viernes, 30 de diciembre de 2022

 




NUESTROS ANTEPASADOS MÁS BLASFEMOS

     Recientemente hablaba de la blasfemia en nuestros valles de Carriedo, Cayón, así como en Trasmiera y Penagos. Hoy he querido continuar con esta historia, pues creo que es muy interesante, muchos lectores se han puesto en contacto conmigo para decirme que es una pena que no fuese más largo, y ha creado mucho interés.

     Como comentaba en mi anterior escrito, había en estos valles carteles por los bares, así como en diferentes lugares públicos, prohibiendo expresamente la blasfemia. He podido recopilar diferentes anuncios con textos que no tenían desperdicio, y quiero transcribirlos aquí para su conocimiento, así podemos comprender mejor la época que les tocó vivir a nuestros antepasados. La blasfemia en España fue delito desde la Edad Media hasta finales del siglo XX ya que era considerada como delito contra Dios. 

      Uno de estos carteles decía textualmente: “Por orden de la alcaldía se prohíbe blasfemar bajo multa de 125 pesetas”. En otro, avisaba de lo siguiente: “Prohibida la blasfemia, la palabra soez, y el comportamiento disoluto en este honorable y pio lugar”. Igualmente encontramos otro que así se expresa:” Alabado sea el Santo nombre de Dios. Esta casa es cristiana, en ella no se permite blasfemar. El que blasfeme y trabaja en los días festivos tendrá la maldición del cielo. Desgraciado el hombre que blasfeme y que profane las fiestas, el Señor hará sentir el peso de su justicia sobre él y sobre su casa”. Otro reza con más sencillez: “Se prohíbe blasfemar”. Transcribiendo estos carteles viene a mi memoria las recomendaciones de mi profesora en mi infancia, siendo yo muy pequeñita, en clase nos recomendaban que si oíamos a alguien blasfemar automáticamente dijésemos “Perdónale Señor, porque no sabe lo que hace”. Es curioso este recuerdo que ha venido a mi mente con este escrito. Hoy viendo estos carteles que empapelaban las paredes de nuestros valles carredano y cayonés, tal parece que se trata de una película, pero ciertamente ocurrió en la realidad y en tiempos no tan lejanos. Sin duda han cambiado mucho las cosas.

         Los domingos y festivos tampoco se podía trabajar, algo muy complicado en los pueblos donde había que atender a las vacas y demás animales. Recuerdo una anécdota que viví en primera persona, pues le sucedió a un amigo de mi familia, era un domingo de verano, en el mes de julio, nuestro amigo había ido a por un carro de verde a una de sus fincas para dar de comer a las vacas. Al regresar a su casa lo adelantó el cura del pueblo que iba a decir misa, justo detrás ibamos nosotros a la Iglesia, al saludarle nos dijo: "Voy a arreglarme rápido yo también para llegar a tiempo". Cual no sería mi sorpresa que en la homilía el cura dijo: "Hoy es el día del Señor, tenemos la obligación de venir a escuchar misa para darle gracias por todo lo bueno que nos da, pero hay personas que parecen ignorarlo y se van a buscar verde aunque sea domingo y la hora de misa, ahora mismo me acabo de encontrar con un vecino con el carro cargado, como si no hubiese otro momento, y os voy a decir quien es, Muley. En ese momento una voz se escuchó desde el fondo, donde se sentaban los hombres, y dijo: " D. Estanislao que Muley está aquí" El sacerdote anonadado  le contestó: "Perdona hombre, como te acabo de ver con el carro de verde, pensé que no habías venido". Al salir le dijo a mi padre: "Que te dije, que me iba a dar prisa para venir, que a éste ya le conozco yo, y mira, no me equivoqué". Así eran las cosas no hace demasiados años.

     En el siglo XVII los soldados eran uno de los colectivos que peor fama de blasfemos tenían. Se decía de ellos que eran mercenarios y gente de baja estofa social y muy poca cultura, que no tenían ningún tipo de prejuicios ni escrúpulos, lo que les hacía venderse al mejor postor a costa de traiciones con el único objetivo de progresar. Muchos eran los calificativos, no precisamente amables, con los que se describía a los militares españoles en aquellos tiempos, no ahorraban descalificaciones tales como: Mezquinos, banda de libertinos, lujuriosos, ladrones y muy por encima de todo, blasfemos. Para controlar a estos soldados pecadores en el tratado de la Armada de 1748 endurecen las leyes e imponen al soldado blasfemo la pena de serle atravesada la lengua con un hierro candente, muy cruel castigo.

     Otro gremio considerado como muy blasfemo eran los taberneros, carreteros y arrieros, a todos ellos se les consideraba “blasfemadores contumaces”. A las tabernas se las tenía como lugares perversos “verdaderos templos del diablo”. Los carreteros y arrieros al tratar con los animales se les consideraba de un comportamiento salvaje, que al mismo tiempo que golpeaban a las bestias, blasfemaban sin ningún tipo de consideración a Dios. Muy frecuente era el dicho de “Hablas como un carretero”.

     Otro gremio muy desacreditado y acusado de ser grandes blasfemos era el de los marinos, la gente del mar, estos trabajadores no lo tenían fácil, sus trabajos eran muy duros y trataban de superarlos con la ingesta de alcohol, compartían la bebida y esto hacía que perdiesen el control de sus palabras y la blasfemia reinase entre la tripulación.

   También se consideraban como grandes blasfemos a los colectivos más marginales, los pobres de solemnidad, los bandoleros, gitanos, prostitutas y vagabundos. 

         Mi amiga Ángeles Capellán Güemes recientemente me comentaba que la blasfemia es una manifestación transgresora verbal intrínseca a la religión cristiana, se protestaba ante las injusticias de la vida, ante padecimientos humanos, un acaloramiento emocional. La blasfemia conducía al ateísmo, era un pecado de infidelidad a Dios y por eso era condenado por la Iglesia.

               En el siglo XVII había varios castigos morales por haber blasfemado, al blasfemo se le denunciaba por renegar de Dios de manera pública y se le aplicaba por castigo: 1) besar el suelo en el lugar donde antes había pronunciado la injuria divina a instancia de los testigos, y si no se le obligaba a la fuerza. 2) o bien pagar una multa de 30 ducados, oír misa todos los domingos y fiestas de precepto con la obligación de confesar y comulgar en las tres Pascuas del año.

                  

    

        

            

     


domingo, 18 de diciembre de 2022

 


                          Retrato de Gilda Ruiloba hecho por Lucía Polanco.


GRACIAS

     Han pasado casi seis años desde aquella primera publicación en el suplemento de El Diario Montañés en la página “Imágenes e historias”, que titulé “La Fuente de los Ladrones”. Desde entonces he procurado no faltar a mi cita quincenal con vosotros. Han sido momentos muy gratificantes de investigación en los que he conocido a personas maravillosas con las que he compartido el amor por nuestra tierra, y esos vecinos de nuestros valles que un día decidieron abandonar su hogar para procurarse una vida mejor, más cómoda, sin necesidades económicas, he recordado a nuestras amas de cría, indianos, jándalos, nuestros trabajos ya desaparecidos, nuestra infancia y todos los maravillosos recuerdos que en ella transcurrieron.

     He tratado de rescatar nuestra historia, que nuestros jóvenes conozcan de donde venimos y que no siempre las cosas fueron fáciles. Cada domingo he deseado que disfrutásemos juntos de “lo nuestro”, nuestra cultura, costumbres, y creo que lo he conseguido, pero en esta vida todas las cosas tienen un principio y un fin. Y aquel principio que para mí comenzó hace casi seis años gracias a la apuesta de Elena Tresgallo en “El Diario Montañés”, hoy finaliza, ya que la edición del suplemento dominical Trasmiera, Cayón, Penagos ha llegado a su fin, y con él mis historias. Pero no todo acaba aquí, seguiré escribiendo en mi blog y compartiendo con todos vosotros.

     Muy pronto editaré mi quinto libro, en el que tendrán cabida todos mis artículos publicados en El Diario Montañés, desde el último publicado en “Esencia Pasiega” hasta el publicado hoy.

     Ha sido un placer compartir nuestra historia con todos vosotros. Muchas gracias por esa gran acogida que ha tenido, por vuestro cariño cuando nos encontramos y me habláis con orgullo y alegría de como os ha gustado. Gracias por leerme, tanto en el Diario Montañés como en mi blog o en mi libro “Esencia Pasiega”. Gracias, gracias, gracias.

     

 


 







LEONARDO DE GÜEMES Y GUTIÉRREZ DE LA HUERTA

“UN ILUSTRE CARREDANO AL SERVICIO DEL REY “

     El Valle de Carriedo siempre ha destacado por sus Hijos Ilustres a través de los años. Personajes que dejaron huella en nuestra historia además de ser muy generosos, donaron parte de su patrimonio para beneficio de los vecinos en obras que se pueden apreciar en los diferentes pueblos del valle.

     Leonardo fue bautizado en la antigua Iglesia Parroquial de San Martín (actual ermita de Nuestra Señora de La Concepción) de Villacarriedo el 14 de junio de 1706 por el cura D. Diego Gutiérrez de la Huerta. Sus padres, ambos naturales de Villacarriedo, fueron D. Manuel de Güemes y María Gutiérrez de la Huerta, descendientes de antiquísimas casas y familias de caballeros nobles e hidalgos que obtuvieron empleos honoríficos en el Valle de Carriedo, fueron jueces, regidores y procuradores generales. Tuvieron 6 hijos: Manuela, Francisco, Leonardo, Ana, María y Juan Manuel.

     Existe una Prueba de Nobleza de D. Leonardo de Güemes y Gutiérrez de la Huerta dada en Madrid el 22 de agosto de 1740 y sellada con el sello de armas de esta Imperial y Coronada Villa de Madrid, con firma y rúbrica de los 3 escribanos del Rey Felipe V, Firma y da Fe de Conformidad, D. Juan Alfonso Guerra y Sandoval, Caballero de la Orden de Santiago, Cronista y rey de Armas del Rey. Esta Prueba de Nobleza está confirmada por una Certificación de Armas y Solares Infanzonados que presentó D. Francisco de Morales LLarco Cronista y Rey de Armas del Rey Carlos II, dada el 2 de mayo de 1697, a petición de D. Leonardo Gutiérrez de la Huerta y Pérez de Camino, tío suyo, cuyos apellidos, su ilustre esplendor, antigüedad, solares y armas corresponden a cada uno de ellos. Sabemos que residió en el Reino de Nápoles y allí comenzó a servir al rey con el cargo de Teniente del Gran Almirante de dicho reino (ya que su tío Leonardo Gutiérrez de la Huerta y Pérez de Camino que fue nombrado caballero de la orden militar de Alcántara, ostentaba el cargo de Juez del Tribunal del Gran Almirante en Nápoles y como Fiscal y Ministro togado de la Curia de Messina, Sicilia). Nombramiento (28 - XI -1761) de Leonardo de Güemes como Juez Oficial Tesorero de la Casa de Contratación de Indias, atendiendo al dilatado mérito y servicios prestados como tesorero del Ejército de la Plaza de Orán, el Rey D. Carlos III le nombró para que sirviera en la Depositaria y Tesorería General establecida en Cádiz. Tomó posesión de su cargo en dicha ciudad el 11 de enero de 1762 como Juez Oficial Tesorero de la Depositaria General de los Reales Derechos y Caudales de Indias, el sueldo a percibir era de 50.000 reales de vellón al año y con los honores de Juez Oficial de la Real Audiencia de Contratación. Leonardo de Güemes cesó por jubilación el 30 de diciembre de 1776 a causa de lo imposibilitado que se encontraba para continuar con sus servicios, por lo avanzado de su edad y achaques, su Majestad Carlos III le concede la jubilación que había solicitado, con una pensión de 25.000 reales de vellón anuales, la mitad del sueldo que disfrutaba al año. Se firmó este Real Decreto en Cádiz el 8 de enero de 1777 para pasar la Real orden a la Contaduría Principal de Contratación para el cumplimiento de su contenido.

     Leonardo, ejerció de Tesorero durante 15 años, tenía 70 en el momento de su jubilación tras una dilatada carrera como Funcionario Real y más de 46 años al servicio del rey Carlos III en diferentes destinos.

Falleció en Villacarriedo el 14 de diciembre de 1788, certifica su obituario D. Francisco Domingo Pérez de Camino y Goenaga.  Ordena en su testamento que se le dé sepultura en el convento de Ntra. Sra. Del Soto de Religiosos Franciscanos. Instituyó por sus herederos a sus 2 hermanos: D. Juan Manuel y Dña. María de Güemes, cumpliendo su voluntad. Se documenta que la actual Iglesia de San Martín de Villacarriedo, se erigió en el barrio del Postigo, fue mandada construir con fondos de D. Leonardo de Güemes, obra concluida un 22 de agosto de 1729, fecha certificada por el Cura y Vicario de este Valle, D. Francisco de Güemes y Esles y que el primer entierro fue el de su padre D. Manuel de Güemes un 5 de septiembre 1729. Existe un Estandarte en el coro de la Parroquia de San Martín de Villacarriedo de D. Leonardo, bordado en oro con tejido de damasco que tiene una dedicatoria “A LA DEVOCIÓN DEL SR. D. LEONARDO DE GÜEMES GUTIÉRREZ DE LA HUERTA, dicho estandarte se encontró oculto y se tuvo que restaurar y ahora luce con su esplendor para todos los carredanos.

 


domingo, 11 de diciembre de 2022

 





(Altar de piedra de la iglesia "La Castrense" que se encuentra en la actualidad en la iglesia de Cristo Rey en Santa Fe. Fotografía de Blair Clark). Obra de Bernardo de Miera.



BERNARDO PASCUAL DE MIERA-VILLA Y PACHECO

     Algunas veces investigando me encuentro con personajes verdaderamente apasionantes, y no alcanzo a comprender como han permanecido tanto tiempo en una posición de “desconocidos”, cuando son auténticos genios. Personajes de nuestra tierra que deberían de estar incluidos en los libros de texto y ser estudiados y conocidos por todos nuestros alumnos.

     Este es el caso del carredano Bernardo de Miera-Villa y Pacheco nacido el viernes 4 de agosto de 1713 en Santibáñez de Carriedo. Nace en el seno de una familia por parte paterna de vocación militar. Tanto su padre Luis de Miera-Villa como su abuelo del mismo nombre tienen el grado de capitán de caballería cántabra. Su madre fue Dª Isabel Ana Pacheco de la Cerda natural de Milán y de ascendencia de Vejorís, se dice que el apellido de la Cerda viene de Reyes, concretamente, de una rama de los Trastámara. Fue bautizado por D. Francisco Antonio de Arce en Santibáñez el 13 de agosto de 1713. Sus apellidos; Miera es de Selaya. Villa, de la casa de la Hondal en Santibáñez y Pacheco de su madre de Vejorís en el Valle de Toranzo.

     Bernardo era un varón de poca estatura y ojos azules. Fue educado como ingeniero militar y como tantos otros jóvenes emigró a la Nueva España para hacer las Américas, aunque su familia estaba muy bien posicionada.  Allí se casó en Janos, el 20 de mayo de 1741 con María Estefanía de los Dolores Domínguez y Mendoza con quien tuvo cinco hijos: Manuel, María, Anacleto Bernardo, María Antonia y Juan De Miera y Pacheco. En 1743 vivió junto a su familia en El Paso.

      Bernardo fue un “genio”. Está considerado como el más importante cartógrafo de la Nueva España. Era un gran artista especializado en imágenes religiosas. Tuvo la capacidad de alcanzar la excelencia en diferentes ramas del conocimiento como astronomía, cartografía, comercio, matemáticas, geografía, geología, geometría, tácticas militares, ganadería, enología, metalurgia, idiomas, iconología, iconografía, liturgia, pintura, escultura y dibujo.

     Miera trabajó como comerciante, recaudador de deudas, ranchero y siguiendo la tradición familiar fue militar sirviendo en varias campañas. Llegó a ser como sus ancestros capitán y en 1747 dirigió un destacamento militar acompañando al padre Juan Menchero empeñado en convertir a los navajos y reasentarlos alrededor del actual Nuevo México, pero no tuvo éxito en sus objetivos. Nuestro protagonista de hoy elaboró el primer mapa del territorio que atravesaron. Se sabe que en 1749, cartografió el río Grande desde el Paso hasta su confluencia con el río Conchos.

     Unos años más tarde se trasladó con su familia a Santa Fe y fue nombrado alcalde de los pueblos Galisteo y Pecos. Participó en tres campañas contra los comanches.

     En la iglesia de Cristo Rey en Santa Fe podemos encontrar su obra maestra, el retablo del altar “La Castrense” impresionante obra labrado en piedra por este gran cantero en el año 1761 y que sin duda aprendió el oficio en nuestra tierra montañesa.  El retablo mide siete metros y medio de altura por cinco metros y ochenta centímetros de ancho y fue construido en bloques de piedra blanca que posteriormente se pintaron. Un rasgo típico y que distinguía las obras de Miera eran los dedos largos y las orejas más grandes de lo normal para indicar que los feligreses escuchasen mejor las plegarias, o eso es lo que se cree que el artista quería expresar. Fue un gran pintor y tallista. Varias de sus obras pueden ser observadas en iglesias y museos como la talla de S. José (1784-1785) con el Santo Niño o Santa Bárbara (1782) entre otros.

     Bernardo realizó varios mapas del territorio para el virrey de Nueva España por petición de Francisco Antonio Marín del Valle que era el gobernador y capitán general de Nuevo México. Sus mapas serían muy importantes para futuras rutas.

     Fue un gran artesano experimentado en la madera, el metal y la piedra, nada se le resistía, pero si algo tenía nuestro protagonista de hoy era sencillez, tanta, que lejos de querer deslumbrar con sus obras ni siquiera las firmaba, lo que ha sido un problema para poder reconocerlas hoy en día.

      Durante los últimos siete años de su vida sirvió como soldado distinguido en el Presidio de Santa Fe. Falleció el lunes 11 de abril de 1785 en dicho lugar de Nueva España a la edad de 71 años donde fue enterrado, un año y medio después que su esposa.

        El carredano Bernardo de Miera fue sin duda alguna el cartógrafo más importante de Nueva España y uno de los estudiosos más grandes de la América del siglo XVIII. Sus mapas fueron usados y copiados por los más prestigiosos cartógrafos estadounidenses durante muchos años, incluso trataron de apropiarse de su autoría. Cartografió ríos y montañas de Nuevo México, Colorado y Arizona.