domingo, 21 de agosto de 2022

 





LA GUARDESA

     Recientemente, paseando con mis amigas por el precioso paseo que recorre el lugar donde se encontraban las antiguas vías del tren, entre la Encina y Sarón, terminando en la Plaza de la Estación, vinieron a mi mente tiempos del pasado. Al pasar por San Lázaro y contemplar el río apoyadas en la barandilla del puente, con muy poco caudal, recordamos las grandes crecidas y lo traicionero que puede llegar a ser nuestro Suscuaja. Siendo nosotras muy pequeñitas, tal vez cinco añitos, estudiábamos en la escuela de La Abadilla, nuestra maestra enfermó y vino a sustituirla una sobrina suya, se desplazaba diariamente en el tren, ya que vivía en Santander. Las alumnas la teníamos mucho cariño, en aquella época era una profesora muy joven y con mucha paciencia para con todas nosotras, así que decidimos ir a buscarla todos los días a su llegada a Sarón. Entonces me parecía preciosa nuestra Estación, y creo que lo era. Constaba de varias edificaciones. Es una pena que todos esos edificios desapareciesen con los años. Hubiese sido un bonito patrimonio para Sarón y nuestro valle de Cayón. Un día fuimos como todas las mañanas, a dar la bienvenida a nuestra profesora, pero no pudimos pasar, el Suscuaja se había cabreado y después de unas intensas lluvias se desbordó y no hubo manera de acceder a la Estación, algo que en aquella época era muy habitual.

      El ferrocarril Astillero-Ontaneda ya desaparecido, comenzó a construirse en 1898 y tardó cuatro años en terminarse, es decir, el 9 de junio de 1902 comenzó su recorrido. Y estuvo operativo hasta 1973. Famosas fueron sus máquinas entre los cayoneses, las primeras eran conocidas como las “Yanquis” porque se habían construido en Estados Unidos. Posteriormente las cambiaron por otras de mayor tamaño que eran de construcción belga y en 1906 comenzaron a dar servicio con los nombres de nº1 era la “Sarón”, nº2 “Puente Viesgo” y la nº3 la “Ontaneda”. Pasados los años las cambiaron por otras mucho más modernas la nº5 la “Villaescusa”, la nº6 la “Penagos”, la nº7 la “Cayón” y la nº8 la “Toranzo”. El fin primitivo para llevar este ferrocarril hasta Ontaneda y alrededores, fue desplazar a los pasajeros hasta los Balnearios tan en auge en aquellos tiempos, de Puente Viesgo, Alceda y Ontaneda. La minería de Cabárceno y Liaño fue otro punto por el que se apostó, con el paso de los años, fue clave para instalar la fábrica de la Nestlé en La Penilla de Cayón.

     Muchos fueron los vecinos de los valles de Cayón, Carriedo, Penagos, y otros, por donde transcurría el tren que utilizaron este medio de transporte. Se convirtió en centro de reuniones y medio para las transacciones económicas de las zonas por donde transcurría, también fue testigo mudo de muchos amores y noviazgos que posteriormente terminarían en boda, pero como casi todas las cosas sucumbió ante la modernidad. Con la llegada de los automóviles y el transporte por carretera perdió un poquito su razón de ser, y llegó el momento en que su servicio dejó atrás su rentabilidad, y desapareció. Llevándose consigo cantidad de puestos de trabajo. Hoy miramos atrás con nostalgia y nos parece escuchar el silbido del tren con ese chacachá que tanto imitábamos en nuestra infancia.

     De pequeñita siempre me llamó la atención, y tengo que decir que en aquella época me cabreaba un poquito, la figura de “la guardesa”, yo recuerdo haber viajado en tren en mi infancia solamente una vez, una vecina me llevó a Santander, para mí fue como una fiesta nacional. ¡Qué ilusión! En mi familia, tanto mi padre como mi abuelo tenían coches y siempre nos desplazábamos en ellos, así que ir en tren fue toda una aventura.

     La guardesa es un oficio prácticamente desaparecido, en mi zona las llamábamos “la portillera”, eran las encargadas de subir y bajar las barreras cuando se acercaba la hora en que debía de pasar el tren y así evitar posibles accidentes, debían calcular muy bien la hora para no crear demasiadas colas de automóviles en la carretera, según mis cálculos de niña podrían ser unos cinco minutos, pero cuando llegabas a las barreras y daban el alto al coche para bajarlas, recuerdo que no me hacía mucha gracia. ¡Qué aburrimiento! Pensaba, ahora aquí parados hasta que pase el tren.

     La guardesa también tenía como obligación limpiar los contracarriles, vigilar el camino o carretera para que nadie se lo saltara.  En los años 50 suponían el 16,5 por ciento del total del personal de infraestructuras de la empresa, en 1962 había 1484 mujeres ocupadas en esta labor. Por lo general eran familia de trabajadores del gremio.


domingo, 7 de agosto de 2022






LOS FIELATEROS

     Los fielateros un oficio ya desaparecido, eran los trabajadores que faenaban en las casetas de fielatos y su misión consistía en cobrar las tasas por los productos que se introducían en los pueblos o ciudades. Estos impuestos en muchos casos suponían entre el cincuenta y el sesenta por ciento de los ingresos en los ayuntamientos, y que, a su vez, servían para pagar los servicios públicos y otros gastos comunitarios. Estuvieron vigentes alrededor de cien años, desde mediados del siglo XIX hasta aproximadamente 1961. En el valle de Cayón la caseta estaba situada en Sarón. En Vega de Carriedo había otra con el mismo fin. Si bien es cierto, que era una fuente importante de ingresos para el consistorio municipal, gozaba de gran desprestigio y repulsa entre los ciudadanos. A nadie le apetecía pagar por los productos que llevaba. Hay anécdotas muy curiosas y graciosas sobre el paso por estos fielatos. Nuestras pasiegas eran muy ingeniosas a la hora de cruzar sus productos, que en ocasiones estaban destinados a su venta en los mercados de abastos de Santander o de Sarón.  En otras ocasiones eran regalos destinados “a los señores” o “siñuritus” como ellas decían. Esto era el caso de las amas de cría y antiguas empleadas del hogar.

     En la época de la posguerra donde todo escaseaba, se dio paso otro oficio como era el estraperlista. La falta de comida y otros artículos hizo agudizar el ingenio, estaban los pasiegos que traficaban por los montes del Pas, pero también los hubo en otras zonas como los valles de Cayón y Carriedo que se veían obligados a salir a otras provincias para comprar mercancía, y como es lógico, tenían que pasar por las casetas de Fielatos, también denominadas como “Estación Sanitaria”, pues nuestros políticos siempre han utilizado las buenas palabras para embellecer un impuesto, su misión principal era recaudar, pero lo adornaban diciendo que de este modo hacían un control sanitario. En las casetas había balanzas para pesar las mercancías, y de ahí viene el nombre de Fielato “Fiel a las balanzas”.

     Muchos fielateros se dejaban comprar, hacían la vista gorda, hay que tener en cuenta que sus sueldos no eran precisamente boyantes, y por lo general, tenían muchas bocas que alimentar. Conozco el caso de muchas pasiegas que llevaban sus productos a los mercados y las más avispadas deslizaban un buen queso o una mantequilla e incluso un pollo o gallina,  si era la época de Navidad, y el pase estaba asegurado para varias veces. Otras, por el contrario, se las ingeniaban para esconder las mercancías, llevaban grandes sayas, y escondidas debajo de ellas cruzaban los quesos y mantecas delante de los fielateros sin que estos se percatasen, incluso en los senos escondían “daqui cosa” como me decía recientemente una renovera. Y con esto me viene a la memoria cierta canción que sonaba en aquellas épocas y que se puede comprender muy bien: “Una señora formal/ compró un conejo barato/ y al pasar por el fielato/ lo escondió en el delantal/.

     En los fielatos había unos carteles con los precios a pagar según la mercancía que transportasen. Los géneros más habituales en aquella época eran los huevos, leche, quesos, mantecas, gallinas, conejos, pollos y verduras, esto a pequeña escala, lo que llevaban por lo general nuestras campesinas, luego estaba lo que era a gran nivel que se transportaba en caballería, carros o camiones. Aquí se podía encontrar harina, fruta, azúcar, aceite, dentro de estas mercaderías también se hacía la vista gorda, ¿quién no miraba para otro lado si te ofrecían un saco de harina blanca que quitaría el hambre a toda la familia durante un buen tiempo? ¿o ese aceite tan preciado que no se conseguía en ningún sitio? ¿Y el azúcar? Imposible de encontrar. Todo tenía un precio en tiempos de hambre y miseria y donde había que pagar diez, se pagaba una. También existían sitios secretos en los camiones donde se ocultaban. En tiempos de posguerra estaban exentos de pagar los productos de siembra como eran las alubias secas para sembrar, leña o carbón vegetal.

     Se dio un caso en que una antigua ama de cría llevaba un queso, una manteca, dos docenas de huevos y un buen pollo para regalárselo a quienes habían sido sus señores. Los fielateros que estaban en su puesto de reconocimiento le dijeron que se lo requisaban, ella contestó: -Muy bien, voy a casa (de quien era el jefe de fielatos y les dijo su nombre) y ya os contaré cuando vuelva, la cara que puso cuando le diga que os habéis quedado con su encargo. Los dos funcionarios se miraron y le devolvieron la mercancía, diciéndola: Siga usted, siga. Cuando la pasiega se iba, los escuchó decir: -Casi metemos la pata.