domingo, 13 de octubre de 2019












CURTIDORES, CORTADORES Y ZAPATEROS EN VALLES PASIEGOS
     El tema que hoy me ocupa tiene un gran valor sentimental para mí, pues es la historia de una saga familiar, la mía.
     Corría la década de 1850 cuando mi tatarabuelo Martín Ruiloba, hijo de José María Ruiloba y Tomasa, de profesión artesano del calzado y natural de Novales en Alfoz de Lloredo, decide trasladarse junto con su esposa Rosario González para dar servicio de zapatería al colegio de los Padres Escolapios de Villacarriedo. Entre sus pertenencias, viaja con las herramientas básicas para comenzar su vida profesional, viene de un pueblo y una familia con tradición de zapateros. Junto con su flamante esposa emprenden una nueva vida. En Carriedo, como lo conocemos familiarmente, nacen todos sus hijos, entre los que se encuentra mi bisabuelo Plácido Ruiloba. Martín se dedica al servicio de zapatería para el colegio, así como presta sus servicios a los vecinos del valle. Es un hombre muy afable y con un gran don de la palabra. Él conoce muy bien su oficio y no tardará en tener gran popularidad entre los vecinos. Tras una vida dedicada a la profesión de zapatero, es su hijo Plácido quien toma el relevo, pues su otro hijo, Gregorio, decide irse a Cuba. Mi bisabuelo, es un hombre con gran visión comercial y pone en marcha una fábrica o taller de calzado artesano que llega a contar con diez trabajadores, cada quien tiene su misión en la cadena de fabricación, uno corta la piel, se lo pasa a otro que la coserá y así sucesivamente hasta llegar al último, cuando el zapato está terminado. Pronto goza de gran popularidad y su calzado es solicitado por todos los rincones de valles pasiegos. Puntualmente viaja a la capital, a Santander, en su caballo rojo, en busca de materiales para su negocio. Es cliente habitual de la fábrica de curtidos de cuero Mendicouague situada en el Paseo del Alta, actual Paseo de General Dávila. Esta era la empresa más antigua de Cantabria ya que desde su apertura hasta su cierre en el año 2000 trabajó durante 239 años. Esta empresa tenía productos de muy buena calidad y era experta en curtir y tintar pieles. Mi bisabuelo Plácido Ruiloba aprovechaba el viaje para ir a la calle Tetuán, a la fábrica La Societé General des Cirages Françaises et Forges d´Hennebon para comprar las latas de betún para calzado que fabricaba con el nombre de “Eclipse”. La fábrica era conocida como “la cirages” o “la fábrica de betún”. Además de este producto fabricaba envases y latas de hojalata de todo tipo, para café, galletas, aceite, etc. Esta factoría tenía edificaciones a ambos lados de la calle y se comunicaban dichos edificios a través de un puente. Tenía una gran chimenea que se podía ver desde Puerto Chico, por detrás de la fábrica de azúcar que ocupaba los terrenos del actual colegio Padres Escolapios o Calasanz de Santander. Fue en uno de estos viajes de negocios donde conoció a la que sería su esposa, Hermenegilda Pérez Fuentes Pila, conocida como Gilda, de quien he heredado mi nombre. Mi bisabuela Gilda era vasca, de Balmaseda. Trabajaba en Bilbao en una fábrica de pieles y curtidos hasta que se presentó a un concurso de corte de piel y quedó campeona de España, esto cambiaría su vida. La empresa Mendicouague de Santander la contrató y es ahí donde se enamoraría de mi bisabuelo, para posteriormente casarse en la iglesia de “El Cristo” en Santander y trasladarse a Villacarriedo donde formó parte de la empresa familiar y ni que decir tiene que, a raíz de ahí, fue ella la encargada de cortar la piel para fabricar el calzado, pues nadie la igualaba en este arte. Todos sus hijos varones, entre los que se encontraba mi abuelo José Joaquín Ruiloba, conocido como Pepe, aprendieron el arte de confeccionar calzado, tanto es así, que cuando eran jóvenes, tenían la tarea de hacer un par de zapatos o botines diarios, cada uno, y hasta que no lo acabasen no podían salir de fiesta. Una anécdota es que uno de mis tíos deseaba mucho ir a una fiesta, pero su padre no lo dejaba ir, él le dijo: -Si me dejas ir, hago dos pares de botines antes de salir. Su padre al ver el gran interés que tenía le dijo: - Está bien, pero hasta que no los hagas, no te vas. Tal vez se lo dijo pensando que no los iba a acabar, pero mi tío era muy rápido en su trabajo y más aquel día que tanto le interesaba irse de fiesta. Y para asombro de su padre, terminó los dos pares de botines y se fue. Mi abuelo heredó de su madre el arte de cortar, era un gran cortador de piel, pero sus sueños de juventud lo llevaron por otros caminos y se fue primeramente a Cuba, a la plantación de su tío Gregorio, más tarde estuvo en Pensilvania de intérprete de inglés, idioma que hablaba a la perfección, posteriormente en Filadelfia para terminar en México. Allí se casó con una española, mi abuela Isabel Casasola. Tuvieron varios negocios además de una peletería, sin duda, mi abuelo al conocer el mundo de la piel, optó por esta profesión. Varias veces le robaron los establecimientos, pues la delincuencia en México estaba a la orden del día, hasta que se hartó y decidió regresar a España. Compró varios baúles, que llenó con pieles y cueros, con la intención de construir una fábrica de calzado en Villacarriedo, y formar una sociedad junto a uno de sus hermanos. Cuando regresaban y estando en alta mar estalló la guerra civil española y no pudieron entrar en España, estuvo junto a mi abuela, mi padre y mi tía Gloria por toda Europa hasta que acabó la guerra y pudieron regresar a Villacarriedo. Una vez en casa, su hermano no quiso entrar en la sociedad de la fábrica por lo que decidió vender todas las pieles a una empresa, obteniendo un gran beneficio, pues acabada la guerra las cosas cambiaron mucho. La fabricación de curtidos se vio muy beneficiada con la guerra, pues al agotarse las existencias por el conflicto, el producto adquirió un precio elevadísimo y se revalorizó un 200 por ciento pues a menor oferta mayor precio y esto le sirvió a mi abuelo para colocar las pieles traídas desde México con tanta ilusión, en una empresa de curtidos, obteniendo grandes beneficios. Un hermano de mi abuelo, Plácido Ruiloba, conocido como Pasín, siguió los pasos de sus ancestros. Mi abuelo se dedicó a otro tipo de negocios. Y así, mi familia ha contribuido en Valles Pasiegos con su saber hacer dentro de la artesanía del calzado.