domingo, 7 de febrero de 2021

 





Visitando monasterio barroco en el valle de Carriedo

 

     Recientemente viajaba desde Llerana de Saro a mi pueblo cayonés. En el valle de Carriedo había una gran nevada. Al llegar a Saro pude observar a lo lejos que sobresalía de entre la nieve una gran edificación, la observé por unos momentos, nunca me había percatado de la gran belleza y majestuosidad que desprendía aquel edificio visto desde ese lugar. Y sin embargo, muchas veces lo he visitado. La primera vez que estuve en el convento de La Canal de Villafufre era muy pequeñita, fui con mis padres a dicho monasterio que estaba habitado por monjas concepcionistas, para comprar planta para sembrar la huerta familiar y que ellas cultivaban y vendían a través de un torno. Si bien es cierto que este fue mi primer contacto con el convento, he de decir que sentía un gran cariño por las religiosas que allí vivían, aunque no las conocía, mucho menos al tratarse de monjas de clausura, pero se da el caso que yo tenía un regalo de ellas. Mi tío, responsable de abastecer su despensa mediante los encargos que se hacían al comercio de mi familia, les contó muy orgulloso que había tenido dos sobrinos mellizos, un niño y una niña, a la siguiente visita ellas le habían hecho dos hermosos escapularios de tela, uno celeste con unas florecitas y otro igual en color rosa para mi hermano y para mí. Aún los conservo. Y de este hermoso detalle nacía ese cariño hacia aquellas monjitas. Ellas se dedicaban como he dicho anteriormente al cultivo de su huerta, también tenían ganado y cosían todos aquellos encargos que las hacían y de este modo sobrevivían, aunque más tarde he conocido su historia y sé que su precariedad en muchos momentos fue muy grande, en gran medida en los tiempos difíciles subsistieron gracias a la generosidad de sus vecinos. 

     Posteriormente he visitado este convento para reunirme con amigos que están ligados a él. Allí hemos pasado tardes muy agradables de convivencia y amistad. Y he podido conocer el interior de este colosal monumento que desde hace años ya no está habitado por las hermanas concepcionistas franciscanas. Me han contado su historia y he admirado como una niña curiosa la gran belleza y paz de este lugar, me he imaginado cómo sería la vida entre esos gruesos muros de piedra, cómo un puñado de mujeres podían sobrevivir con tanta pobreza.

     Como anécdota contaré que me impresionó en el coro, en el oratorio donde las monjas se reunían para rezar, la marca de un pie labrada en el suelo, en las viejas y gruesas tablas de roble y que a fuerza del desgaste por tanto orar de pie, día tras día, quedó allí grabada la forma de la suela del calzado.

     A la llegada a este magnífico convento te recibe una portalada que tiene un gran escudo timbrado por yelmo, con dos estrellas de ocho puntas a los lados, y con las armas de su fundador y benefactor D. Domingo Herrera de la Concha y Miera, señor de Villasana, alcaide perpetuo del castillo y casas reales de Santander. Al servicio del Conde-Duque de Olivares. Ujier de Cámara de Felipe IV. Procurador general de Armadas y guerra de las cuatro villas de la costa y superintendente de fábricas, montes y plantíos en 1668. Además, fue un gran comerciante, gozó de gran prestigio en aquellos tiempos, teniendo negocios de gran éxito que aportaron grandes beneficios a sus arcas. Hijo de don Pedro Herrera de la Concha. Padre del I Conde de Noblejas. Que había nacido en el pueblo de Vega de Villafufre.

     Pasando un gran portal nos encontramos con un impresionante claustro de planta cuadrada y sustentado en arcos de medio punto. Y ahí se encuentra una preciosa iglesia en cuyo altar podemos observar a la virgen Inmaculada. Hay dos esculturas bajo las cuales yacen dicho caballero y su primera esposa Dña. Catalina González Lossada que se cree que era natural de Selaya.