domingo, 4 de septiembre de 2022

 




EL CINE Y EL CIRCO DE BARRIO

     Hoy en todas las casas tenemos televisión, pero esto hace años era impensable. En Cayón éramos privilegiados pues contábamos con dos cines, el Imperio en Santa María y El Gran Casino en Sarón. No obstante, varias veces llegó a mi pueblo de La Abadilla un cine ambulante y se instalaba en mi barrio, y esto revolucionaba a los vecinos. Todos los niños queríamos asistir, y nuestros padres ante la novedad del espectáculo nos acompañaban. Recuerdo que instalaban una gran pantalla y frente a ella multitud de sillas que los vecinos íbamos ocupando según llegábamos. Hacían sorteos, con la entrada vendían unas tiras de colores con varios números, y en un lugar privilegiado donde se posaban las miradas de los curiosos espectadores, exponían regalos ostentosamente adornados, eran muy llamativos, unas veces cestas con muchos productos, siendo la envidia de quienes los observaban, algunas veces también había juguetes, todos, niños y mayores soñábamos por unos momentos  que todo aquello podía ser nuestro, pero como es lógico solo había un agraciado, que se ponía contentísimo cuando le tocaba, mientras  los demás sufrían ese pequeño desencanto.

     En una de esas jornadas de cine en el barrio sucedió una anécdota muy triste, yo era muy pequeñita, tal vez tres añitos, pero lo recuerdo con mucha claridad y tristeza. En aquella época los panaderos servían el pan puerta a puerta, al igual que ahora, pero no eran camionetas su modo de transporte, se utilizaban carruajes con un caballo, me parece estar viéndolos aparcados en la Estación de Sarón, uno tras otro, entre los árboles de plátano de sombra, que eran muy comunes en la zona de Cayón. Estos pueden vivir hasta trescientos años, y sus hojas protegen tanto del sol como del frío.

     Los carros venían cargados de panes, tortas y gallofas.  El panadero traía una especie de pequeña trompeta que hacía sonar al llegar al barrio. En invierno se cubrían las piernas con una manta o plástico si llovía mucho, y lo mismo hacían con los animales.  Por mi casa pasaba un joven con su carro y caballo, yo observaba al animal pues siempre me han gustado mucho. Una noche de otoño hizo mucho viento y se desprendieron los cables de la luz, con tan mala suerte que el caballo los pisó y se electrocutó muriendo en el acto. Para mí fue un disgusto muy grande, pues ese caballo que yo admiraba todos los días desde el balcón de mi casa, mientras mi madre compraba el pan no volvería nunca más. En mi infancia no podía comprender muy bien el sentido de la muerte, pero la cruel realidad te lo hace entender con rapidez. Hubo gran revolución entre los vecinos, al fin decidieron cavar una zanja entre dos árboles de la plaza, concretamente acacias, junto a una pared, después arrastraron al desafortunado caballo y lo enterraron. Aún lo recuerdo con mucha pena.

     Ese día apareció el cine ambulante y a todos los niños del barrio nos llevaron a ver la película, tal vez nuestros padres se pusieron de acuerdo para que olvidásemos en lo posible la tragedia vivida ese día.

     También vino alguna vez el circo, este era modesto, no tenía animales, había malabaristas, gente que hacía magia, pero lo que más nos gustaba a los niños y no veíamos el momento que comenzasen, pues siempre los dejaban para los últimos, eran los payasos. ¡Como nos hacían reír! Era muy divertido. Mis padres nos habían llevado varias veces a ver el Circo Atlas de los Hermanos Tonetti y claro, esto eran palabras mayores, era muy difícil superarlos. Ver a Manolo y José Villa del Río actuando, era troncharte de risa, Nolo el clown de cara blanca, en el papel de más serio y cabal y Pepe con esa gracia innata, que hacía de payaso tonto y desgarbado. Aún me parece verle en su papel de sardinera. Fueron dos santanderinos que hicieron historia en el circo.

     Pero como muchas cosas, con la modernidad, (esta vez la llegada de la televisión a las casas) tanto los cines como los circos entraron en crisis y muchos se vieron obligados a desaparecer. Este fue el caso del Circo Atlas, que tras estar en lo más alto, sucumbió y en 1982 se vio abocado a echar el cierre. Manolo, nuestro Nolo, sufrió una crisis nerviosa y tras una gran depresión, al mes de cerrar el circo, el sábado 4 de diciembre de 1982 a primeras horas de la tarde, cuando contaba con 54 años se suicidó en Algete, cerca de Madrid. En el Sardinero tienen un monumento muy merecido, y cuando los observamos, una sonrisa llena de nostalgia y admiración ilumina nuestro rostro.