Las
Renoveras en Los Valles Pasiegos
Las mujeres cántabras y entre ellas las
pasiegas, siempre se han caracterizado por ser muy trabajadoras y
emprendedoras. Hoy quiero hacer un pequeño homenaje a las renoveras. Oficio que
ya casi ha desaparecido con el paso de los años, y las nuevas exigencias que los
tiempos modernos han traído a nivel sanitario y fiscal.
En los Valles Pasiegos la economía
familiar estaba basada generalmente en la ganadería, raro era la casa o cabaña
donde no hubiese unas vacas y otros animales, como cerdos, gallinas, conejos,
alguna oveja. Los huertos familiares se cuidaban con mimo, pues no solo
servían para alimentar a la familia, si no que era, otra fuente de ingresos,
pues sus productos se vendían en los mercados de la zona, al igual que las
mantequillas y quesos que se hacían con la leche de las vacas. Los huevos, así
como pollos, gallinas y conejos se comercializaban en la plaza, y la mayoría de
las veces se ahorraban en la propia familia, pues su venta era necesaria para
poder comprar el aceite y el azúcar, o pagar las cuotas del médico, el
veterinario, el panadero o el almacén de piensos, a quienes ya se debía
demasiado. Las pasiegas vendían sus productos, unas veces a las amas de casa,
que allí acudían, en busca de los mejores productos, y en la mayoría de las ocasiones a las renoveras. Estas eran figuras muy importantes dentro de la economía
familiar.
Acudían a los mercados de
la zona, siendo los más populares y de mayor venta, el mercado de Sarón, los
viernes, el de Selaya, los domingos, el de Solares, los miércoles y también
solían ir a la Plaza de la Esperanza en Santander.
Las renoveras se desplazaban a los mercados
temprano, y después de verificar las mercancías que eran ofrecidas por las
campesinas, comenzaba el trato, por lo general se quedaban con todo lo que
estaba a la venta, consiguiendo un buen precio, pues lo compraban todo de
golpe, no sin antes regatear en los precios y tras un tira y afloja “que no lo
quiero”, “que me pides mucho”, “¿qué voy a ganar yo si te pago todo eso, qué me
queda a mí?”, “No, mira, quédate con ello, que la rubia aquélla me lo da más
barato”. “Tú verás que te interesa más, estar aquí toda la mañana con ello, y
al fin no venderlo, y volverte a casa con todo, después de tener que pagar los
puntos del mercado, ¡vaya negocio que vas a hacer! Mira, yo te lo pago de golpe
y te vas para casa. “Además, mira, estos conejos están muy flacos, y que decir
de las gallinas, mira que cresta más descolorida tienen, ya son más viejas…”
Y
así estas mujeres renoveras se ganaban la vida. A menor precio de compra y mayor de venta, buena ganancia. Pero las campesinas también eran muy listas y las había costado mucho producir sus mercancías y tras un tira y afloja, se hacían las perdedoras, cuando en realidad, muchas veces se la estaban colando redonda a las renoveras y de este modo todas salían ganando y se quedaban contentas y buenas amigas para futuros tratos. Después de comprar los
productos, ellas volvían a venderlos, unas veces en el propio mercado y otras
los llevaban a comercios que previamente se los habían encargado o les vendían
habitualmente, también hacían la venta casa por casa y pueblo por pueblo. Por
otro lado, muchos productos escaseaban, sobre todo en la posguerra. Se da el
caso, que hubo mujeres en los Valles Pasiegos que, debido a la precariedad y a
su naturaleza valiente, yo diría, heroína, se dedicaron al estraperlo,
arriesgando muchas veces su propia vida, pero la necesidad las hacía audaces.
Con gran cariño se recuerdan a las
renoveras de los Valles Pasiegos, porque ellas con su perspicacia hicieron
historia, llevando riqueza a sus hogares y a sus pueblos.