domingo, 23 de enero de 2022

 





DOS FUNDACIONES EN ABIONZO DE CARRIEDO

     Recientemente hablaba de la Fundación de D. Antonio María Herrera en Abionzo. Este pueblo está en lo alto del valle de Carriedo a una altitud de 394 metros sobre el nivel del mar. Es pequeño, consta de cuatro barrios, pero si de algo puede presumir Abionzo es de sus hijos, de él han salido grandes hombres que tuvieron que partir a otras tierras en busca de un mejor modo de vida, y llegaron a ser grandes personalidades, tanto ellos como sus descendientes, con historias verdaderamente apasionantes que iré desgranando en estos artículos. Si algo me ha llamado la atención de estas personas que se fueron lejos de su tierra es su amor por el terruño, ¿Cómo es posible que en un pueblo tan pequeño llegasen a formarse dos Fundaciones? buscando el bienestar y dotación de conocimientos para los vecinos, y fueran sufragados los gastos por aquellos que un día partieron para hacer las Américas.  Los carredanos siempre habían oído hablar de la Fundación de D. José Pérez de Arce, que otorga escritura para la creación de su Fundación en 1853 y se ejecuta el 6 de agosto de 1890, ante el notario D. Urbano de Agüero, y es D. Facundo Gómez quien se ocupó de dar cumplimiento a la voluntad del testador. Con el legado de D. José Pérez de Arce se construyó un edificio para dar clases a los niños y niñas, se arregló la iglesia del pueblo que estaba muy deteriorada y compró vasos sagrados, dispuso también se repartieran varios capitales para diferentes hospitales de la provincia, pero la obra tal vez más importante fue la construcción del Asilo de Bárcena, como dejó escrito textualmente “La creación de un hospicio o una casa hospitalaria en el valle de Carriedo, para mantenimiento de inútiles”

     Cuarenta años antes, otro vecino de Abionzo D. Antonio María Herrera, que también emigró a México e hizo una gran fortuna, tuvo la gran idea de fundar unas escuelas para niños y niñas que comienzan a funcionar tras la Fundación el 13 de junio de 1850, cuyos documentos de Institución y Actas de los exámenes anuales a los alumnos y alumnas del pueblo, firmadas y fechadas por las personas encargadas, han guardado muy celosamente los familiares del Fundador, familia Güemes,  y de ellas he podido sacar una información valiosísima para la historia de este pueblo del valle de Carriedo. A través de estas Actas podemos conocer curiosidades como que en el año 1853 asistían a la escuela 40 alumnos y dan fe de las mejores notas, incluyendo los nombres de los más destacados, nada menos que cinco personas con sus firmas y rúbricas, entre las que se encontraban la del párroco y la del patrón de la Fundación.

     Hay cláusulas muy curiosas en el testamento entre las que podemos encontrar: Que el maestro que ha de regentar esta escuela ha de ser buen cristiano, católico, de buena vida, opinión y costumbres. Según está prevenido por el Fundador, enseñará la doctrina cristiana, leer la letra antigua y moderna, escribir, contar con la posible perfección y dar lecciones de la gramática castellana. Pudiendo ser soltero o casado.

    Otra curiosidad tiene que ver con los horarios y fechas de clases: Que todos los días que no sean festivos o exceptuados por Reglamentos  o por Reales órdenes ha de tener escuela pública para todos los niños del pueblo, sin excepción de sexos, ni edades, y enseñarles seis horas en cada uno desde las ocho a doce de la mañana y de dos a cuatro por la tarde, desde principios de octubre hasta finales de abril, y de siete a once por la mañana y de cuatro a seis por la tarde desde primero de mayo hasta fin de septiembre, instruyéndolos en todo lo concerniente a su facultad, y especialmente en el Santo temor de Dios, respeto, y veneración a sus padres, sacerdotes, y ancianos, empezando, y concluyendo la escuela de cada día con algunas oraciones de su instituto.

     Leyendo estos testamentos y Fundaciones no puedo por menos que admirar la gran generosidad de estos hombres que revirtieron una parte muy importante de su fortuna para paliar las carencias de sus vecinos, tal vez porque nunca se olvidaron de sus raíces humildes y quisieron que estuviesen preparados culturalmente para enfrentarse a los problemas de la vida, tal vez en estas decisiones estuviese el deseo de que su nombre perdurara a través del tiempo por sus buenas obras, nunca lo sabremos, pero una cosa es cierta, que fueron muy generosos.

    

 

 


domingo, 9 de enero de 2022

 




CUANDO AHORRAR SE PREMIABA

     Recientemente buscando entre mis papeles encontré una curiosidad, ante mis ojos apareció una antigua cartilla de ahorro de la Caja de Ahorros de Santander. Cuando mi hermano y yo nacimos nos abrieron dos cuentas, una para cada uno, con su respectiva cartilla de ahorro y hucha, en ella guardábamos lo correspondiente a nuestra paga dominical y de la cual una parte había que ahorrar y aquí no había discusión posible, todos los regalos en efectivo que nos daban nuestros familiares y amigos de mis padres, las “limosnas” del día de la 1ª Comunión. Todo se iba guardando en la alcancía, creo que en los primeros años de mi infancia eran de color verde, más tarde negras. El dinero que allí se ahorraba, después era imposible rescatarlo, ya que la ranura compuesta por dos láminas metálicas no permitía su rescate, aunque tengo que confesar que con los años, ya siendo más mayores, mi hermano que era muy habilidoso encontró, aunque no con facilidad, el modo de sacar algunas monedas y es que los helados de fresa de la señora Rosa, eran un reto para él.

     Este dinero de las huchas cuando ya estaban llenas, se llevaba a la Caja de Ahorros y allí las posaban en una máquina que las abría en su base, cayendo libremente todos los billetes y monedas que posteriormente registraban en nuestras cartillas. En aquella época hasta pagaban intereses, te premiaban con un dos por ciento y por si esto fuese poco, el 31 de octubre día mundial del ahorro, hacían sorteos. Según el capital que tuvieses en la cuenta te daban unas papeletas con números, a mayor cantidad, más papeletas. Aún recuerdo el escaparate de la Caja de Ahorros en Sarón, parecía una tómbola, llena de juguetes de los más caros, aquellos con los que todos los niños soñábamos, pero nunca llegaban. Pensar que lo allí expuesto podía ser tuyo, merecía la pena el ahorro. Recuerdo que en El Cine Gran Casino de Sarón se hacía ese día una fiesta infantil donde acudíamos todos los niños de la zona, Cayón, Obregón, Penagos…, había juegos, y el tan esperado sorteo, a todos los allí presentes se nos iluminaba la mirada al contemplar objetos tan deseados, aunque bien es cierto que los premiados eran pocos, con respecto a todos los allí presentes. Nuestras caras de alegría daban paso a la decepción cuando el sorteo terminaba y no éramos agraciados, pero pronto lo olvidábamos con esa candidez que solo la infancia dona.  

     Como han cambiado las cosas en la banca, antes nos premiaban por ahorrar, nos daban una cartilla que era el documento donde controlábamos nuestro dinero, nos premiaban con intereses, regalos…, hoy por el contrario, nos cobran por las operaciones que hacemos en el banco, tenemos horarios limitados, somos trabajadores del banco, eso sí, sin sueldo, hacemos nuestras transacciones, da igual la edad que tengamos, y si estamos familiarizados o no con la informática, dejando tremendamente vulnerables a nuestros mayores. Las cartillas para nuestro autocontrol y certificación de nuestro dinero están desapareciendo, y todos calladitos y felices. Como añoro aquella Caja de Ahorros de Santander sin ánimo de lucro, que se originó en el año 1896 gracias a D. Modesto Tapia Caballero, industrial burgalés y que en su testamento, tras su fallecimiento dejó 45.000 pesetas destinadas para fines benéficos y que en 1896 el gobernador civil D. francisco Rivas Moreno decide dedicar 35.000 pesetas del legado de D. Modesto a la constitución del capital fundacional del Monte de Piedad y Caja de Ahorros. La reina regente, María Cristina de Habsburgo, madre de Alfonso XIII sanciona los estatutos de la nueva caja el 28 de abril de 1898 y el 3 de junio del mismo año se constituye oficialmente el Monte de Piedad de Alfonso XIII y Caja de Ahorros de Santander. A finales de 1902 se proyecta ampliar la sede de la entidad con la ayuda de un legado de 60.000 pesetas del primer marqués de Comillas, al que añadiría otra cantidad igual su hijo, el segundo marqués, quien recomendó que tuviera estilo montañés y se encargase la obra al afamado arquitecto catalán D. Luis Domenech, profesor de Gaudí.  Hoy es la Sede de la Obra Social de Caja Cantabria y lleva el nombre de “Modesto Tapia”. Después del incendio de Santander de 1941 se reconstruye la ciudad, y en la Plaza Velarde, conocida como la Plaza Porticada, se construye la Caja de Ahorros de Santander y en el año 1969 en la fachada principal se colocan dos figuras desnudas de un hombre y una mujer que significan el Ahorro y la Beneficencia.