domingo, 7 de agosto de 2022






LOS FIELATEROS

     Los fielateros un oficio ya desaparecido, eran los trabajadores que faenaban en las casetas de fielatos y su misión consistía en cobrar las tasas por los productos que se introducían en los pueblos o ciudades. Estos impuestos en muchos casos suponían entre el cincuenta y el sesenta por ciento de los ingresos en los ayuntamientos, y que, a su vez, servían para pagar los servicios públicos y otros gastos comunitarios. Estuvieron vigentes alrededor de cien años, desde mediados del siglo XIX hasta aproximadamente 1961. En el valle de Cayón la caseta estaba situada en Sarón. En Vega de Carriedo había otra con el mismo fin. Si bien es cierto, que era una fuente importante de ingresos para el consistorio municipal, gozaba de gran desprestigio y repulsa entre los ciudadanos. A nadie le apetecía pagar por los productos que llevaba. Hay anécdotas muy curiosas y graciosas sobre el paso por estos fielatos. Nuestras pasiegas eran muy ingeniosas a la hora de cruzar sus productos, que en ocasiones estaban destinados a su venta en los mercados de abastos de Santander o de Sarón.  En otras ocasiones eran regalos destinados “a los señores” o “siñuritus” como ellas decían. Esto era el caso de las amas de cría y antiguas empleadas del hogar.

     En la época de la posguerra donde todo escaseaba, se dio paso otro oficio como era el estraperlista. La falta de comida y otros artículos hizo agudizar el ingenio, estaban los pasiegos que traficaban por los montes del Pas, pero también los hubo en otras zonas como los valles de Cayón y Carriedo que se veían obligados a salir a otras provincias para comprar mercancía, y como es lógico, tenían que pasar por las casetas de Fielatos, también denominadas como “Estación Sanitaria”, pues nuestros políticos siempre han utilizado las buenas palabras para embellecer un impuesto, su misión principal era recaudar, pero lo adornaban diciendo que de este modo hacían un control sanitario. En las casetas había balanzas para pesar las mercancías, y de ahí viene el nombre de Fielato “Fiel a las balanzas”.

     Muchos fielateros se dejaban comprar, hacían la vista gorda, hay que tener en cuenta que sus sueldos no eran precisamente boyantes, y por lo general, tenían muchas bocas que alimentar. Conozco el caso de muchas pasiegas que llevaban sus productos a los mercados y las más avispadas deslizaban un buen queso o una mantequilla e incluso un pollo o gallina,  si era la época de Navidad, y el pase estaba asegurado para varias veces. Otras, por el contrario, se las ingeniaban para esconder las mercancías, llevaban grandes sayas, y escondidas debajo de ellas cruzaban los quesos y mantecas delante de los fielateros sin que estos se percatasen, incluso en los senos escondían “daqui cosa” como me decía recientemente una renovera. Y con esto me viene a la memoria cierta canción que sonaba en aquellas épocas y que se puede comprender muy bien: “Una señora formal/ compró un conejo barato/ y al pasar por el fielato/ lo escondió en el delantal/.

     En los fielatos había unos carteles con los precios a pagar según la mercancía que transportasen. Los géneros más habituales en aquella época eran los huevos, leche, quesos, mantecas, gallinas, conejos, pollos y verduras, esto a pequeña escala, lo que llevaban por lo general nuestras campesinas, luego estaba lo que era a gran nivel que se transportaba en caballería, carros o camiones. Aquí se podía encontrar harina, fruta, azúcar, aceite, dentro de estas mercaderías también se hacía la vista gorda, ¿quién no miraba para otro lado si te ofrecían un saco de harina blanca que quitaría el hambre a toda la familia durante un buen tiempo? ¿o ese aceite tan preciado que no se conseguía en ningún sitio? ¿Y el azúcar? Imposible de encontrar. Todo tenía un precio en tiempos de hambre y miseria y donde había que pagar diez, se pagaba una. También existían sitios secretos en los camiones donde se ocultaban. En tiempos de posguerra estaban exentos de pagar los productos de siembra como eran las alubias secas para sembrar, leña o carbón vegetal.

     Se dio un caso en que una antigua ama de cría llevaba un queso, una manteca, dos docenas de huevos y un buen pollo para regalárselo a quienes habían sido sus señores. Los fielateros que estaban en su puesto de reconocimiento le dijeron que se lo requisaban, ella contestó: -Muy bien, voy a casa (de quien era el jefe de fielatos y les dijo su nombre) y ya os contaré cuando vuelva, la cara que puso cuando le diga que os habéis quedado con su encargo. Los dos funcionarios se miraron y le devolvieron la mercancía, diciéndola: Siga usted, siga. Cuando la pasiega se iba, los escuchó decir: -Casi metemos la pata.