PEPITA Y LA VIEJA MÁQUINA DE ESCRIBIR
Recuerdo en mi infancia que mis
padres siempre me llevaban a sus transacciones comerciales y en una de ellas a
una oficina que estaba situada en la Plaza Porticada de Santander. Allí había
una señora rubia, Pepita se llamaba, en cuanto me veía se levantaba, me cogía
de la mano, me llevaba a su mesa, tomaba asiento y me sentaba sobre sus piernas
delante de la máquina de escribir. Introducía un papel en blanco en la vieja
máquina y me decía: Escribe. Ese fue mi primer acercamiento al mundo de las
palabras, ahí decidí que quería ser secretaria, yo admiraba a Pepita.
Con el paso de unos años, ya en el
colegio de los Sagrados Corazones mis padres decidieron reforzar mi enseñanza
con mecanografía, taquigrafía y Contabilidad, tal vez porque sabían mis
aspiraciones. Y fue allí donde tomé contacto con la antigua máquina Underwood. Era
muy cómoda para escribir, los dedos encajaban perfectamente en sus teclas
redondas, de todas las máquinas posteriores, ella fue la más cómoda y con la
que más rapidez experimenté.
Después ya en Centros
especializados vinieron más asignaturas relacionadas con la Administración, y
otras máquinas más modernas se dieron paso, hasta llegar a las eléctricas que
ya eran todo un lujo, pues si te equivocabas podías borrarlo al momento y no
andar con la vieja usanza de poner los papelitos de tiza blancos que tanta lata
daban. Con la eléctrica era una pasada, solo dar a una tecla y corregir. Para
mí tenía un inconveniente, que al estar acostumbrada a poner los dedos en la
fila central tenía que tener mucho cuidado, pues se presionaban las teclas con
mucha facilidad, ya que eran muy sensibles, con el problema que esto conllevaba,
pues se marcaban las letras. Confieso que fue un incordio, posteriormente llegaron
también los primeros ordenadores con aquellas cartulinas perforadas de
ciclostil. ¡Cómo han avanzado los
tiempos! Hoy las nuevas tecnologías día a día se modernizan dejando rápidamente
obsoletas a las anteriores.
Los nuevos ordenadores son todo un
lujo, están llenos de información, escribir y comunicarte es muy sencillo, nada
que ver con las antiguas máquinas mecanográficas.
No puedo por menos que recordar a Pepita, la
señora rubia de la Plaza Porticada que en gran medida tiene la culpa de que yo
sea la secretaria de la Sociedad Cántabra de Escritores.
Y como no, a la vieja máquina de
escribir Underwood que tan buenos momentos me dio, aún recuerdo las clases
detrás del telón del escenario donde se hacían las funciones de Navidad y Fin
de Año que tan entrañables eran para nosotras.
Esta vieja máquina se ha quedado
grabada en mi corazón junto al recuerdo de Pepita.
La vida muchas veces nos depara
grandes sorpresas, entre ellas como una persona a la que admiras y que con gran
cariño te puso delante de una máquina de escribir por primera vez, puede
cincelar en cierto modo tu destino.
Gilda Ruiloba
