domingo, 26 de diciembre de 2021

 






    EL CINE DE QUINTANA

     Recientemente recordaba con unos amigos una etapa de nuestra infancia y juventud, y hoy he decidido hablar sobre esa época, lejana en el tiempo, pero que parece que sucedió ayer.

     Recuerdo una anécdota de la que siempre me rio y suelo contar. En mi familia desde que éramos pequeñitos mi hermano y yo, nos enseñaron a ahorrar, siempre nos decían que teníamos que controlar nuestros gastos, para tener en el futuro una vida holgada.

     En nuestra infancia, en Santa María de Cayón había un Cine que cariñosamente conocíamos como el “Cine de Quintana”, se llamaba Cine Imperio, aún recuerdo el olor especial de esa sala. Al entrar estaba a la izquierda la taquilla en una especie de hall que atendía su hija Lolita, una señora muy agradable y simpática, siempre con sus labios pintados de rojo carmesí. La entrada costaba doce pesetas en butaca y seis en general. El hall y el vestíbulo estaban decorados con numerosas carteleras de películas del momento, con famosos actores de la época.  El yerno de Quintana era el encargado de reproducirlas. Su suegro, cuando entrábamos y nos cogía los tiques nos decía: Pasad que hoy hay un buen “torrendo”. Las cintas que más se pasaban en esa época eran de romanos, recuerdo que nos llevaban mis padres casi todos los jueves cuando mi progenitor venía de trabajar y después de cenar. También había películas de las hermanas gemelas Pili y Mili, de Gracita Morales, Conchita Velasco y Manolo Escobar, entre otros. Teniendo en cuenta que en aquella época no había televisión, la sala se llenaba e incluso había ocasiones que tenían que poner bancos suplementarios, pese a que el Cine era de grandes dimensiones.

     Otro recuerdo que con frecuencia viene a mi mente es el ruido de las motos al finalizar la película, en aquella época había muy pocos coches y todo el mundo se desplazaba con estos medios o en bicicleta.

     Esta sala estaba llena de butacas rojas y en la última fila se había decorado con unos cortinajes de terciopelo, dándole un toque de elegancia y distinción, la parte delantera se separaba por una especie de tabique bajo, que dividía la sección de butaca y general, y en esta última estábamos todos los niños, excepto cuando nos llevaban mis padres que íbamos a butaca. En general nos sentábamos en bancos de madera, a la izquierda los de La Abadilla, a la derecha los de Santa María, que en aquella época no nos llevábamos precisamente bien. Había una especie de rivalidad entre nosotros.

     Un recuerdo que siempre está también en mi mente, es en el exterior, una especie de caseta de madera que se abría para dar servicio a los clientes del cine, allí estaba la señora Rosa, la heladera de helados Trueba de Sarón, los más exquisitos que yo he saboreado nunca, ese sabor a fresa o a mantecado, nadie los ha superado, valían una peseta de una bola y cucurucho del malo, dos pesetas el de cucurucho de barquillo y tres pesetas el corte de helado. También tenía caramelos, cuatro caramelos de menta o frutas por una peseta, igualmente había opción a diez bolitas de frutas, tipo confite, o a un chupa chups o un caramelo en forma de pirulí recubierto con barquillo del malo.  Vendía galletas, unas concretamente le gustaban mucho a mi madre, ella las llamaba paciencias, y siempre cuando nos llevaban al Cine las compraba. No podían faltar las pipas Facundo y los chicles, también a una peseta, los cacahuetes eran más caros, no lo recuerdo, porque mi presupuesto no llegaba a ellos. Más tarde salieron los pitagol, unos caramelos con palo que pitaban, y menudos conciertos dábamos. Para los adultos creo que también había bebidas. Recuerdo los precios porque mi madre nos daba a mi hermano y a mí los domingos ocho pesetas, seis para ir al cine, como es lógico a general, una para gastar y estas eran las opciones que teníamos, y la otra peseta para ahorrarla y meterla en la hucha de la “Caja de Ahorros”, esto teníamos que hacerlo delante de ella, no podíamos escaquearnos.

      Una amiga mía que era muy espabilada, tenía una hermana demasiado buena, y la camelaba para que la diese las seis pesetas de ella, y como una generala se iba al cine a butaca y la hermana se quedaba en la calle, pero cuando salía le contaba la película.

    

    

     


domingo, 12 de diciembre de 2021

 






 FUNDACIÓN DE LAS ESCUELAS DE ABIONZO                      

     De todos es conocido que los carredanos tienen un gran amor por su tierra y así lo han demostrado en repetidas ocasiones. Si por algo se han caracterizado a lo largo de la historia los habitantes del valle de Carriedo, es por su generosidad cuando la vida les ha tratado bien, siempre en su recuerdo estaba su valle, su pueblo, sus familiares y vecinos. Muchos partieron fuera de su tierra para hacer fortuna que más tarde compartirían con los suyos y este es el caso que nos ocupa hoy. D. Antonio María Herrera vecino que fue de Abionzo, hijo legítimo de D. Antonio y Dña. María de Bárcena Campero que también fueron del mismo pueblo. Nombró como albaceas a D. José Pérez de Camino y D. Fernando García Campero, curas párrocos de los lugares de Vega y Saro y a su sobrino D. Manuel Fernández, y así lo atestiguan el 20 de mayo de 1851. Confía en su honradez y fidelidad y les instituye como herederos fideicomisarios con la obligación de distribuirlos en el modo y forma que aparezca en su testamento.

     Les encomienda una vez verificada su muerte hagan balance de sus bienes y quedan facultados para hacer inventario si fuese necesario, pero habrán de hacerlo por si mismos, sin intervención de autoridad alguna y queda prohibido su conocimiento y del remanente de sus bienes, derechos y acciones.  

     Dice en su testamento que quiere que con veinte y cinco mil y más en el Banco Nacional de Francia al premio del cinco por ciento a estos fondos se agregarán el haza de diez carros de labrantíos y la cabecera de prado, la del Pirujo de igual cabida, la primera en el sitio de Ruveotercillo, ambas en la Vega y el prado de Rosones de siete obreros, colindante con otro de D. Tomás Pérez y Bárcena y con D. León Mantecón. Con toda la renta de este capital quiere, se funde una escuela Pía de primera educación en el pueblo, para la enseñanza de los niños de ambos sexos. Procurando el sustento una imitación a la del colegio de los Escolapios y contando con auxilio del pueblo.

     Nombra con toda preferencia para primer preceptor de la misma a su sobrino D. Dámaso Pérez y Herrera y a su falta lo serán sus hijos si fueran idóneos, y de buena conducta moral, civil y buen ejemplo de costumbres públicas, que ha observado en Dámaso. No se le obligará a un examen rígido hasta no estar cuatro meses de fundada dicha escuela y colocado en ella, en la clase de su primer preceptor. Da total preferencia a los miembros de su familia que sean aptos e idóneos para ejercer este cargo y en caso de imposibilidad, a los de este pueblo, prohibiendo absolutamente, aunque puedan obtener este destino a todo empleado por el Gobierno Civil y Eclesiástico y a los hijos de estos. Igualmente prohíbe que de otros pueblos puedan ocupar el puesto de preceptor.

     Encarga muy estrechamente se fijen para elegir maestros, no en el mucho saber sino en que enseñe a los niños de palabras y ejemplo cuanto deban saber, y “entender respecto de nuestra Religión Católica Apostólica y Romana” en cuanto lo permitan sus edades y excepto a todo el que posea vicios de bebedor, borracho, vierta palabras obscenas y otras faltas que exigen corrección y son contra las buenas costumbres de que por ninguna manera obtenga dicho magisterio, virtudes morales con un mediano saber.

     En caso de no llevarse a cabo esta fundación, las rentas destinadas al preceptor serán repartidas todos los años entre sus parientes que existan y por iguales partes, si fueren necesitados, no siéndolo no, que deja a la calificación imparcial del patrono y vice que será permanecer en la descendencia de su sobrino Manuel y a su absoluta falta quiere que recaiga en el señor cura y concejo de quien espera llevarán a su permanencia el objeto de su súplica. Si sucediese que solo quedasen uno, dos o tres parientes, estos lograrán la citada renta, pero quedando una o dos solas personas solo disfrutarán de la mitad y la otra mitad se repartirá entre los más pobres de este pueblo.

     Queda absolutamente prohibido mover el capital impuesto y destinado a esta fundación. Deberá seguir en el Banco de Francia donde hoy está.