domingo, 25 de agosto de 2019















EL AFILADOR EN VALLES PASIEGOS

      Este es uno de los muchos oficios que está en vías de extinción. ¿Quién no tiene en sus recuerdos la figura del amolador? Más familiarmente conocido entre nosotros como “afilador”. Recuerdo en mi infancia a “Benito el Afilador”, venía desde Galicia, y pasaba temporadas por Cantabria, y como no, por nuestros queridos pueblos de Valles Pasiegos, entre ellos los del valle de Cayón. Era un hombre corpulento y muy afable, siempre con la risa en la boca y esa sabiduría que le daban los años, recorriendo los pueblos, tratando con gentes de toda índole. Conocía a la perfección a cada familia, sus virtudes y defectos, pero siempre se ha dicho, que el mejor psicólogo es aquel que trata en negocios directamente con los clientes. Su cabeza estaba cubierta por una boina y siempre llevaba un blusón tipo al de los tratantes de ganado, pero un poco más largo y de color gris ceniza. Empujaba una especie de carrito de madera con una gran rueda, en el que se encontraba la “roda de afiar”, es decir, rueda de piedra o “Tarazona”. En dicho carro llevaba todo tipo de utensilios, paraguas viejos, varillas, mangos o cachabas de paraguas, clavos, tachuelas y como no, un recipiente con agua muy necesaria para un buen afilado. Todos los vecinos se enteraban de su presencia que era anunciada con el “pito de afilador” o “chiflo”. Este consistía primeramente en una pequeña “flauta de pan”, instrumento de viento compuesto de tubos hechos de caña huecos y tapados por un extremo que producían un sonido aflautado de notas graves y agudas, al que seguía el grito: “El afilador…” Posteriormente los “chiflos” fueron de plástico. Los afiladores eran figuras imprescindibles en aquellos tiempos de miseria, en los que no se tiraba nada, pues entre otras cosas, porque había poco que tirar, todo se arreglaba, se remendaba, se remachaba y eso sucedía con los pucheros, tarteras y sartenes de porcelana cuando se agujereaban por el exceso de uso. Ahí estaban los afiladores que con su maña y buen hacer, tapaban el agujero y dejaban el utensilio como nuevo, presto para seguir haciendo su servicio. Además de arreglar los útiles de cocina, afilaban cuchillos, navajas, tijeras, arreglaban los paraguas que el viento daba vuelta rompiendo las varillas. Eran épocas en que todo se reutilizaba. Aún recuerdo, como a ritmo de pedal afilaban los utensilios con ese chirriar tan característico y las chispas que desprendían al rozar con la rueda y ser afilados. Afilar correctamente un cuchillo puede tardar varios minutos. Como anécdota, diré que, en el extremo Oriente, afilar una katana puede llevar meses.
     Los afiladores ambulantes generalmente eran gallegos, de Ourense. Con el paso del tiempo su medio de trabajo ha ido evolucionando. Primeramente, era llevada la rueda a espaldas del propio afilador, más tarde, a lo largo del siglo XX, rodando y posteriormente fue sustituida por un equipo más moderno, y transportado primero, en bicicleta y luego en motocicleta o furgoneta.
     Los afiladores de Orense, como los canteros y zapateros, inventaron su propia jerga o lenguaje para comunicarse entre ellos y que nadie más pudiese entenderlos y así preservar el secreto de sus técnicas. Era su (idioma secreto) y se llamaba “barallete”.
     Desafortunadamente, con el paso de los años y la mejora de la economía, así como de las nuevas costumbres entre los ciudadanos de consumir masivamente, de la cultura de usar y tirar, la profesión del afilador casi ha desaparecido. Las nuevas técnicas de afilado han dado paso a su desaparición, no obstante, siguen siendo preferidas dentro del gremio de cocineros, en cocinas industriales, por su mejor corte y mayor duración para los cuchillos y tijeras.
     En la novela de Benito Pérez Galdós “La Corte de Carlos IV (1873) podemos encontrar unas palabras que hacen mención a los afiladores: “Mira Gabrielillo - dijo incorporándose y apartando de la rueda las tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas…
     A continuación, pondré unas palabras en “barallete” y su significado: Arreador-afilador; bata-madre; bato-padre; facorria-cuchillo; faiña-navaja; follato-paraguas; irmuxo-hermano.
    



    

domingo, 11 de agosto de 2019












LA IMPORTANCIA DEL MAÍZ EN VALLES PASIEGOS

     Como venimos diciendo en artículos anteriores, los Valles Pasiegos han subsistido mayoritariamente gracias a la agricultura y la ganadería.  En la Edad Moderna que comprende el período entre el año 1.492 y la Revolución Francesa, en 1.789. Era una economía de subsistencia en la que prácticamente se consumía todo lo que se producía y esto, cuando eran años de bonanza, con lo cual no había excedentes. Dependía en gran medida de los terrenos, la climatología y los factores ambientales. Se sabe a través de un pergamino impreso en Sevilla en el año 1.582 que los valles de Cayón, Toranzo, Castañeda, así como Santander y Santillana, sufrieron grandes inundaciones provocando la muerte de numerosas personas y a mediados del siglo XVI, una plaga de roedores destruyó las cosechas de los valles de Cayón y Toranzo. En esta época prácticamente no circulaba la moneda debido a la precariedad económica y era habitual el uso del trueque para todo tipo de transacciones.
     Gran importancia tuvo la llegada del maíz, se sabe que es originario de México y que se introdujo en Europa durante el siglo XVI después del descubrimiento de América. Lo trajo Colón en su primer viaje en 1493 con el nombre de “panizo”. Hubo intercambios de especies vegetales y animales entre ambos continentes. Actualmente es el cereal de mayor producción en el mundo, por encima del trigo y el arroz. El maíz es originario del municipio de Coxcatlán, en el valle de Tehuacán, Estado de Puebla en el centro de México. Llegó a Cantabria a partir del siglo XVII y esto supuso una revolución económica que a su vez se convirtió en un gran crecimiento de la población, así como en una considerable mejora de la calidad de vida de los vecinos. Antes del cultivo del maíz se sembraba: trigo, en sus variedades pobres “escanda” y” esprilla”, cebada, mijo y centeno, pero estos no eran tan rentables ya que eran propios de climas más secos y al depender de los factores climáticos, ambientales y plagas, entre otros, muchas veces las cosechas eran malas y ante la baja productividad los vecinos de Valles Pasiegos se veían obligados a ir a saquear los cereales a tierras vecinas como las castellanas, debido a las temidas hambrunas y además no tenían dinero para comprar el grano importado por mar al que llamaban “trigo de la mar”.  Además de esto, también se cultivaba lino para la elaboración de ropa, hortalizas y árboles frutales. La alimentación en Cantabria estaba basada en la borona, tortas y gachas elaboradas con mijo y centeno, junto con un guiso de verduras, berza y repollos cocidos con algo de manteca o tocino conocido como “pote” o “puchero”. Curiosamente la alimentación actual en la cornisa cantábrica está basada en productos traídos de las Indias Occidentales: maíz, alubias, tomate, pimientos, patatas…
     Al principio al maíz lo llamaban “mijo de Indias” ya que reemplazó al mijo. Como anécdota diré que en Asturias se convirtió en monocultivo, dando lugar a la aparición de una enfermedad llamada “la pelagra” debido a una dieta monótona en maíz. Se plantaba en primavera y se recogía por septiembre, contrariamente el trigo se plantaba en invierno y se segaba en junio, julio o agosto. El maíz era un cereal de ciclo corto ya que desde que se sembraba hasta que se recogía sólo pasaban seis meses y así la tierra podía descansar otros seis con lo que se reponía su capacidad nutricional, siendo posteriormente abonada con el estiércol de los animales y labrada por estos y así se complementaban la ganadería y la agricultura. Se solía alternar un año maíz y otro trigo y entre el maíz se sembraban las alubias y así las guías de éstas se aferraban a los panojos dando posteriormente sus frutos. El maíz se adaptaba muy bien al clima húmedo y suave de la mayoría de Valles Pasiegos, Penagos, Trasmiera... No así en lugares de alta montaña por encima de los puertos debido a las heladas y falta de humedad que mataban las plantas. Con la llegada del maíz y sus buenas consecuencias económicas se cortaron los manzanos muy habituales sobre todo en el valle de Cayón, pues con las manzanas se hacía la sidra que era una bebida alcohólica muy apreciada, aunque también había viñas cuyas uvas producían un extraordinario vino llamado “chacolí”. Todavía podemos encontrar terrenos muy adecuados para esta actividad por los Valles Pasiegos y fincas con nombres relacionados con estos ejercicios. Recuerdo en Llerana de Saro una propiedad de mi abuelo Manolo, llamada “La Viña la Torre”. Si observamos con atención podemos ver en muchas paredes y terrenos que aún nacen pequeñas viñas. Desde la Edad Media se producía vino, siendo de gran calidad y productividad, el chacolí tenía gran producción en Cayón, Trasmiera, Castañeda y Piélagos tanto es así, que se prohibió a mediados del siglo XVI la importación de vinos franceses para dar salida a los autóctonos.
     La llegada del maíz supuso un empuje económico y se crearon nuevos trabajos como los molinos harineros que fueron muy numerosos en Valles Pasiegos y en Cayón en especial, pues se contaba con los ríos y riachuelos que eran necesarios para su funcionamiento. En Cayón he llegado a contar veinticinco molinos harineros, pero sin duda existieron muchos más, pues el paso de los años borró su huella. Con el maíz llegaron también las reuniones entre vecinos con la deshoja y las magostas en las que los vecinos se divertían y hacían más amenos sus trabajos recitando versos y coplas antiguas, al igual que hoy lo hacen los “rabelistas” de Cabuérniga o Campoo, pero sin rabel.