UN CALERO EN VALLES PASIEGOS. EL CALERO DE LLERANA.
Otro oficio desaparecido es el calero. Estos
tuvieron gran auge en la Edad Media, y desaparecieron a mediados del siglo XX.
Este arte requería de gran trabajo y esfuerzo. Hoy quiero hablar de José Pérez
Ortiz. Un hombre sin duda, muy emprendedor y trabajador. Construyó un horno en
Llerana de Saro, si bien es cierto, que no fue por motivos comerciales para
vender la cal, para encalar viviendas, establos, desinfectar, preparar
argamasa, más bien, para su propio uso, ya que servía para echar cal a una
finca que estaba haciendo y así conseguir el mejoramiento del suelo y las
plantas, convirtiendo el monte en una pradera. Y en la Regata, de su propiedad,
en un torco o silo, excavó un hoyo de ocho o diez metros de profundidad e hizo
el horno para cocer las piedras calizas que sacaba de la cantera de Pedreo, en
Esles de Cayón. Primeramente, extraían la piedra, para ello
utilizaban el “garrayo” (nombre utilizado en la jerga de los caleros) que es
una especie de pico con una sola punta y mango de madera. También servía para
trocearla. Otro útil de trabajo era la “almádana”, mazo o martillo, se usa para
partir las piedras. Seguidamente, llevaban estas, hasta el horno, clasificándolas
por tamaños. Almacenaban leña, preferiblemente de roble, así como ramas,
helechos, raíces, escajos, todo lo que sirviese de combustible, pues se
necesitaba gran cantidad para conseguir una temperatura de mil grados
centígrados. Una vez que estaban los materiales necesarios en el lugar previsto,
se procedía a llenar el horno, este era de forma cilíndrica y tenía una entrada
o “boca” a nivel del suelo, formada por cuatro piedras. La superior se llamaba
“caminal”, la de la base “solera”. Una rampa por la parte exterior facilitaba
el acceso a la boca. Se llamaba “servidor” y desde este, Pepe alimentaba y controlaba
el fuego. La parte inferior del horno
se llamaba “calderuela” y tenía un poyete o repisa sobre el que se apoyaba la
bóveda que se formaba piedra a piedra y que el calero debía ajustar entre sí.
Este trabajo de colocar las piedras en el horno se llamaba “hornar” o “armar el
horno”. En la “calderuela” se colocaba leña formando la “chamá” que servía al
calero como andamio a medida que iba subiendo la bóveda de piedra. Estas debían
asentar bien y dejar aberturas para que pasara el calor. Se colocaban en fila
formando una circunferencia, una fila sobre otra. La piedra caliza no es
blanca, se vuelve de este color después de la cocción. La calcinación duraba
tres días y tres noches. En las primeras horas las piedras desprendían la
humedad de su interior soltando una gran humareda. El fuego salía por la parte superior
lo que indicaba que la cocción estaba en marcha y cuando salía azulado ya estaba
listo. Otros caleros, sí vendían la cal, transportándola en serones o bolsas de
esparto que ponían en las caballerías y por los pueblos gritaban “El calerooo,
cal buenaaa”.