CORREOS DE A CABALLO DE SU MAJESTAD EL REY EN CARRIEDO
En los fondos de Archivos Históricos Provinciales y Nacionales podemos
encontrar numerosos documentos que nos hablan de los Correos de a Caballo de
S.M. el Rey en el Valle de Carriedo.
El
antiguo mensajero o correo a caballo era quien tenía el oficio de llevar la
correspondencia epistolar a pie o a caballo. Solían utilizar las postas
situadas en los caminos para hacer el intercambio de corceles cuando éstos ya
estaban cansados, por otros frescos y así llegar con premura.
En el Valle de Carriedo encontramos que para ejercer el oficio de Correos de a
Caballo de Su Majestad el Rey, era necesario tener la prueba de nobleza que se
encontraba inscrita en los padrones de Hidalguía. En los Protocolos del Valle
está mencionado ya este oficio a finales del siglo XVI. Estos Correos tenían
privilegios como si fuesen Embajadores, pero al mismo tiempo eran de alto
riesgo, pues, aunque las ordenanzas decían que eran inviolables y que nadie
podía detenerles por causa civil, excepto por asesinato, otros soberanos no
podían detenerles ni asaltarles pues era considerado “crimen de lesa Majestad
“. Incluso llevaban bordadas en el pecho las armas reales, troqueladas sobre un
escudo protector para poder transitar sin problemas, lo cierto es que muchos
eran asesinados, tanto es así que temiendo muy seriamente por sus vidas en el
desarrollo de su trabajo, llegaron a fundar una Cofradía en Madrid, en el
Convento del Carmen y allí se encomendaban cada vez que tomaban ruta en estos
viajes tan inciertos y no exentos de peligros. Igualmente formaron en el Valle
de Carriedo otra Cofradía de Correos del Rey bajo la advocación de Santa Ana,
cuyos miembros excedían de treinta. Entre los hidalgos que componían este oficio
podemos encontrar apellidos muy destacados del Valle, como: Arce, Bárcena, Campero,
Mazorra, Miera, Pérez de Soñanes y otros muchos.
Entre los privilegios que estos Correos Reales tenían, se les debían de abrir
las puertas de las villas o ciudades si estuviesen cerradas, y en el supuesto
de cerco en las plazas fuertes, se tirarían sobre los fosos, canastillas atadas
con cuerdas para que depositasen en ellas los pliegos reales e incluso se
abrirían los portillos o poternas secretas. Si los caballos muriesen en el
camino o los robasen, hasta poder acudir a la justicia podían tomar el de
cualquier caminante que se encontrasen a su paso hasta llegar a las Postas,
donde siempre había dos caballos de repuesto. Tenían la facultad de retener el
correo hasta que no se les pagase y estaban exentos de pagar contribuciones e
impuestos.
Podemos encontrar citas como: “Los correos del Valle de Carriedo llevan
agora las armas reales al pecho, y en el lugar de la cornetilla de bronce que
usan en casi toda Alemania, se sirven del látigo con cuyo chasquido avisan para
que se les de paso y se les prevengan los caballos que han de mudar”. Y esto me
recuerda al señor D. Gonzalo Fernández de Velasco quien fue dueño del magnífico
Palacio de Soñanes en Villacarriedo, y decía, cuando hablaba de los Correos
Reales, “Látigos en Pellejeros, novedades en la Corte” refiriéndose a la
llegada del Correo al barrio de Pellejeros, donde se fabricaban los vergajos
para arrear los caballos.
En muchas ocasiones la vida o integridad física de los Correos dependía de las
noticias de las que eran portadores. Si estas no gustaban al receptor, podían
apalearle e incluso acabar con su vida. En contrapartida, cuando eran buenas
noticias se les premiaba, este regalo era conocido como “albricias”. También se
enfrentaban a las revueltas, guerras, bandoleros, pues no solo portaban el
correo. En muchas ocasiones también llevaban dinero, incluso, grandes
cantidades. Cuando esto sucedía se les daba una serie de recomendaciones:
viajar siempre de día, por el Camino Real, sin tomar atajos, procurando llegar
siempre a las postas y posadas con la luz del día, hacer noche en las posadas
más seguras y pedir a la Justicia los guardias que necesiten para que le
acompañen, igualmente pedirán custodia para atravesar los lugares más
vulnerables hasta sacarles del peligro.
Los Correos Reales del Valle de Carriedo tenían gran fama por su honradez y
lealtad siendo los preferidos a la hora de contratarlos. Prácticamente eran
ellos solos quienes se encargaban de repartir la correspondencia Real.