domingo, 26 de junio de 2022

 




PEPITO EL BARQUILLERO

      Visitando el museo del barquillero en Santillana del Mar, al ver tantos juguetes antiguos y caramelos que creía que ya no se fabricaban, recordé otra época ya pasada. Es un museo para el recuerdo, pero lo que más me llamó la atención fue aquella barquillera roja con llamativos dibujos, vino a mi mente otra muy similar vista en mi barrio de San Antonio en La Abadilla de Cayón. Precisamente era la fiesta del Santo, patrón de los animales. Aquel día había carrera de burros con sus jinetes, que eran niños un poco mayores que yo, tenían que ir con sus animales hasta el rio Suscuaja y meterse en él, algunos venían muy mojados, creo que sus asnos les jugaron una mala pasada. También hubo arrastre de caballos, pero lo que más me llamó la atención ese día fue el barquillero. Era la primera vez que lo veía. Me acerqué a él con esa curiosidad que solo la infancia dona. El artesano gritaba: ¡Al rico barquillo! Yo observaba aquella gran lata cilíndrica de color rojo, con una ruleta en su parte superior, se asemejaba a las ollas de leche que mi padre recogía a los ganaderos, pero mucho más decorada y llamativa. La tapa tenía un círculo con varios números en dos filas, y estaban rodeados de clavillos verticales. Había una rueda que giraba con una estornija y se tropezaba con los clavos al girar, parándose en un número determinado y ese indicaba la cifra de barquillos ganados, por el contrario, si la ruleta se detenía en el clavo lo perdías todo. Mis amigos al verme al lado de la barquillera también se acercaron y comenzaron a preguntar al barquillero cuánto costaba la tirada y cómo funcionaba la ruleta. Con mucha paciencia nos explicó su funcionamiento.  Los chicos giraban la rueda muy fuerte, creyendo que a mayor fuerza, mayor número de barquillos, ¡que equivocados estaban!, pues yo le di suavecito y saqué cinco unidades, fui la excepción, pues todos sacaban uno, teníamos que girar la rueda tres veces, recuerdo que invertí mi paga en la ruleta de los barquillos, pero pensé que estaba muy bien empleada porque eran deliciosos y me habían tocado muchos.  El barquillero gritaba ¡Al rico barquillo de canela! Deseando llamar la atención de quienes estaban en la plaza, si conseguía que se acercaran, era muy probable que jugasen. Las parejas de novios solían ser un objetivo fácil, pues los galanes, como buenos caballeros, estaban deseosos de enseñar a sus amadas lo hábiles que eran con la ruleta y que estaban prestos para convidarlas a un montón de barquillos, aunque casi nunca era así, ya que la barquillera a buen seguro estaba preparada para sacar uno, dos y como mucho tres barquillos. 

     El barquillero es un oficio artesano que casi ha desaparecido, como la mayoría de las cosas se ha industrializado. Famoso fue por los valles de Carriedo y Cayón “Pepito el barquillero”, que acudía a todas las fiestas de los pueblos vecinos con su barquillera, colgada a la espalda como si fuese una bandolera, esta lata cilíndrica llena pesa de veinte a treinta kilos. En su juventud había estado en Francia, como la mayoría de estos artesanos, y fue en este país donde aprendieron tan singular oficio. Pepito vivía en Saro de Carriedo, muchos años después por Cayón venía otro señor que era vecino del valle de Toranzo.

     Los barquilleros que vendían en las romerías, ferias, mercados o calles que estaban muy concurridas, por lo general fabricaban ellos mismos artesanalmente esos ricos barquillos. Los hacían con harina sin levadura, agua, azúcar o miel, un toque de canela y chorrito de aceite. Introducían esta pasta entre dos planchas de hierro calientes y las dejaban el tiempo justo para que estuviesen listos, después los doblaban y daban la forma. Cuando salían a vender los introducían en la barquillera y en muchas ocasiones también llevaban un cesto con más unidades. Actualmente podemos disfrutar de estos deliciosos barquillos y observar su elaboración, en la caseta que se coloca todos los veranos en el Sardinero en los Baños de Ola.

     Ellos tenían sus reclamos, así se les podía oír: “Siempre toca, si no es un pito, una pelota”. “Al rico barquillo de canela para el nene y la nena, son coco y valen poco, son de menta y alimentan, de vainilla ¡qué maravilla!, y de limón qué ricos, qué ricos, ¡qué ricos que son!” “¡Barquillos de canela y miel, que son ricos para la piel; mira a ver Maribel, ¡que no te gastas ni un clavel!” “Al que no se come un barquillo no le sale brillo, cuidado, ¡que te pillo!