miércoles, 9 de diciembre de 2020

 







UN CALERO EN VALLES PASIEGOS.   EL CALERO DE LLERANA.

      Otro oficio desaparecido es el calero. Estos tuvieron gran auge en la Edad Media, y desaparecieron a mediados del siglo XX. Este arte requería de gran trabajo y esfuerzo. Hoy quiero hablar de José Pérez Ortiz. Un hombre sin duda, muy emprendedor y trabajador. Construyó un horno en Llerana de Saro, si bien es cierto, que no fue por motivos comerciales para vender la cal, para encalar viviendas, establos, desinfectar, preparar argamasa, más bien, para su propio uso, ya que servía para echar cal a una finca que estaba haciendo y así conseguir el mejoramiento del suelo y las plantas, convirtiendo el monte en una pradera. Y en la Regata, de su propiedad, en un torco o silo, excavó un hoyo de ocho o diez metros de profundidad e hizo el horno para cocer las piedras calizas que sacaba de la cantera de Pedreo, en Esles de Cayón.   Primeramente, extraían la piedra, para ello utilizaban el “garrayo” (nombre utilizado en la jerga de los caleros) que es una especie de pico con una sola punta y mango de madera. También servía para trocearla. Otro útil de trabajo era la “almádana”, mazo o martillo, se usa para partir las piedras. Seguidamente, llevaban estas, hasta el horno, clasificándolas por tamaños. Almacenaban leña, preferiblemente de roble, así como ramas, helechos, raíces, escajos, todo lo que sirviese de combustible, pues se necesitaba gran cantidad para conseguir una temperatura de mil grados centígrados. Una vez que estaban los materiales necesarios en el lugar previsto, se procedía a llenar el horno, este era de forma cilíndrica y tenía una entrada o “boca” a nivel del suelo, formada por cuatro piedras. La superior se llamaba “caminal”, la de la base “solera”. Una rampa por la parte exterior facilitaba el acceso a la boca. Se llamaba “servidor” y desde este, Pepe alimentaba y controlaba el fuego.   La parte inferior del horno se llamaba “calderuela” y tenía un poyete o repisa sobre el que se apoyaba la bóveda que se formaba piedra a piedra y que el calero debía ajustar entre sí. Este trabajo de colocar las piedras en el horno se llamaba “hornar” o “armar el horno”. En la “calderuela” se colocaba leña formando la “chamá” que servía al calero como andamio a medida que iba subiendo la bóveda de piedra. Estas debían asentar bien y dejar aberturas para que pasara el calor. Se colocaban en fila formando una circunferencia, una fila sobre otra. La piedra caliza no es blanca, se vuelve de este color después de la cocción. La calcinación duraba tres días y tres noches. En las primeras horas las piedras desprendían la humedad de su interior soltando una gran humareda. El fuego salía por la parte superior lo que indicaba que la cocción estaba en marcha y cuando salía azulado ya estaba listo. Otros caleros, sí vendían la cal, transportándola en serones o bolsas de esparto que ponían en las caballerías y por los pueblos gritaban “El calerooo, cal buenaaa”.