sábado, 7 de enero de 2023





LOS HOJALATEROS

     El latero u hojalatero es un oficio ya desaparecido, pero eran muy habituales en nuestros valles, concretamente en Sarón existía al principio de sus andaduras como barrio de La Abadilla, un comercio dedicado a estos menesteres.

     Antiguamente por nuestros pueblos era habitual ver a los hojalateros cargados con sus herramientas y su latón con carbón hirviendo para fundir las barras de plomo o estaño y con su tono especial llamaban la atención de los vecinos para la reparación de palancanas, tarteras, sartenes, macetas… y que al grito de “El hojalatero, se arreglan palancanas, ollas, cazos y todo tipo de hojalata.

     Sin duda alguna a quien más llamaba la atención este pregonero tan especial era a los niños que con curiosidad observaban anonadados al artesano de la hojalata como avivaba el fuego en su latón, sentado ante la curiosidad de tan extraordinario público, ávido de conocer todos los pormenores de dicho oficio.

     El hojalatero con toda la paciencia del mundo comenzaba a reparar los encargos de los vecinos que en aquellos tiempos eran muchos, pues la precariedad económica hacía arreglar todos los utensilios que se hubiesen dañado. Muchos de ellos eran heredados de sus padres e incluso abuelos o bisabuelos, pues en aquellas épocas todo se reutilizaba.

     Los tiempos han cambiado mucho, hoy en día se reemplazan con frecuencia por otros útiles más modernos o bonitos. En los comercios encontramos todo tipo de instrumentos y ya no reciclamos nada, todo ha de ser moderno y práctico.

     El hojalatero sentado bajo la atenta mirada de los niños que observaban alucinados, o de los propietarios de tan estimados enseres, comenzaba por fundir el estaño para remendar los agujeros de las ollas y otros enseres de latón. Entre los objetos fabricados por ellos se encontraban los candiles de aceite y petróleo, faroles para los coches antiguos, orinales, yelmos y espadas,  cántaros, se arreglaban barreños y otros muchos artículos.

     Recientemente hablaba con el hijo de Severino, uno de estos artesanos hojalateros y con gran cariño me dijo: - Mira Gilda, mi padre siempre me decía “ yo con este oficio no me he hecho rico, hemos vivido humildemente, pero nunca os ha faltado nada, he tenido la mayor riqueza que el ser humano puede tener, la libertad, he sido libre, libre como un pajarillo, no he tenido a nadie que me  diese órdenes, que me dijese que y como hacer las cosas, y eso no tiene precio, es la mayor riqueza que el ser humano puede tener”.

     Este oficio por lo general se aprendía de generación en generación, de padres a hijos y muchos ya a los doce años eran auténticos maestros en la materia, ya podían comenzar a ganarse la vida con la hojalatería.

     Las mujeres sacaban sus utensilios para ser arreglados, pero antes comenzaban el regateo “¿Cuánto me vas a cobrar? Porque si vale más que comprar uno nuevo, no me merece la pena arreglarlo. El artesano le pedía cinco pesetas, ella que si tres y así llegaban a un acuerdo económico que se quedaba en la mitad como decían al sellar el trato, ni para ti ni para mí, dame cuatro, aunque pierdo dinero. Y se hacía el arreglo.

     Tapaban los agujeros de los pucheros con estaño, primeramente, le daban un poquito de ácido y después ponían el estaño con el calor. El arreglo duraba toda la vida si se conservaba en condiciones adecuadas.

     También arreglaban tiestos o macetas poniendo un trozo de alambre metálico para que no se abriese la grieta.