domingo, 2 de octubre de 2022

 



EL HUSO Y LA RUECA

     Recientemente acudí a ver una obra de teatro en el valle de Carriedo, más concretamente en Selaya, me sorprendí muy gratamente al ver que una de las actrices principales era una excompañera del colegio de los Sagrados Corazones de Argomilla de Cayón, colegio ya desaparecido. ¡Cuantos años habían pasado! Ella sigue siendo una gran actriz. Recuerdo que al finalizar uno de los cursos, creo que yo tenía entonces 10 años, hicimos una obra de teatro, “La bella durmiente del bosque”. Esta compañera era la princesa en la obra, la función estaba basada en un cuento que Charles Perrault escribió en el año 1697. Una de las Hadas, la malvada, por venganza de no haber sido invitada al bautizo de la princesa, la maldijo de la siguiente manera:Cuando cumpla quince o dieciséis años se pinchará el dedo con un huso de una rueca y morirá”.

     Al ver a mi excompañera vino a mi mente esta escena, y todo esto me ha recordado mis visitas, esas que tanto me gustaban hacer al desván familiar. Allí se podían encontrar cosas muy curiosas y antiguas, entre ellas había una rueca y un huso de hilar, totalmente desaparecidos en estos tiempos. El huso era un instrumento utilizado para el hilado a mano para retorcer y devanar el hilo que se va formando en la rueca. Era una pieza de hierro, que también podía ser de madera, de forma cilíndrica y alargada. La rueca era el torno de hilar, generalmente una vara delgada de caña u otra madera ligera, con un armazón en sus extremos, servía como soporte para la fibra del algodón, cáñamo, lana o lino que se hilaba.

     Este oficio, ya desaparecido, como era el de las hilanderas y tejedores en nuestros valles, se practicaba cuando se esquilaban las ovejas y carneros, esto se hacía una vez al año al terminar la primavera. La lana se aprovechaba si era menester, para hacer los colchones del hogar con la sobrante o almacenada, las hilanderas tejían, primeramente, cardaban con dos tablas de madera con puntas de alambre e iban peinando la lana, quitando los nudos y desechos, y de este modo obtenían los vellones de lana. Tenemos constancia que hace ocho mil años los vellones eran de color marrón. El vellón de una oveja madura tiene un peso de 4,5 a 7,7 kilos por esquila con una longitud de fibra de 8,9 a 15 centímetros de larga. Para tejer una manta de 1,20 metros por 0,90 m. Se necesitaban 2 kilos de vellón. La lana una vez elaborada se podía doblar en vueltas iguales y recibía el nombre de madejas. Por el contrario, el ovillo es cuando está enrollada en forma de pelota u óvalo. Para tejer con lana es necesario hacer ovillos. Recuerdo en mi infancia cuando se compraba la lana en madejas, estando en casa de Pepa Sánchez, mi vecina, a quien yo quería como a mi abuela, en muchas ocasiones me ponía las madejas en las muñecas, con la separación del largo de éstas, mientras ella devanaba haciendo los ovillos para poder tejer.

      El puerto de Santander fue testigo en los siglos XIV y XV del comercio entre Castilla y Europa, muy especialmente con Flandes donde existía una importante relación comercial ya que Castilla exportaba gran cantidad de lana, principalmente de raza merina, y en Flandes se manufacturaban paños de gran calidad y se exportaba a gran escala. Igualmente hubo un importante contacto comercial con Francia e Inglaterra, fue una época dorada para el comercio de la lana y textil que conectaba con el mercado de ferias interiores de Castilla, siendo la semilla del auge económico del reino. Han sido muy famosas las Ferias de Medina del Campo (1404/5) y curiosamente en este lugar se utilizó por primera vez la “Letra de cambio”. Medina de Rioseco (1423) y Villalón (1434) han sido las ferias más famosas del comercio de la lana. 

     Hace sesenta años era muy habitual ver en los barrios de Cayón, en el verano o cuando hacía buen tiempo, a las vecinas tejiendo a la sombra, concretamente en mi barrio de San Antonio, bajo el castaño de Amílcar y posteriormente, en el Cajigal bajo la cajiga ya desaparecida en el centro del barrio. Las vecinas se reunían por las tardes y era muy habitual verlas tejiendo con lana, bien a ganchillo o punto. En el invierno algunas también se reunían en sus casas y aprovechaban para tomarse un rico café mientras cosían o tejían y se ponían al día de las últimas noticias, pues entonces no existía el internet. En aquellos tiempos ellas se encargaban de confeccionar las chaquetas, jerséis, bufandas e incluso calcetines para la familia, había también quienes competían por hacer la manta más bonita, o esas preciosas colchas de ganchillo, mientras nosotros, sus hijos, jugábamos cerca de ellas. Las abuelas y tías también tejían con mucho cariño, siempre recuerdo a mi abuela Isabel y a mi tía Gloria en Villacarriedo, tejiéndonos esos preciosos jerséis a punto, a mi hermano y a mí.  Las prendas interiores para la “niña” con sus lacitos de colores y que después todas las vecinas copiaban, poniéndome, dicho sea de paso, de muy mal humor, pues para poder copiar el punto no dudaban en quitarme el vestido o subírmelo. Como han cambiado los tiempos. Actualmente es muy raro ver a las mamás tejiendo, se compra todo confeccionado, y el tiempo libre se dedica para jugar con el teléfono, el ordenador o la Tablet.  También es cierto que la mayoría de las madres trabajan fuera de casa, algo que hace sesenta años y muchos más, no era así en la mayoría de los casos.