domingo, 15 de diciembre de 2019

















EL IMPORTANTE PAPEL DE LA MUJER RURAL EN LA ECONOMÍA
     Muchas veces he pensado que sería de nuestra economía y de nuestra vida sin la aportación del trabajo de la mujer. Desde el principio de los tiempos, Cantabria ha sido matriarcal. El papel de la mujer cántabra ha tenido gran importancia en nuestra cultura, así como en nuestra economía. En el mundo agrícola, en la antigüedad, ellas eran quienes heredaban las tierras.
     La mujer cántabra siempre ha sido pieza fundamental del sistema económico, a diferencia de la de otras regiones, compartían en igualdad con los hombres las tareas del campo y gestionaban juntos sus ganaderías, así como sus beneficios.
     Durante los siglos XVII y XVIII incluso se mezclan los derechos entre hombres y mujeres. Matriarcado y patriarcado, y en valles como el de Toranzo, se da curiosamente el caso de que los hijos varones heredaban el apellido del padre. Por el contrario, las hijas heredaban el apellido materno.
     Hasta nuestros tiempos en el mundo rural siguen participando el hombre y la mujer, y muchas de las ganaderías están a nombre de las mujeres.
     ¿Quién no ha visto por los pueblos de Valles Pasiegos a mujeres arreando las vacas en las mudas de cabaña a cabaña? Aún recuerdo a una familia en Vega de Pas formada por una madre, y tres hijos, cuyas edades oscilaban entre los doce y tres añitos. En el Túnel de la Engaña había una fiesta regionalista reivindicando el ferrocarril Santander-Mediterráneo. De esto hace ya unos cuantos años. Pues bien, esta peculiar familia iba de muda desde Yera hasta un poquito más arriba de una cascada que se encuentra camino a Espinosa de los Monteros, allí tenían dos cabañas. Lo sé, porque a mi regreso del citado pueblo, los recogí, pues estaban haciendo auto stop. Pude comprobar que la señora era viuda y se había quedado sola con sus tres hijos y ella era la encargada de gestionar su ganadería. Este es un claro ejemplo de la mujer rural. ¿Y quién no ha visto a una señora, incluso ya entradita en años, cargar en sus espaldas el cuévano cargado de verde o hierba seca? Doy fe, que no es tarea fácil portar estos cuévanos, por su gran peso, especialmente si son de verde. Y, sin embargo, muchas de nuestras mujeres de Valles Pasiegos, aún los llevan a sus espaldas. El ordeñar las vacas a mano o con las nuevas ordeñadoras, tampoco es exclusividad del hombre. Muchas mujeres también lo hacen, al igual que segar, tanto a dalle, como con segadora de peine. El mundo de la mujer rural es muy duro, recuerdo en una manifestación de ganaderos pidiendo la subida del litro de leche, a un productor hablando. Sus palabras se quedaron grabadas en mi mente. Fueron las siguientes: “Nuestras mujeres no tienen sortijas, ni joyas, sus sortijas son los callos producidos por un trabajo duro en el campo, mal pagado, para que otras mujeres, si las puedan lucir a costa de la precariedad de las nuestras” Estas palabras me impresionaron y me hicieron meditar sobre las condiciones tan duras en las que viven nuestras mujeres ganaderas. Pero si algo me llamó alguna vez la atención, fue en un pueblecito de Valles Pasiegos, en Llerana de Saro, ver a una mujer ganadera, tumbada en el suelo, clavando el picacho en la tierra para picar el dalle, allí de medio lado, apoyando el asta en la pierna y la hoja en el picacho, con un recipiente de agua para mojar el martillo, con el que dejaría plana la hoja, al estirar el metal dejándolo muy fino, eso es otra prueba de como la mujer ganadera es capaz de hacer todas las tareas en su ganadería, por muy complicadas que estas sean. Luego, cogió una pizarra o piedra de afilar, la metió en la colodra, la amarró a su cintura, cogió el dalle y la rastrilla y los puso sobre su hombro y con las mismas, se fue a segar. No me quedan más que palabras de admiración para estas mujeres rurales, mujeres ganaderas, que día tras día, atienden sus ganados codo con codo, con sus esposos. Ellas son la base de la economía de un sector que está desapareciendo por la poca ayuda de los gobiernos y empresas, y con ello se están vaciando los pueblos de “La España vaciada” que tan de moda están poniendo nuestros políticos, pero que ellos solitos, han abocado a esta situación, por todos los impedimentos que han puesto a nuestros ganaderos y agricultores, importando de otros países los productos que nosotros tenemos que dejar de producir. Invito a los políticos para que dejen la palabrería y se pongan las pilas, antes de que nuestra ganadería y agricultura desaparezcan por completo y eviten la tan temida para ellos “España vaciada”. 
    

domingo, 24 de noviembre de 2019













LA FIGURA DEL HERRADOR EN VALLES
PASIEGOS, PENAGOS Y TRASMIERA

Recuerdo que la primera vez que vi a un herrador era muy pequeñita, fue al lado de mi casa, junto a la cuadra de mis vecinos. Yo siempre he tenido un gran cariño a los animales, especialmente a los caballos y perros. Pues bien, al ver a aquel señor que, según mis criterios de niña, estaba maltratando a mi caballo favorito, y al no comprender el motivo, me enfadé mucho. Ver a ese individuo con tenazas, martillo… agarrando la mano del caballo y cortando sus cascos, fue una sensación que me crispó e increpé al bueno del herrador que más tarde supe que se llamaba Toño. –No le hagas daño al caballo, déjale, vete a tu casa, eres muy malo. Recuerdo como reían mis vecinos. - Mírala, no se la ve por el suelo, pero hay que ver las narices que tiene. Mi vecina Matilde, me cogió de la manita y me dijo: - Que no le están haciendo daño al caballo, mira, le están cortando las uñas, es como cuando tú tienes las uñas largas ¿a qué tu madre también te las corta? Pues con el caballo pasa lo mismo, hay que arreglarle los cascos y recortárselos porque si le crecen mucho, se pueden poner malitos de los tendones y articulaciones. ¿Y tú no quieres que el caballito se ponga malo verdad? –Pues no, contesté. Y ese hierro ¿por qué se lo ponen? Y lo clavan con un martillo. Pobre caballo, yo no quiero que le hagan daño. Nuevamente volvieron a reír. Toño el herrador dijo: -Matilde, te va a costar convencerla. –Mira, me dijo mi vecina, eso son las herraduras, que son para los caballos lo mismo que para ti esos zapatos, y para bien, cada cuarenta y cinco o cincuenta días, hay que herrarle para que el caballo no sufra de sus patitas. Y mira, cada caballo tiene un número diferente de casco, como cada persona tiene un número distinto de pie, e igual que nosotros, ellos necesitan su zapato, en este caso, su herradura adecuada, para protegerle sus pies.
     Más tarde supe, que las herraduras en algunas ocasiones, eran los propios herradores quienes las hacían, pero en la mayoría de los casos, las compraban ya hechas en las fábricas, y como muy bien me dijo mi vecina, tienen diferente numeración.
     Hoy en día la figura del herrador no es tan común, es un oficio que a pesar de que en la actualidad está repuntando e incluso hay escuelas de herraje donde se aprende el oficio, que, por cierto, no es nada fácil obtener el título oficial, pues se les exige conocer a la perfección, tanto el casco del caballo, como tener conocimientos de ortopedia y radiología, pues deben de ser capaces de leer una radiografía para hacer un óptimo trabajo. En la actualidad este oficio está muy bien pagado y se enfoca más al ámbito deportivo, turismo ecuestre, espacios inaccesibles para el automóvil, etc., pero antiguamente gozó de gran importancia desde la Edad Media hasta la modernidad con la revolución industrial. Y es en este periodo donde la figura del herrador tuvo su época dorada ya que el número de équidos era muy elevado, raro era la casa en Valles Pasiegos, Penagos, Trasmiera, donde en sus cuadras no contaran con algún caballo, asno, mulo e incluso vacas de tiro y labranza. Cada zona; Vega de Pas, Selaya, Saro, Vega de Villafufre, Santa María de Cayón, etc., contaba con su herrador, que bien en su propia fragua o de manera ambulante daba servicio a los vecinos.  En la zona de Santa María de Cayón gozaron de gran prestigio por su buen hacer D. Pedro Huerta y posteriormente su hijo D. Antonio, más conocido como Toño el herrador. Así como en Selaya tuvo gran fama Balbino; en Vega de Villafufre Narciso y en Saro Luis Quintial. Un buen herrador es un tesoro, pues de él depende la buena salud y bienestar del animal.
     Entre las herramientas utilizadas por los herradores se encuentran las siguientes: El Bolo que es donde se meten todas las herramientas. Martillo de nylon que sirve para descalzar. Descalzador. Gubia de embutir. Martillo de clavar. Tenazas de descalzar, Tenazas de corte. Escofina. Tenaza de remachar los clavos (para evitar dar golpes con el martillo, pues contra menos golpes se le dé, mejor). Legra para cortar.
     La modernidad trajo consigo los tractores y otros útiles modernos de labranza, así como los automóviles y disminuyeron drásticamente los animales y con ellos los herradores.
    


domingo, 3 de noviembre de 2019










LOS EDIFICIOS QUE OCUPARON EL AYUNTAMIENTO DE SANTA MÁRÍA DE CAYÓN EN VALLES PASIEGOS

   Hoy voy a hablar sobre los diferentes edificios conocidos que han sido destinados a nuestra Administración Local a través de los tiempos, y alguna de sus anécdotas. El primer edificio se encontraba en el barrio El Tragüezo, uno de los barrios más importantes del pueblo de Santa María de Cayón. Se construyó en el año 1830, sobre las ruinas de otra edificación que se llevó una de las grandes crecidas del río. En este lugar, probablemente, se edificó la Casa Consistorial porque por allí pasaba la carretera o camino real, como lo llamaban antiguamente, que iba a Vega de Villafufre, Villacarriedo, Selaya, y otros lugares de Valles Pasiegos, cruzando el río Pisueña a través de un puente de madera, y seguía por la ladera del monte, para salir al puente de El Diablo.
   El río Pisueña ha tenido muchas y graves crecidas, llevándose o dañando seriamente el puente que unía a ambos lados del camino real, tanto es así, que debido a la importancia que éste tenía para las localidades de los alrededores, le tenían como bien de interés común y los daños eran sufragados entre las diferentes comunidades.
   Tengo que mencionar también, que entre los años 1833 a 1860 Lloreda fue un Ayuntamiento propio e independiente, cabeza del municipio que llevaba su propio nombre y se unió a Santa María de Cayón definitivamente, por el Decreto promovido por el Ministro de Justicia D. Javier de Burgos, bajo el reinado de S.M. regente doña María Cristina de Habsburgo-Lorena, siendo agregadas las comunidades menores de Totero y Esles.
   Del edificio del barrio El Tragüezo se pasó al barrio El Sombrero, al solar donde la Sociedad Nestlé construyó y donó al Real Valle de Cayón en el año 1929 su nuevo Ayuntamiento con motivo de la conmemoración del 25 aniversario de su instalación en el Valle.
   Esta construcción fue incendiada y destruida interiormente, en tiempos de la República, el 27 de agosto de 1935, quemándose toda la documentación antigua con la historia del Municipio, así como también la administrativa de la Corporación, salvándose únicamente, la del Juzgado Municipal, instalado en la primera planta y que la juventud del pueblo libró de las llamas. Posteriormente fue reconstruido todo el edificio, también por la Sociedad Nestlé y de nuevo entregado al Municipio en el año 1936. Como anécdota diré, que siempre oí a los mayores del pueblo, que este hecho fue una auténtica desgracia para los vecinos del valle de Cayón, pues entre otros documentos muy importantes, había un contrato entre la Sociedad Nestlé y el Ayuntamiento de Santa María de Cayón, en que los trabajadores del valle tendrían preferencia a la hora de entrar a trabajar en la fábrica, sobre los de otras localidades, pero tras la destrucción de los documentos, todo cambió.
   El edifico donado por la Sociedad Nestlé es una hermosa edificación de estilo modernista que se encuentra ubicado dentro de una finca rodeada por un muro de piedra y está adornada por varios árboles, entre los que se incluyen algunos catalogados como singulares. Tiene una torre hecha con piedra de sillería y en la planta inferior cuatro arcos de medio punto dan acceso al soportal. En la parte superior de la torre hay una campana con decoración de forja y un reloj donado por D. Pedro Manuel Cobo y Bustamante en el año 1929. Fue éste, vecino de Esles. Dicho reloj fue encargado a la fábrica de relojes de torre y fundición de campanas, Viuda de Moisés Diez, ubicada en Palencia y se colocó el 3 de febrero de 1930 por un mecánico y su ayudante, venidos desde dicha ciudad.
   Posteriormente, en el año 2003 se inaugura la ampliación de la Casa Consistorial para cubrir las nuevas necesidades administrativas. Siendo sufragadas dichas obras por el Gobierno de Cantabria. Esta construcción ha sido diseñada por el arquitecto Jaime Páez Maña siguiendo el estilo modernista de la primera construcción.
   De los pocos documentos salvados de la inundación del valle por el río Pisueña en 1834 y del incendio en 1935 había un libro de actas que encabezaba las mismas con las palabras: “EN EL REAL VALLE DE CAYÓN”, Título confirmado por la Dirección del Archivo de Simancas, en el libro 40, folio 146, año 1753.
   Dichos documentos dejan constancia de 1929 de todos los nombres que constituían el Ayuntamiento, siendo alcalde en dichos años D. Higinio Gómez Rapado, también anota los componentes de las Juntas Vecinales de cada pueblo y todas las Juntas Locales que lo administraban, con sus respectivos cargos. Las Juntas eran las siguientes:
Junta Local de Primera Enseñanza.
Junta de Beneficencia.
Junta de Protección de Animales y Plantas.
Junta de la Fiesta del Árbol.
Junta de Amillaramiento.
Junta de Sanidad.
Junta de Protección de la Infancia.
Junta de Información Agrícola.
Junta de Consejo de Trabajo.
Junta del Catastro.
Junta del Censo Electoral.
En total, aquella Administración Local contaba con once Juntas Asesoras. El Señor Alcalde presidía todas ellas y el Secretario Municipal, actuaba como tal en cada una de ellas. 


domingo, 13 de octubre de 2019












CURTIDORES, CORTADORES Y ZAPATEROS EN VALLES PASIEGOS
     El tema que hoy me ocupa tiene un gran valor sentimental para mí, pues es la historia de una saga familiar, la mía.
     Corría la década de 1850 cuando mi tatarabuelo Martín Ruiloba, hijo de José María Ruiloba y Tomasa, de profesión artesano del calzado y natural de Novales en Alfoz de Lloredo, decide trasladarse junto con su esposa Rosario González para dar servicio de zapatería al colegio de los Padres Escolapios de Villacarriedo. Entre sus pertenencias, viaja con las herramientas básicas para comenzar su vida profesional, viene de un pueblo y una familia con tradición de zapateros. Junto con su flamante esposa emprenden una nueva vida. En Carriedo, como lo conocemos familiarmente, nacen todos sus hijos, entre los que se encuentra mi bisabuelo Plácido Ruiloba. Martín se dedica al servicio de zapatería para el colegio, así como presta sus servicios a los vecinos del valle. Es un hombre muy afable y con un gran don de la palabra. Él conoce muy bien su oficio y no tardará en tener gran popularidad entre los vecinos. Tras una vida dedicada a la profesión de zapatero, es su hijo Plácido quien toma el relevo, pues su otro hijo, Gregorio, decide irse a Cuba. Mi bisabuelo, es un hombre con gran visión comercial y pone en marcha una fábrica o taller de calzado artesano que llega a contar con diez trabajadores, cada quien tiene su misión en la cadena de fabricación, uno corta la piel, se lo pasa a otro que la coserá y así sucesivamente hasta llegar al último, cuando el zapato está terminado. Pronto goza de gran popularidad y su calzado es solicitado por todos los rincones de valles pasiegos. Puntualmente viaja a la capital, a Santander, en su caballo rojo, en busca de materiales para su negocio. Es cliente habitual de la fábrica de curtidos de cuero Mendicouague situada en el Paseo del Alta, actual Paseo de General Dávila. Esta era la empresa más antigua de Cantabria ya que desde su apertura hasta su cierre en el año 2000 trabajó durante 239 años. Esta empresa tenía productos de muy buena calidad y era experta en curtir y tintar pieles. Mi bisabuelo Plácido Ruiloba aprovechaba el viaje para ir a la calle Tetuán, a la fábrica La Societé General des Cirages Françaises et Forges d´Hennebon para comprar las latas de betún para calzado que fabricaba con el nombre de “Eclipse”. La fábrica era conocida como “la cirages” o “la fábrica de betún”. Además de este producto fabricaba envases y latas de hojalata de todo tipo, para café, galletas, aceite, etc. Esta factoría tenía edificaciones a ambos lados de la calle y se comunicaban dichos edificios a través de un puente. Tenía una gran chimenea que se podía ver desde Puerto Chico, por detrás de la fábrica de azúcar que ocupaba los terrenos del actual colegio Padres Escolapios o Calasanz de Santander. Fue en uno de estos viajes de negocios donde conoció a la que sería su esposa, Hermenegilda Pérez Fuentes Pila, conocida como Gilda, de quien he heredado mi nombre. Mi bisabuela Gilda era vasca, de Balmaseda. Trabajaba en Bilbao en una fábrica de pieles y curtidos hasta que se presentó a un concurso de corte de piel y quedó campeona de España, esto cambiaría su vida. La empresa Mendicouague de Santander la contrató y es ahí donde se enamoraría de mi bisabuelo, para posteriormente casarse en la iglesia de “El Cristo” en Santander y trasladarse a Villacarriedo donde formó parte de la empresa familiar y ni que decir tiene que, a raíz de ahí, fue ella la encargada de cortar la piel para fabricar el calzado, pues nadie la igualaba en este arte. Todos sus hijos varones, entre los que se encontraba mi abuelo José Joaquín Ruiloba, conocido como Pepe, aprendieron el arte de confeccionar calzado, tanto es así, que cuando eran jóvenes, tenían la tarea de hacer un par de zapatos o botines diarios, cada uno, y hasta que no lo acabasen no podían salir de fiesta. Una anécdota es que uno de mis tíos deseaba mucho ir a una fiesta, pero su padre no lo dejaba ir, él le dijo: -Si me dejas ir, hago dos pares de botines antes de salir. Su padre al ver el gran interés que tenía le dijo: - Está bien, pero hasta que no los hagas, no te vas. Tal vez se lo dijo pensando que no los iba a acabar, pero mi tío era muy rápido en su trabajo y más aquel día que tanto le interesaba irse de fiesta. Y para asombro de su padre, terminó los dos pares de botines y se fue. Mi abuelo heredó de su madre el arte de cortar, era un gran cortador de piel, pero sus sueños de juventud lo llevaron por otros caminos y se fue primeramente a Cuba, a la plantación de su tío Gregorio, más tarde estuvo en Pensilvania de intérprete de inglés, idioma que hablaba a la perfección, posteriormente en Filadelfia para terminar en México. Allí se casó con una española, mi abuela Isabel Casasola. Tuvieron varios negocios además de una peletería, sin duda, mi abuelo al conocer el mundo de la piel, optó por esta profesión. Varias veces le robaron los establecimientos, pues la delincuencia en México estaba a la orden del día, hasta que se hartó y decidió regresar a España. Compró varios baúles, que llenó con pieles y cueros, con la intención de construir una fábrica de calzado en Villacarriedo, y formar una sociedad junto a uno de sus hermanos. Cuando regresaban y estando en alta mar estalló la guerra civil española y no pudieron entrar en España, estuvo junto a mi abuela, mi padre y mi tía Gloria por toda Europa hasta que acabó la guerra y pudieron regresar a Villacarriedo. Una vez en casa, su hermano no quiso entrar en la sociedad de la fábrica por lo que decidió vender todas las pieles a una empresa, obteniendo un gran beneficio, pues acabada la guerra las cosas cambiaron mucho. La fabricación de curtidos se vio muy beneficiada con la guerra, pues al agotarse las existencias por el conflicto, el producto adquirió un precio elevadísimo y se revalorizó un 200 por ciento pues a menor oferta mayor precio y esto le sirvió a mi abuelo para colocar las pieles traídas desde México con tanta ilusión, en una empresa de curtidos, obteniendo grandes beneficios. Un hermano de mi abuelo, Plácido Ruiloba, conocido como Pasín, siguió los pasos de sus ancestros. Mi abuelo se dedicó a otro tipo de negocios. Y así, mi familia ha contribuido en Valles Pasiegos con su saber hacer dentro de la artesanía del calzado.
    

domingo, 29 de septiembre de 2019










EL FOTÓGRAFO POR EXCELENCIA EN VALLES PASIEGOS “TOÑO EL PISTOLO”

     La primera vez que vi a “Pistolo”, como cariñosamente lo conocíamos, fue un quince de agosto, festividad de Nuestra Señora de Valvanuz, en la pradera, en Selaya. Yo era muy pequeñita y como mandaba la tradición, mi madre preparó una rica comida campestre y nos fuimos en el coche, modelo “Fordson”, tipo “rubia” (Ford inglés de ocho caballos) de mi padre. Mis padres, mi hermano mellizo y yo, partimos desde Cayón para pasar un bonito día. Allí nos reuniríamos con otros familiares y juntos compartiríamos mantel. Sentados en el suelo intercambiaríamos los suculentos manjares que las mujeres de la familia habían cocinado. Recuerdo que yo siempre iba de la mano de mi padre, mi hermano de la de mi madre. Ellos eran muy conocidos en la zona y cada paso que dábamos se detenían para saludar a sus amigos. Cuando la conversación se me hacía pesada, tiraba del pantalón de mi padre en señal de que nos fuésemos. Él sonreía y moviendo la cabeza hacia un lado, le decía a su interlocutor: -Nos vamos, que la niña se aburre. Continuábamos la marcha para detenernos un poquito más adelante, al encontrarnos con nuevos amigos de mis padres y así sucesivamente. En una de esas muchas paradas algo llamó mi atención, y al quedarnos solos, señalé con mi dedito infantil a un personaje extraño que se encontraba enfrente de mí - ¿Quién es ese señor tan raro? Mi madre me reprendió: - No señales con el dedo, que es una falta de educación. Yo en esa época estaba con los ¿por qué? Y en mi curiosidad de niña quería saberlo todo. Mi padre me respondió: Es “Pistolo” un artista. - ¿Un artista? ¿y por qué es artista? -Porque él es capaz de detener el tiempo a través de la fotografía. ¿Ves ese cajón? -Sí, le respondí. -Es una máquina para detener el tiempo. - ¿Es magia? -Algo así, si él nos hace una fotografía en este momento, dentro de muchos años, seguiremos siendo iguales que hoy en esa imagen.
     “Pistolo” cuyo nombre verdadero era Antonio Fernández Pando, originario de un pueblo cercano, de Pedroso de Villacarriedo. Hijo del herrero, tenía un hermano que según comentaban unos amigos de mis padres, que llegaron en aquel momento de los ¿por qué? compraba suelas de goma de las alpargatas para volverlas a vender. Las que más le interesaban eran las conocidas como suela de tocino o crepé. Este era otro oficio ya desaparecido, mucha gente en aquellos tiempos se dedicaba a la compraventa de estos materiales. Yo seguía observando a aquel mago, era un señor mayor, con el pelo muy blanco, más largo de lo habitual y desgreñado, con una bata blanca ennegrecida, sin duda por los materiales necesarios para hacer las fotografías. Tenía un cajón de madera, apoyado en un trípode del mismo material. En el suelo un “caldero” (cubo recipiente) y en el cajón a ambos lados pegadas una serie de fotografías de jóvenes, ancianos y bebés. La cámara de cajón, es un cajón con una apertura en un extremo y una lente a través de la cual se impresiona el material fotográfico que más tarde será revelado. En el lado opuesto de la lente se encuentra una manga de tela negra, opaca, por la que se introducía la mano y medio brazo. Sobre el cajón un trapo negro con el que se cubría la cabeza para sacar las fotografías a los curiosos clientes. En el suelo también había un cuévano en el que transportaba dichos utensilios de trabajo. A “Pistolo” según comentaron, lo llamaban así porque era muy bueno arreglando las pistolas. Él como tantos jóvenes en aquellos tiempos de necesidad, partió a París en busca de un modo de vida mejor, se fue en la década de 1920 y allí tras muchas necesidades y vicisitudes trabajó como “sparring” (persona que ayuda a un boxeador a entrenarse peleando juntos). Muchas fueron las palizas que recibió, hasta que harto, decidió regresar a su Valle de Carriedo en los años 30 acompañado de su cámara de retratar. Una de las primeras que hubo en Cantabria. Fue un hombre bohemio, naturalista y vegetariano y supo ganarse el cariño de todos los vecinos de Valles Pasiegos a quienes inmortalizó a través de sus fotos.
     Estas máquinas de cajón constan de un lente con diafragma, un disparador, paleta de copia, manga, vidrio rojo que permite entrar la luz roja. En el interior tiene tres formatos: tamaño tarjeta, formato intermedio y formato postal. Un revelador. En unos cinco minutos estaba la fotografía.
     La fotografía es una invención francesa. La primera fue tomada por el inventor Joseph Nicéphore Niépce en 1826 e inmortaliza desde una ventana en un pueblo francés, una vista sencilla. A su muerte Joseph dejó su trabajo inacabado a Louis Daguerre. En 1839 el “daguerrotipo” que ya eran imágenes con calidad fotográfica y una técnica que permitía su conservación en el tiempo, pero aún eran copias únicas. Louis Daguerre patentó su invento que gozó de gran éxito entre los aficionados a la fotografía y todo el que quería hacer un “daguerrotipo” tenía que pagar una gran suma de dinero a su inventor. Posteriormente, William Henry Fox Talbot patenta en 1841 el “calotipo”: El primer proceso que podía positivar un negativo tantas veces como se quisiera.
     Próximamente se publicará un libro relacionado con la fotografía: “FOTOS ANTIGUAS DEL VALLE DE CARRIEDO”. En él, además de numerosas fotografías de los vecinos que han formado parte de este valle a través de los tiempos, se hablará de sus vecinos más ilustres y destacados, entre los que se incluye “Pistolo”, pues el primer fotógrafo de Valles Pasiegos, no podía faltar en este precioso e interesante libro que es el fruto del esfuerzo de varias personas que desinteresadamente lo han hecho posible.

domingo, 8 de septiembre de 2019












VENDEDORES AMBULANTES EN VALLES PASIEGOS  
     Muchos y diferentes tipos de vendedores ambulantes han pasado por nuestra tierra a lo largo de los siglos, de los años…Antiguamente no había la movilidad que hay hoy en día, no existían los automóviles que nos dan tanta independencia. En los pueblos y barrios de las ciudades, estaban los pequeños comercios de ultramarinos que también hacían las veces de bares o tascas. En ellos se podía conseguir casi todo lo que se necesitaba para sobrevivir, que bien es cierto, en aquellos tiempos, no era mucho. ¿Quién no ha oído hablar de los vendedores gallegos que acudían a nuestra tierra para ganarse la vida? En sus espaldas portaban una especie de maleta de madera que, al abrirse, era observada con esos ojos de admiración e intriga de quienes no estaban acostumbrados a ver productos tan finos y distinguidos. El vendedor adornaba y sabía vender bien su mercancía, quien lo escuchaba, podía imaginarse con esos preciosos y finos pañuelos, perfumes, unos simples cordones pasaban a ser para quienes los llevasen, casi productos exclusivos de actores, y que decir de los tirantes o cinturones y así estos hábiles vendedores se ganaban la vida andando de pueblo en pueblo.
      Otro personaje que nos visitaba con cierta asiduidad era el mielero. Con su manera típica de vestir, llevaba boina, blusa negra o gris, pantalón de pana, alpargatas. De uno de sus hombros colgaban uno o dos recipientes de madera, eran estos, envases cilíndricos como el barril o la cuba, con asas largas de cuero. La tapa estaba dividida en dos partes, una fija y la otra móvil, que se abría alrededor de una bisagra. En su interior estaba la tan preciada miel, e introducida en dicho tonel, se encontraba la cuchara de madera de mango largo con la que se servía a los clientes. En el otro hombro colgaba una alforja y dentro de ella, chorizo, salchichón, queso. Todos productos artesanales. Tampoco podía faltar la romana, romanita como decían ellos, para pesar la mercancía. Con la miel, primero pesaban el tarro vacío en el que se introduciría el producto, después lleno: - “No la quiero engañar señora, mire la romanita, el peso bien corrido” –“Tu verás, si me engañas, no vuelvas. “La estoy vendiendo miel auténtica de la Alcarria y los mejores embutidos y quesos de la zona. Yo soy de la provincia de Guadalajara, de Peñalver” –“Ya te lo diré cuando vuelvas, pobre de ti como me engañes”. Y así estos vendedores ambulantes trataban yendo de casa en casa y de pueblo en pueblo, al grito de. ¡El mielero! ¡Miel de la Alcarria! ¡A la rica miel!
     Otro personaje que llamaba mucho la atención de los niños era el vendedor de utensilios de barro, por su despliegue con varios mulos, con sus alforjas de jareta cargadas de vasijas, tiestos, botijos, jarras, tazas, tinajas vidriadas parcial o totalmente, que se utilizaban para todo tipo de líquidos, semillas y en las zonas de Cayón, Carriedo, Selaya, Saro, Vega de Pas, Penagos, Trasmiera, para guardar la matanza del cerdo. Los alfareros, muchas veces eran los encargados, tanto de fabricar sus propios productos, como de venderlos, aunque era más habitual que hubiese un intermediario. Estos vendedores venían desde La Mancha. Y sus productos gozaban de un prestigio milenario, pues ya dos mil años antes del nacimiento de Cristo se utilizaba la técnica del torneado, es decir, modelar a mano en una cabeza de rueda, una masa fresca de arcilla. Los alfareros solo utilizan la arcilla en sus creaciones, por el contrario, los ceramistas utilizan todas las variedades existentes del barro y cuentan con dos técnicas propias: el esmaltado y la decoración. Los ceramistas son alfareros especializados en fabricar piezas de forma artística y se diferencian de los alfareros en que después de cocidas las piezas todavía les quedan pasos por dar: El esmaltado y el decorado. Utilizan la llamada “Paleta de Gran Fuego” es decir: emplean únicamente seis colores: azul, amarillo, verde, anaranjado, negro y blanco. Obtenidos de la mezcla de diferentes minerales. En Castilla-La Mancha se encuentran dos de los centros más importantes del mundo: Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo. Sus cerámicas son muy similares, pero se diferencian en que la del Puente del Arzobispo (Toledo) predomina el color verde esmeralda, el vidriado es menos blanco, esto permite percibir el tono cremoso de sus arcillas. Por otro lado, está la persistencia de antiguas temáticas como los motivos de caza de cierto barroquismo paisajístico.
     Y para finalizar, contar una anécdota de cuando venían los mulos cargados de vasijas de barro al barrio de San Antonio, en La Abadilla de Cayón. Caminaban en fila, uno tras otro, por la calle conocida como “La Rampa”. Al fondo, en el barrio, estaban observando un grupo de vecinos y como en todos los grupos había un joven más gracioso y le dijo a los demás: -“A que paro a los mulos en seco”.  Como es lógico todos se burlaron. –“¿Pero que dices hombre?” El joven crecido dice: -“Ya lo veréis” y de su boca salió una expresión parecida a esta –“Yip” Y para asombro de todos, los mulos se pararon en seco. El alfarero no podía hacerles caminar y por más que les decía, ellos permanecían  clavados en el suelo. El alfarero tirando de ellos y moviendo la boina de atrás para adelante, ellos clavados en el suelo, y el dueño gritando. Pasa un vecino a su lado y le dice: -“Ahora comprendo la expresión de eres más terco que una mula”. –“No entiendo que les ha pasado, venían la más de bien, y de repente, se han parado. Y no hay manera de que se muevan”. Ni que decir, que al otro lado de la calle estaba el grupo de vecinos viendo el espectáculo sin poder controlar las carcajadas.


                                                                                             

domingo, 25 de agosto de 2019















EL AFILADOR EN VALLES PASIEGOS

      Este es uno de los muchos oficios que está en vías de extinción. ¿Quién no tiene en sus recuerdos la figura del amolador? Más familiarmente conocido entre nosotros como “afilador”. Recuerdo en mi infancia a “Benito el Afilador”, venía desde Galicia, y pasaba temporadas por Cantabria, y como no, por nuestros queridos pueblos de Valles Pasiegos, entre ellos los del valle de Cayón. Era un hombre corpulento y muy afable, siempre con la risa en la boca y esa sabiduría que le daban los años, recorriendo los pueblos, tratando con gentes de toda índole. Conocía a la perfección a cada familia, sus virtudes y defectos, pero siempre se ha dicho, que el mejor psicólogo es aquel que trata en negocios directamente con los clientes. Su cabeza estaba cubierta por una boina y siempre llevaba un blusón tipo al de los tratantes de ganado, pero un poco más largo y de color gris ceniza. Empujaba una especie de carrito de madera con una gran rueda, en el que se encontraba la “roda de afiar”, es decir, rueda de piedra o “Tarazona”. En dicho carro llevaba todo tipo de utensilios, paraguas viejos, varillas, mangos o cachabas de paraguas, clavos, tachuelas y como no, un recipiente con agua muy necesaria para un buen afilado. Todos los vecinos se enteraban de su presencia que era anunciada con el “pito de afilador” o “chiflo”. Este consistía primeramente en una pequeña “flauta de pan”, instrumento de viento compuesto de tubos hechos de caña huecos y tapados por un extremo que producían un sonido aflautado de notas graves y agudas, al que seguía el grito: “El afilador…” Posteriormente los “chiflos” fueron de plástico. Los afiladores eran figuras imprescindibles en aquellos tiempos de miseria, en los que no se tiraba nada, pues entre otras cosas, porque había poco que tirar, todo se arreglaba, se remendaba, se remachaba y eso sucedía con los pucheros, tarteras y sartenes de porcelana cuando se agujereaban por el exceso de uso. Ahí estaban los afiladores que con su maña y buen hacer, tapaban el agujero y dejaban el utensilio como nuevo, presto para seguir haciendo su servicio. Además de arreglar los útiles de cocina, afilaban cuchillos, navajas, tijeras, arreglaban los paraguas que el viento daba vuelta rompiendo las varillas. Eran épocas en que todo se reutilizaba. Aún recuerdo, como a ritmo de pedal afilaban los utensilios con ese chirriar tan característico y las chispas que desprendían al rozar con la rueda y ser afilados. Afilar correctamente un cuchillo puede tardar varios minutos. Como anécdota, diré que, en el extremo Oriente, afilar una katana puede llevar meses.
     Los afiladores ambulantes generalmente eran gallegos, de Ourense. Con el paso del tiempo su medio de trabajo ha ido evolucionando. Primeramente, era llevada la rueda a espaldas del propio afilador, más tarde, a lo largo del siglo XX, rodando y posteriormente fue sustituida por un equipo más moderno, y transportado primero, en bicicleta y luego en motocicleta o furgoneta.
     Los afiladores de Orense, como los canteros y zapateros, inventaron su propia jerga o lenguaje para comunicarse entre ellos y que nadie más pudiese entenderlos y así preservar el secreto de sus técnicas. Era su (idioma secreto) y se llamaba “barallete”.
     Desafortunadamente, con el paso de los años y la mejora de la economía, así como de las nuevas costumbres entre los ciudadanos de consumir masivamente, de la cultura de usar y tirar, la profesión del afilador casi ha desaparecido. Las nuevas técnicas de afilado han dado paso a su desaparición, no obstante, siguen siendo preferidas dentro del gremio de cocineros, en cocinas industriales, por su mejor corte y mayor duración para los cuchillos y tijeras.
     En la novela de Benito Pérez Galdós “La Corte de Carlos IV (1873) podemos encontrar unas palabras que hacen mención a los afiladores: “Mira Gabrielillo - dijo incorporándose y apartando de la rueda las tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas…
     A continuación, pondré unas palabras en “barallete” y su significado: Arreador-afilador; bata-madre; bato-padre; facorria-cuchillo; faiña-navaja; follato-paraguas; irmuxo-hermano.
    



    

domingo, 11 de agosto de 2019












LA IMPORTANCIA DEL MAÍZ EN VALLES PASIEGOS

     Como venimos diciendo en artículos anteriores, los Valles Pasiegos han subsistido mayoritariamente gracias a la agricultura y la ganadería.  En la Edad Moderna que comprende el período entre el año 1.492 y la Revolución Francesa, en 1.789. Era una economía de subsistencia en la que prácticamente se consumía todo lo que se producía y esto, cuando eran años de bonanza, con lo cual no había excedentes. Dependía en gran medida de los terrenos, la climatología y los factores ambientales. Se sabe a través de un pergamino impreso en Sevilla en el año 1.582 que los valles de Cayón, Toranzo, Castañeda, así como Santander y Santillana, sufrieron grandes inundaciones provocando la muerte de numerosas personas y a mediados del siglo XVI, una plaga de roedores destruyó las cosechas de los valles de Cayón y Toranzo. En esta época prácticamente no circulaba la moneda debido a la precariedad económica y era habitual el uso del trueque para todo tipo de transacciones.
     Gran importancia tuvo la llegada del maíz, se sabe que es originario de México y que se introdujo en Europa durante el siglo XVI después del descubrimiento de América. Lo trajo Colón en su primer viaje en 1493 con el nombre de “panizo”. Hubo intercambios de especies vegetales y animales entre ambos continentes. Actualmente es el cereal de mayor producción en el mundo, por encima del trigo y el arroz. El maíz es originario del municipio de Coxcatlán, en el valle de Tehuacán, Estado de Puebla en el centro de México. Llegó a Cantabria a partir del siglo XVII y esto supuso una revolución económica que a su vez se convirtió en un gran crecimiento de la población, así como en una considerable mejora de la calidad de vida de los vecinos. Antes del cultivo del maíz se sembraba: trigo, en sus variedades pobres “escanda” y” esprilla”, cebada, mijo y centeno, pero estos no eran tan rentables ya que eran propios de climas más secos y al depender de los factores climáticos, ambientales y plagas, entre otros, muchas veces las cosechas eran malas y ante la baja productividad los vecinos de Valles Pasiegos se veían obligados a ir a saquear los cereales a tierras vecinas como las castellanas, debido a las temidas hambrunas y además no tenían dinero para comprar el grano importado por mar al que llamaban “trigo de la mar”.  Además de esto, también se cultivaba lino para la elaboración de ropa, hortalizas y árboles frutales. La alimentación en Cantabria estaba basada en la borona, tortas y gachas elaboradas con mijo y centeno, junto con un guiso de verduras, berza y repollos cocidos con algo de manteca o tocino conocido como “pote” o “puchero”. Curiosamente la alimentación actual en la cornisa cantábrica está basada en productos traídos de las Indias Occidentales: maíz, alubias, tomate, pimientos, patatas…
     Al principio al maíz lo llamaban “mijo de Indias” ya que reemplazó al mijo. Como anécdota diré que en Asturias se convirtió en monocultivo, dando lugar a la aparición de una enfermedad llamada “la pelagra” debido a una dieta monótona en maíz. Se plantaba en primavera y se recogía por septiembre, contrariamente el trigo se plantaba en invierno y se segaba en junio, julio o agosto. El maíz era un cereal de ciclo corto ya que desde que se sembraba hasta que se recogía sólo pasaban seis meses y así la tierra podía descansar otros seis con lo que se reponía su capacidad nutricional, siendo posteriormente abonada con el estiércol de los animales y labrada por estos y así se complementaban la ganadería y la agricultura. Se solía alternar un año maíz y otro trigo y entre el maíz se sembraban las alubias y así las guías de éstas se aferraban a los panojos dando posteriormente sus frutos. El maíz se adaptaba muy bien al clima húmedo y suave de la mayoría de Valles Pasiegos, Penagos, Trasmiera... No así en lugares de alta montaña por encima de los puertos debido a las heladas y falta de humedad que mataban las plantas. Con la llegada del maíz y sus buenas consecuencias económicas se cortaron los manzanos muy habituales sobre todo en el valle de Cayón, pues con las manzanas se hacía la sidra que era una bebida alcohólica muy apreciada, aunque también había viñas cuyas uvas producían un extraordinario vino llamado “chacolí”. Todavía podemos encontrar terrenos muy adecuados para esta actividad por los Valles Pasiegos y fincas con nombres relacionados con estos ejercicios. Recuerdo en Llerana de Saro una propiedad de mi abuelo Manolo, llamada “La Viña la Torre”. Si observamos con atención podemos ver en muchas paredes y terrenos que aún nacen pequeñas viñas. Desde la Edad Media se producía vino, siendo de gran calidad y productividad, el chacolí tenía gran producción en Cayón, Trasmiera, Castañeda y Piélagos tanto es así, que se prohibió a mediados del siglo XVI la importación de vinos franceses para dar salida a los autóctonos.
     La llegada del maíz supuso un empuje económico y se crearon nuevos trabajos como los molinos harineros que fueron muy numerosos en Valles Pasiegos y en Cayón en especial, pues se contaba con los ríos y riachuelos que eran necesarios para su funcionamiento. En Cayón he llegado a contar veinticinco molinos harineros, pero sin duda existieron muchos más, pues el paso de los años borró su huella. Con el maíz llegaron también las reuniones entre vecinos con la deshoja y las magostas en las que los vecinos se divertían y hacían más amenos sus trabajos recitando versos y coplas antiguas, al igual que hoy lo hacen los “rabelistas” de Cabuérniga o Campoo, pero sin rabel.

domingo, 21 de julio de 2019














“LOS CAMIONES DE OLLAS Y LAS PEQUEÑAS 

GANADERÍAS EN LOS VALLES PASIEGOS”

Cantabria siempre ha estado ligada a la ganadería, hablar de “La Montaña” o decir me voy a Santander cuando se está fuera de la región, es tanto, como venir a la mente de los interlocutores, las verdes praderas, salpicadas con esas vacas, generalmente pintas negras. Cuando entramos por El Escudo vemos esos prados tan verdes que chocan con el paisaje castellano que acabamos de dejar atrás. Ante nosotros se abre esa belleza de pequeños prados, separados con esas paredes de cantería que uno las observa y no puede comprender como no se caen, sin argamasa, colocadas estratégicamente unas sobre otras, estas paredes separan los prados y huertos y dentro de ellas, alguna cabaña y ahí estaban ellas, majestuosas, paciendo la tierna hierba verde o tumbadas rumiando. La sensación que experimentábamos al ver estas imágenes no tenía precio. ¡Estábamos en casa! Pero algo de todo esto cambió. Recuerdo, que en la mayoría de las casas de los Valles Pasiegos, San Pedro del Romeral, Vega de Pas, San Roque de Riomiera, Selaya, Villacarriedo, Saro, Llerana, Cayón, Penagos, Trasmiera… Por toda la región, en cada pueblo, en cada barrio, las casas con sus cuadras y ellas eran las reinas. Recuerdo mi barrio, prácticamente en todas las casas había una ganadería, Cayón principalmente ha subsistido con la fábrica de la Nestlé en La Penilla, donde trabajaban mayoritariamente los hombres, pues con las leyes de antes de la democracia, las mujeres casadas no podían trabajar y eran estas, quienes atendían el ganado cuando sus esposos trabajaban. En cada casa había un mínimo de cuatro vacas, de ahí para arriba, estas ganaderías por lo general estaban a nombre de las mujeres que a su vez cotizaban a la seguridad social en el Régimen de Agraria, con lo que además de un sobresueldo se aseguraban la vejez. Generalmente, con los beneficios que sus vacas les producían, arreglaban los gastos de la casa y el jornal del marido quedaba ahorrado para otros menesteres u obras mayores. Esto permitió que la zona de Cayón siempre fuese muy próspera, pues eran dos sueldos los que entraban en la casa. La leche recién ordeñada se llevaba al depósito, donde mas tarde lo recogería el camión, en ollas. Posteriormente, los depósitos fueron perdiendo su identidad y los camiones iban recogiendo la leche prácticamente en las cuadras. En los primeros tiempos existían dos fábricas de recogida de leche, primeramente, la Nestlé que comenzó a funcionar en 1905 y posteriormente la SAM que se estableció en Renedo de Piélagos en 1931 y comenzó a funcionar en 1932 y llegó a contar con tres mil proveedores y tras varios cambios de titularidad se convirtió en la SAM-RAM.  Más tarde llegaron otras fábricas como Collantes, Morais, El Buen Pastor, Clesa… Los camiones de recogida de  leche lo hacían dos veces al día, por la mañana, recién ordeñadas las vacas y por la tarde. Eran puntuales, tanto así, que muchos vecinos se regían por el horario de los camiones. Así mismo, muchos ganaderos los usaban como medio de transporte gratuito para desplazarse a otros lugares e iban en las cabinas con el camionero, pues en aquellas épocas no había coches como ahora y los autobuses no tenían tantos horarios ni pasaban por todos los pueblos. De este modo, se formaba un vínculo especial de amistad entre camioneros y ganaderos.  Terminada la ruta de recogida, estos transportistas autónomos, entregaban la leche en las fábricas, donde era analizada y seguía su proceso de fabricación. Pero la modernidad acabó también con todos estos puestos de trabajo. Con la entrada en la Comunidad Europea, las ganaderías pequeñas desaparecieron prácticamente todas, muy pocas quedan en pie y con ellas los camiones de las ollas, se perdieron muchos puestos de trabajo, fue una perdida muy traumática para muchos transportistas que se vieron obligados a dejar su trabajo. Muchas veces con el camión recién comprado y los traumas que esto causó dentro de muchas familias. A los ganaderos que quedaron en pie, se les exigió poner los tanques de refrigeración y a los camiones que quedaron, las cisternas, con lo cual, la recogida de leche ya no se hace diariamente. Y de este modo, tanto los camiones de ollas como los pequeños ganaderos, han pasado a ser oficios del pasado. Ojalá, que la modernidad no acabe con toda la ganadería de Cantabria que es nuestra seña de identidad.

domingo, 30 de junio de 2019











LOS CANTEROS EN LOS VALLES PASIEGOS

       Otro de los personajes muy ligados a nuestra tierra, así como a nuestra historia son los canteros. En toda la comarca de los Valles Pasiegos podemos admirar la multitud de cabañas de piedra y cubiertas de lastra que han sido construidas por ellos. Los canteros se han encargado desde abrir las zanjas de los cimientos y cimentar, hasta culminar la obra con los tejados. En las cuencas altas de los valles del Pas y del Miera, estas cubiertas son de lastras y en los valles de Carriedo, Cayón, Penagos, parte de Trasmiera, los tejados son de teja de barro cocido. Las cabañas son de planta rectangular, con techumbres a dos aguas y muros de mampostería de piedra, de hasta 0,70m. de anchura. Suelen ser de dos plantas. La parte baja se utiliza como cuadra para el ganado y al mismo tiempo sirve de calefacción para la primera planta que está aislada de las humedades del suelo.  Esta, se suele dividir en dos partes, la mitad, en pajar, y la otra mitad, en parte habitable; cocina de “lar” y en algunas ocasiones una o dos habitaciones. Las cabañas de dos plantas tienen unas escaleras de piedra en el exterior para acceder a ellas y cuando ya son más lujosas, una solana de madera. Por la puerta se introduce la hierba seca al pajar.  
      En muchas de estas cabañas, los canteros hacían a ambos lados de la puerta las “posaderas” que consistían en dos losas apoyadas en la pared y que sobresalían de esta, una horizontal y la otra justo donde terminaba, por un costado, en vertical, y otras, solo con una losa horizontal. Estas “posaderas” servían para posar el queso, la manteca, poner la leche a refrescar y que los animales, por ejemplo, los perros no lo pudiesen alcanzar y comérselo. Los canteros eran maestros en colocar las lastras en las techumbres, primero los “alares” en la fila bajera, una “media” encima de esta, lo ancho abajo, y por encima la “entercia” y así construían las cabañas sin una sola gotera por muy difícil que parezca.
     Pero en los Valles Pasiegos podemos encontrar una gran obra en la que la cantería tuvo un papel importante. Los artesanos de la piedra dejaron su huella en el Túnel de la Engaña donde grandes canteros, entre ellos gallegos, dieron forma a estas edificaciones, concretamente, a la que habría de ser la Estación. Allí nos encontramos con cinco túneles en los que la piedra tiene gran protagonismo. El Túnel de La Engaña que mide 6.976 metros y toma su nombre por la cercanía del río La Engaña. En segundo lugar, podemos encontrar el Marojal, seguidamente, el Empeñadiro, el cuarto el Polvorín y el quinto el Enverao, estos últimos, más cortos que el primero.  Toman su nombre, a excepción del túnel el Polvorín, que se llama así, porque al lado se almacenaba la pólvora, los demás reciben su nombre de los terrenos que ocupan y así se llaman. Pero además de estas obras de cantería podemos encontrar por toda la región importantes obras civiles y religiosas en las que los canteros pusieron toda su imaginación y buen hacer. Nos encontramos con grandes palacios, torres, iglesias, colegiatas, puentes…Obras de gran envergadura. Nuestros canteros siempre han tenido gran fama, especialmente los de Trasmiera y esta se remonta a la Edad Media encontrándose importantes obras suyas fuera de la Región, por toda España, Portugal y Colonias Americanas. Así podemos encontrar monumentos como el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, la Catedral de Sigüenza, la Catedral de Sevilla. Un gran número de estos canteros trabajaron en las Murallas de Ávila. En el siglo XV trabajaban por toda Castilla teniendo puestos de gran responsabilidad. Tuvieron que formar una agrupación del gremio y se comunicaban por una jerga lingüística que solo ellos conocían, se llamaba “la Pantoja”. Este oficio se trasmitía de padres a hijos con los beneficios que esto suponía para los más jóvenes, pues a una temprana edad, llegaban a ser maestros y eran capaces de dirigir obras de gran envergadura. En todas estas obras dejaron su firma en las piedras mediante signos (marca de cantero) que les identificaba como autores de la obra.  
“La Piedra” (es una bonita reflexión que se le atribuye al escritor  
                      Antonio Pereira)                                   
El distraído tropezó con ella.
El violento la utilizó como proyectil.
El emprendedor construyó, con ella.
El campesino cansado la utilizó como asiento.
Para los niños fue un juguete.
David mató a Goliat.
Miguel Angel le sacó la más bella escultura.
En todos los casos,
La diferencia no estuvo en la piedra,
Sino en el hombre.
No existe piedra en tu camino que no puedas aprovechar para tu propio crecimiento.
      

domingo, 9 de junio de 2019














PUENTE DE DON DIEGO EN LA ABADILLA DE CAYÓN EN LOS VALLES PASIEGOS.
       Este puente lo mandó construir D. Diego de Villa en 1889 sobre el río Suscuaja para unir el pueblo de La Abadilla con su barrio de La Paúl y así poder acceder a los terrenos comunales que se encontraban al otro lado del río. Es un puente muy bonito y de un entrañable valor sentimental para los vecinos de este pueblo. Sus dos ojos son de sillería y los muros construidos en mampostería de piedra como mandaba la tradición en aquella época, hechos a mano por unos buenos canteros.
       La modernidad hizo que este puente se quedase obsoleto y hace aproximadamente treinta y cuatro años se produjo la ejecución de la concentración parcelaria y un nuevo puente, más moderno y amplio se construyó, sustituyendo al primitivo. Este nuevo puente es diariamente transitado por coches, tractores e incluso camiones, pero su estructura, nada tiene que ver con el precioso puente de D. Diego.
       El antiguo puente era cruzado por carretas de ejes de madera y varales de varas de avellano, bien enjabonados sus ejes para que “cantaran” fuerte y alto, tiradas por parejas de bueyes. Más tarde los burros o asnos tuvieron gran protagonismo, estos portaban en sus lomos los sacos de pienso para el resto del ganado, el verde o la yerba seca, un par de ollas de leche que llevaban al depósito y más tarde recogería el camión para transportarlas a la fábrica. Las mulas también tuvieron su importancia en la economía de aquellos tiempos, estas ya eran señal de mayor prosperidad y a medida que los tiempos fueron avanzando y con ellos el mayor poder adquisitivo, dentro de la precariedad de aquellos años, fueron los caballos quienes tomaron el testigo de los anteriores équidos. Las carretas de ruedas de madera dieron paso a los carros de ruedas de goma y así el puente de D. Diego ha sido testigo a través de los años de los cambios de los diferentes carruajes.
       Pero si el viejo puente fue testigo de estos cambios, también lo fue de las muchas conversaciones de las mujeres que allí iban a lavar la ropa. Las jóvenes que intercambiaban sus vivencias, fantasías y noviazgos con sus vecinas y que muchas veces eran piropeadas y cortejadas por los jóvenes del lugar que desde el puente las observaban y ellas se las ingeniaban para que les llevasen las ropas mojadas hasta sus casas, pues la distancia no era corta y la carga muy pesada. El viejo puente era lugar de reunión entre las vecinas, los campesinos que iban a hacer sus tareas al campo y hacían un alto en él, para fumarse un cigarrillo y charlar un rato. Luego estaban los vecinos que llevaban sus vacas a beber al río todos los días, y el problema surgía cuando se juntaban las ganaderías de dos o más cuadras. ¡Que follón de vacas! Los nervios de los vecinos afloraban por miedo a confundirlas, ¿y si se llevaban las que no eran de ellos? Nerviosos las arreaban y las vacas corrían amontonándose unas con otras. Eran momentos un tanto angustiosos para los ganaderos hasta que conseguían sacarlas del mogollón, pero las vacas sabían perfectamente quien era su dueño y que camino debían de tomar. Muchas veces los chiquillos del barrio acompañaban a sus vecinos a llevar las vacas a beber al río y cuando estos tumultos de vacas se producían unas veces corrían ayudando al vecino y otras por el contrario los observaban con una mezcla de incógnita y de risas entre ellos, bromeaban y apostaban cuanto tiempo los llevaría recuperar a cada uno sus respectivas vacas.
       Y así este viejo puente de D. Diego, fue testigo del paso de los años en la vida de sus vecinos, hasta que la modernidad llegó y lo convirtió para disgusto de todos, en una ruina, cubierto de zarzas y maleza, hasta el punto de no divisarse. Afortunadamente una vecina del pueblo, del barrio de Sarón, e hija de un vecino del barrio El Cajigal, que, sin duda alguna, habrá oído hablar mucho a su padre de este puente, puesto que ha formado parte de nuestras vidas, fue al puente, observó sus condiciones y como alcaldesa pedánea del pueblo se movilizó y ha conseguido limpiarlo y que el viejo puente vuelva a lucir sus preciosos ojos de piedra de sillería. Muchas gracias Yoli por hacer posible que nuestro viejo puente vuelva a formar parte de nuestras vidas.