jueves, 23 de abril de 2020

















POLÍTICOS CON MAYÚSCULA

   Recientemente hablaba con un amigo que vivió la transición política española desde cerca, fue una época muy difícil, una etapa de muchos cambios, pues recién salíamos de una dictadura, de hecho, el primer presidente Carlos Arias Navarro, venido del régimen franquista, se vio obligado a presentar su renuncia por petición del rey Juan Carlos I, ya que no se adaptaba a los nuevos tiempos y se negó a hacer reformas. Fue nombrado Adolfo Suárez nuevo presidente y se encargó de hablar con todos los líderes de los diferentes partidos de la oposición, así como con las fuerzas sociales, con el objetivo de instaurar un régimen democrático. Era una época muy complicada, en la que se pretendía, por un lado, curar las viejas heridas entre los ciudadanos de uno y otro bando y hacer una España en la que todos tuviesen cabida, por otro lado, la economía se había agravado y la inflación superaba con creces el 30 por ciento anual.  Y con esta difícil situación lidiaron los padres de la transición. Políticos con tan diferentes ideologías como fueron el conservador Manuel Fraga Iribarne que había sido ministro en la dictadura de Franco o Santiago Carrillo Solares que fue secretario general del Partido Comunista de España, todos ellos fueron capaces de renunciar a muchas de sus ideologías por el bien común, por hacer una España democrática y próspera. Una nación moderna. Firmaron los Pactos de La Moncloa y así como trajeron la modernización, dieron paso a uno de los periodos más largos de prosperidad de toda nuestra historia. Fueron unos políticos con mayúscula. Y ahora desde mi reclusión veo a los de nuestra época y no me queda más que añorar a los anteriormente mencionados. Ellos fueron políticos de alta visión, fueron generosos en sus renuncias por el bien común y ahora en una situación que no tiene nada que ver con la anterior, pero que es de gran gravedad por esta pandemia que nos tiene a todos recluidos en nuestras casas, donde tanto los muertos como los contagiados  se cuentan por miles, las familias están destrozadas por haber perdido a sus seres queridos, generalmente los abuelos que tanto lucharon para levantar este país y hacer posible la democracia que disfrutamos, ellos perdonaron y curaron sus heridas, se abrazaron a la libertad y democracia y se hicieron amigos de sus rivales. Y ahora que nuestro país está tocado por la enfermedad y las consecuencias económicas que nos va a dejar esta pandemia, además de todo esto, tenemos que sufrir a la clase política que dan prioridad a sus ideologías de partido, antes que a las necesidades de su pueblo. Nuestros ciudadanos están tocados por el dolor y el miedo y solo deseo que estos señores mediten muy bien sus actos, y piensen que sus palabrerías y poca unión, no nos llevan a ningún lado, y cambien el rumbo de hacer política para volver a construir un lugar cómodo y próspero. Los españoles como siempre hemos hecho a través de los siglos, curaremos nuestras heridas y nos levantaremos con más fuerza que nunca, pero no perdonaremos que en estos momentos tan dolorosos los políticos pagados con nuestros impuestos no hayan estado a la altura.


domingo, 12 de abril de 2020















EL TEJO, ÁRBOL MÍTICO DE CANTABRIA

     Recientemente hablaba de la importancia que tenían los árboles en la vida de los pasiegos, con ellos hacían sus casas, cabañas, útiles de trabajo, cuévanos, albarcas, sirvieron para hacer fuego, avivar los hornos, incluso se utilizaban medicinalmente algunos de ellos, como era el caso del fresno, a quien se le consideraba como “árbol de la buena suerte”. Pero para mí, hay un árbol mágico, un árbol cargado de misterio, mítico, a quien tengo un especial cariño, tal vez fruto de la fantasía de esas historias mil veces contadas de nuestros ancestros, de quien tan orgullosa me siento, como son los antiguos cántabros. Este árbol misterioso es el tejo.  Árbol sagrado, que es reconocido tanto, como el árbol de la vida o de la muerte, como el de la eternidad. Solamente unas gotas de su sabia pueden matar a una persona. Todo él es venenoso, a excepción de sus frutos, conocidos como bayas o arilo. El tejo es el árbol de la guerra. Con él se hacían los arcos y flechas con los que nuestros ancestros lucharon contra los romanos. Su madera a la vez que es muy dura, es muy flexible, por lo que era ideal para hacer estas armas. Sus flechas eran impregnadas con su veneno para intentar doblegar al enemigo. Y cuando las cosas se ponían difíciles y eran cercados o hechos prisioneros, servían sus semillas, hojas o cortezas para envenenarse, porque preferían morir libres a doblegarse. Se dice que este árbol misterioso también es alucinógeno. Este testigo privilegiado de la historia tiene un lento crecimiento, desarrolla una corteza dura de beta cerrada y esto produce en el tronco y ramas una fuerza y flexibilidad muy grandes. Este árbol tiene el poder de renacer una y otra vez. Con los años puede alcanzar una altura de hasta 30 metros. Es muy hermoso, su copa es piramidal, el tronco grueso, y puede alcanzar hasta los 1500 años de vida. Es de hojas perennes, su fruto comestible es carnoso y rojo escarlata, teniendo su mayor producción en el otoño cada seis o siete años. Por el contrario, hay que tener mucho cuidado con las semillas de estas bayas, pues son muy venenosas. Sus hojas de aguja tienen un color verde oscuro por el anverso y amarillas por el reverso. Les gusta mucho el clima fresco y húmedo, así como los terrenos calizos. Los antiguos cántabros veneraban al tejo, al que consideraban árbol sagrado. Los primeros cristianos marcaban las tumbas plantando un tejo joven en la Alta Edad Media. En casi todos los pueblos había uno donde se reunían los vecinos y se escenificaba la democracia más pura a través de los concejos abiertos. Este árbol era el Ayuntamiento, la casa del pueblo, donde se reunían para tomar toda clase de decisiones, se celebraban juicios. La palabra dada al pie del tejo no necesitaba firma, bastaba con la palabra como contrato. Estos árboles se plantaban junto a las ermitas, iglesias y en los cementerios, pero curiosamente, también junto a las casas y cabañas para protegerlas.