Amas de cría
en los Valles Pasiegos
“Laureana
Acebo Abascal”
Cantabria
siempre fue un matriarcado y así podemos encontrarlo en las fuentes literarias
que existen desde la antigüedad, entre ellas las del autor Estrabón el griego,
que a pesar de no haber estado nunca en la península Ibérica, la describe muy
acertadamente, basándose en los conocimientos que le proporcionan sus
predecesores. En este matriarcado que existió en nuestra tierra, eran
las hijas quienes heredaban y las hermanas dotaban a sus hermanos, ellas elegían a las esposas de estos, las mujeres recibían y acogían en sus hogares a
sus esposos y el patrimonio que ellos poseían. Pero si algo ha caracterizado a
la mujer cántabra de todos los tiempos, es su trabajo. A diferencia de
las mujeres de otras regiones, siempre han formado parte de la economía. Han ido a cazar con sus maridos, teniendo derecho a una parte de lo
conseguido, han trabajado en el campo, han recogido los frutos del mar. Siempre
han colaborado estrechamente con sus esposos para mejorar su economía, jamás se
rindieron. Hicieron grandes sacrificios para hacer una Cantabria más próspera,
y de ello tenemos que enorgullecernos y valorar en su justa medida todos los cántabros.
Ya en tiempos más recientes fueron famosas en los Valles Pasiegos las amas de
cría. Mujeres que recién dadas a luz dejaban en la mayoría de los casos a sus
hijos recién nacidos para irse a criar a los hijos de las clases más altas,
reyes, duques, condes, marqueses, acaudalados empresarios... Hoy quiero hacer
un homenaje a todas estas mujeres a quienes les debemos la mayor
parte de nuestro bienestar actual. La historia que aquí voy a contar está
incluida en mi libro “La Casona de Hernán” Se trata de una ama de cría del Valle de Carriedo. Una mujer con gran coraje y muy querida para mí, por tratarse
de mi bisabuela Laureana Acebo Abascal.
En el siglo pasado -hacia 1900- esta campesina que vivía en el barrio de Minillo, pueblo de Llerana (Saro) contrajo matrimonio a la edad de 23 años con Paulino Gutiérrez Bárcena. En aquella época, las mujeres humildes no estudiaban, por lo que mi bisabuela a duras penas sabía leer y escribir.
Laureana y Paulino vivían humildemente, junto a Juana, madre de éste. Su sustento eran las pocas vacas que poseían, tenían algunas gallinas y sembraban su huerta. Además, para poder sobrevivir un poquito mejor, iban como jornaleros.
Laureana se quedó embarazada de mi abuelo Manolo, y al tener la economía tan precaria y aprovechando que en aquellos tiempos estaba tan de moda irse de "nodriza"pues estas eran muy reclamadas por la alta sociedad española para criar a sus hijos, decidieron tras el nacimiento de mi abuelo, que se iría a criar para sacar el sueldo extra que tanto necesitaban.
Mi bisabuela fue seleccionada entre varias mujeres del lugar por los médicos de la zona. Se fue a Córdoba, al palacio de los Duques de Hornachuelos. Una vez criada la niña que tenía a su cuidado, regresó a Llerana junto a su familia. Con el tiempo se volvió a quedar embarazada de su segundo hijo; mi tío abuelo Abel. Y nuevamente decidieron que se iría a criar. Esta vez más cerca, a Santander, donde amamantó a un hijo de la familia Pombo.
Posteriormente se quedó embarazada de una niña, Carmen, y de nuevo fue seleccionada para la crianza y se desplazó hasta Palencia a casa de los Calderón. Renombrados empresarios que tenían fábricas de harinas y con quienes siempre la unió un gran cariño y amistad hasta su muerte en mil novecientos cincuenta y ocho, a la edad de setenta y dos años a consecuencia de un trágico accidente.
Pero aún estaba por venir la aventura más grande de Laureana, la joven y humilde muchacha campesina que a duras penas sabía leer y escribir. Fue cuando se quedó embarazada de su último hijo, Isaac, más conocido como "El Cubano" y todo volvió a comenzar, aunque esta vez un poquito más lejos. Viajó a Cuba para criar a la hija de los banqueros Gómez Mena que también eran propietarios de numerosos ingenios azucareros e importantes bienes inmuebles dentro y fuera de Cuba. Estos eran de Burgos y tenían el capricho de que a su hija la criase una pasiega ya que en aquellos tiempos era de reconocida fama y prestigio.
Y para Cuba se fue la buena de Laureana, dejando atrás a su esposo, sus tres hijos pequeños y su suegra. Como es lógico al irse a Cuba sus ganancias por la crianza eran mayores que haciéndolo en España. A estas alturas, su vida económica había mejorado notablemente, su esposo era cartero de la zona y también había conseguido ser el encargado de la fábrica de luz que había en Llerana. Tenían sus vacas y sus otros animales.
En Cuba, no se bautizó a la niña que ella iba a criar hasta que llegó Laureana en el año 1907 en el barco de la compañía Trasatlántica que operó desde (1887-1932). A su llegada la esperaba el coche con el chófer de la familia Gómez-Mena, que la trasladaría a su palacio, donde fue recibida con gran alegría.
Laureana había llevado a su hijo Isaac y al mismo tiempo que ella criaba a María Luisa, otra nodriza cubana lo hacía con su hijo y exigió que por cada kilo que cogiese la niña, su hijo debería aumentar otro kilo. Pero el pobre Isaac, cada día estaba más flaco, lo pesaban y así como la niña aumentaba día a día de peso, el de ella apenas subía. Mi bisabuela estaba muy preocupada y se lo hizo saber a los señores Gómez-Mena, cambiaron a la nodriza, pero nuevamente sucedía lo mismo, así hasta seis veces. En la sexta ama de cría cubana pesaron al niño y el peso era correcto, pero el pequeño lloraba, y ella lo veía demacrado y descolorido. No creyéndose en absoluto el peso que la báscula marcaba, ni corta ni perezosa cogió a su hijo y lo desnudó, encontrándose que lo habían envuelto en una sábana de medio para abajo, para que pesase más. Tal fue el cabreo que Laureana cogió, que amenazó con volverse a España. Los Gómez-Mena le pidieron por favor que esperase un poquito más, mientras encontraban otra nodriza para su hijo, y una vez encontrada, despidieron a la anterior. Esta vez, y ya a la séptima, fue la vencida. El niño no solo cogía el peso que la niña que ella criaba conseguía, si no que había semanas que lo superaba. Por eso, cuando ella reñía con su hijo Isaac, le decía:"No, si no puedes ser bueno, que por algo mamaste siete leches".
Los Gómez-Mena, estaban encantados con Laureana, llegaron a quererla mucho, pues compartían su nacionalidad, y el ser vecinos, unos de Burgos y la otra "pasiega".
El banquero le abrió una cuenta a Laureana y ahí le ingresaba todos los meses su paga y ella a su vez la incrementaba con las muchas propinas que los familiares y amigos le daban. El tiempo pasó y llegó el momento de la partida para España. Mi bisabuela le pidió al banquero que le hiciese una transferencia a un banco de Santander, con todo el dinero, a excepción de lo que se llevaría en el viaje, quería que estuviese a salvo por si el barco sufría algún percance y de este modo su familia pudiese rescatarlo.
El deseo de Laureana era poder comprar una casa y unas fincas cuando volviese a España. Y así finalizó la estancia de esta emprendedora mujer en Cuba. El viaje transcurrió sin ningún problema y por fin volvió con su familia a su hogar de Llerana. Como habían sido sus deseos compró su casa y varios terrenos.
María Luisa, la niña que ella amamantó, con el tiempo fue una gran mecenas de la cultura, especialmente de la pintura, en la conocida como "Época dorada de la pintura cubana". Numerosos fueron los retratos que artistas reconocidos la pintaron, siendo algunos de gran valor económico. Murió a dos kilómetros de Cubo de Burela en Burgos cuando viajaba de San Sebastián a Madrid procedente del Festival de Cine en el que su esposo, Manuel Altolaguirre Bolín participaba y de quien también fue mecenas en editoriales y cinematográficos. Conducía Manuel, el poeta más joven de la generación literaria del 27. Poeta moderno de la escuela de Juan Ramón Jiménez y de la promoción de García Lorca, Gerardo Diego o Vicente Aleixandre. Altolaguirre estuvo casado anteriormente con la también escritora Concha Méndez. Circulaban en un coche último modelo Renault Dauphine con matrícula mejicana y se cree que se salió de la carretera volcando en una finca de trigo a causa del cansancio del conductor. María Luisa murió en el acto a la edad de 52 años y Altolaguirre tres días después en la clinica San Juan de Dios en Burgos el día 26 de julio de 1959. Ambos yacen en el Sacramental de San Justo, un cementerio madrileño asentado sobre el Cerro de las Ánimas, en la ribera sur del Manzanares. Allí comparte María Luisa nicho con su poeta.
Las nodrizas pasiegas no solo conseguían su sueldo, la mayoría eran mujeres muy queridas por los padres de los bebés que amamantaban, pues eran muy importantes para el bienestar de sus retoños. Por este motivo, posteriormente contaban con los favores e influencias que en un futuro pudiesen necesitar. Siempre se ha dicho que los pasiegos gozaban de grandes influencias y en la mayoría de las ocasiones aquí se encontraban sus orígenes.
Ella fue una mujer muy avanzada a sus tiempos, sin casi saber leer ni escribir, siendo muy joven aún, viviendo en las montañas de Santander, en un ámbito humilde y rural, fue capaz de armarse de valor y no mirar para atrás, procurando no ver a sus hijos pequeños que dejaba al cuidado de su padre y abuela para conseguirles una vida mejor que la que ella tenía.
Una vez en España, siguió trabajando, era gran comerciante y luchadora, se iba desde Llerana a Selaya andando, para comprar en la fábrica de quesos, llamada "De Cueto", y los cargaba a sus espaldas en su cuévano, los vendía por su zona carredana.
Cuando fue y regresó de Cuba hizo dos promesas, una a San Lorenzo en Llerana y la otra a la Virgen de Valvanuz. Les prometió que si volvía sana y salva y todo iba bien, a su regreso les compraría unos jarrones para poner en sus altares. Y así lo hizo. En Llerana aún los podemos observar. En Valvanuz lo desconozco.
Gilda Ruiloba