsqueda de los “tajos” en el monte y allí se van a cortar los troncos. Cortan un “rollo” que cuartean en cuatro trozos. Las medidas o números de estas “albarcas” o “abarcas” se miden por centímetros, así para el número 40 serán 26cm., un número menos sería medio centímetro menos y así sucesivamente. La madera de abedul es la más preciada y resistente, también se usa la alisa, nogal o haya.  Hay que cortarla en cuarto menguante, pues la savia del árbol va hacia las raíces haciendo la madera más resistente. El abedul es más cómodo para laborar, es muy seco, ligero y tiene buena madera para trabajarla y no se parte. Hay que hacerlas con la madera verde, con un mes cortada, hasta dejarlas casi terminadas y después se dejan secar a la sombra y de pie para que no se deformen. Hay diferentes tipos de albarcas, según la zona de Cantabria.
     Con el hacha se le da la forma al trozo de madera “aparejar” la albarca quitando lo más gordo, lo más fuerte. Seguidamente se le va dando la forma con la “azuela”. La albarca se divide en las siguientes partes: “Papo” es la parte delantera, “carcañal”, “tacón” y “tapa”. “La casa” es donde se mete el pie. “Apeo”, “goma”, “tachuelas”, estas en Vega de Pas y “tarugo” en Cabuérniga.
     Con el “barreno” con mucho cuidado se vaciará y se irá haciendo la casa. Esto es la parte más bruta. Y se finalizará con la herramienta llamada “legra”, rasqueta o raspador para tallar y acabar con la parte más fina. Una vez terminada la albarca se talla, se hacen los dibujos a gusto de cada artesano, se pulen y barnizan.
      Las albarcas de las mujeres son más finas que las de los hombres. Mi amigo Nelo me dice que antiguamente se usaba el color negro para las viudas y sacerdotes y el marrón para todos los demás. También me cuenta una anécdota muy curiosa y es que hace muchos años y una vez terminadas de fabricar las albarcas, para darles color se usaba la leche de vaca recién parida y se tostaba la albarca al fuego.
     En Valles Pasiegos además de las albarcas también es frecuente el uso de las “chátaras” o “chanclos” de goma, así como las “katiuskas” para andar por las cuadras, cabañas o prados. Dentro se introducen los pies con unos calcetines de lana e incluso se pone un puñado de hierba seca como si de una plantilla se tratase.