domingo, 7 de marzo de 2021

 






LOS CARREDANOS NUNCA OLVIDAN SU TIERRA   

 

     Recientemente hablaba del impresionante convento de la Purísima Concepción de la Canal de Villafufre, en el Valle de Carriedo, mandado construir por D. Domingo Herrera de la Concha y su primera esposa doña Catalina González Lossada que se inauguró el 29 de junio de 1665 y fue construido en un solar de su propiedad, a partir de un proyecto del maestro de cantería de Galizano, Francisco de la Riva Velasco (1653). Este edificio de arte barroco se encuentra junto al palacio de los señores que lo mandaron erigir y se comunicaba interiormente con dicho monasterio, ya que conducía directamente a la iglesia donde escuchaban misa. La iglesia se divide en tres zonas, por un lado, un habitáculo cerrado con unas verjas a la altura del coro, en el lado izquierdo del altar mayor desde el cual los señores escuchaban misa. Por otro, donde el pueblo llano podía asistir a las ceremonias y en tercer lugar el coro cerrado por unas gruesas verjas, lugar donde las monjas concepcionistas franciscanas hacían sus rezos. Tengo que reconocer que este coro me impresionó mucho, pues nunca imaginé que pudiese esconder una sillería tan imponente. Al contemplarla pude compararla con las que había observado en las catedrales. Era algo sobrecogedor. En este espacio coral se reunían las religiosas. Mi imaginación se trasladó a otras épocas y me dio la sensación de estar escuchando los salmos rezados y cantados, las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento u oraciones como el Pater Noster o el Ave María.

     Este convento cuenta con un tesoro en cuanto a esculturas funerarias, ya que son contadas las existentes en Cantabria. Frente al altar mayor de la iglesia, uno a cada lado, yacen ambos cónyuges, y sobre ellos se conservan en perfecto estado unas estatuas orantes realizadas por el escultor Gabriel de Rubalcaba hacia 1671. En el caso de la señora es única en su género porque lleva un abanico.

     Este caballero del valle de Carriedo, como tantos carredanos demostró su valía y su buen ojo para los negocios y para escalar puestos en la nobleza española de la época, ya que comenzó sus andaduras en la Corte como un simple criado y fue ascendiendo hasta que tuvo suficientes caudales para tratar negocios en las Indias. En sus comienzos también fue despensero del conde duque de Olivares y vendía vino caro, perdices y perniles, este comercio también era atendido por su primera esposa. Cuando la consorte del conde duque doña Inés de Zúñiga y Velasco fallece en 1647 le deja en herencia una paga que cubriría sus gastos de por vida. Esto era una paga vitalicia de 116 maravedís diarios. Pero como buen carredano supo moverse en la Corte y gozó de la confianza del rey Felipe IV de quien era ujier de cámara (Criado del rey que asistía en la antecámara para cuidar la puerta y de que sólo entraran las personas que debían entrar por sus oficios o motivos) y así se fraguó una gran fortuna además de títulos nobiliarios. Fue uno de los hombres de negocios más importantes de aquella época. Entre los que podemos destacar asentista (administrador de las municiones del ejército), banquero y administrador de bienes particulares, entre otros. Su casa era un claro ejemplo del gran lujo y opulencia en que vivía. Falleció el 14 de enero de 1672 a las seis de la mañana en Madrid dejando escrito en su testamento su deseo de ser enterrado en la iglesia de San Nicolás y amortajado con el hábito de San Francisco. Dispuso que a la mayor brevedad posible se le trasladase al convento de La Canal de Carriedo.

      En su testamento lega entre otros, a Nuestra Señora de Valvanuz del lugar de Selaya 50 ducados, a Nuestra Señora del Soto del Valle de Toranzo, 20, a la ermita de la Magdalena de Bustillo 30. Hasta su muerte tuvo presente a la tierra que le vio nacer.