LOS FIELATEROS
Los fielateros un oficio ya desaparecido,
eran los trabajadores que faenaban en las casetas de fielatos y su misión consistía
en cobrar las tasas por los productos que se introducían en los pueblos o
ciudades. Estos impuestos en muchos casos suponían entre el cincuenta y el sesenta
por ciento de los ingresos en los ayuntamientos, y que, a su vez, servían para pagar
los servicios públicos y otros gastos comunitarios. Estuvieron vigentes
alrededor de cien años, desde mediados del siglo XIX hasta aproximadamente
1961. En el valle de Cayón la caseta estaba situada en Sarón. En Vega de
Carriedo había otra con el mismo fin. Si bien es cierto, que era una fuente
importante de ingresos para el consistorio municipal, gozaba de gran
desprestigio y repulsa entre los ciudadanos. A nadie le apetecía pagar por los
productos que llevaba. Hay anécdotas muy curiosas y graciosas sobre el paso por
estos fielatos. Nuestras pasiegas eran muy ingeniosas a la hora de cruzar sus
productos, que en ocasiones estaban destinados a su venta en los mercados de
abastos de Santander o de Sarón. En
otras ocasiones eran regalos destinados “a los señores” o “siñuritus” como
ellas decían. Esto era el caso de las amas de cría y antiguas empleadas del
hogar.
En la época de la posguerra donde todo
escaseaba, se dio paso otro oficio como era el estraperlista. La falta de
comida y otros artículos hizo agudizar el ingenio, estaban los pasiegos que
traficaban por los montes del Pas, pero también los hubo en otras zonas como
los valles de Cayón y Carriedo que se veían obligados a salir a otras
provincias para comprar mercancía, y como es lógico, tenían que pasar por las
casetas de Fielatos, también denominadas como “Estación Sanitaria”, pues
nuestros políticos siempre han utilizado las buenas palabras para embellecer un
impuesto, su misión principal era recaudar, pero lo adornaban diciendo que de
este modo hacían un control sanitario. En las casetas había balanzas para pesar
las mercancías, y de ahí viene el nombre de Fielato “Fiel a las balanzas”.
Muchos fielateros se dejaban comprar,
hacían la vista gorda, hay que tener en cuenta que sus sueldos no eran
precisamente boyantes, y por lo general, tenían muchas bocas que alimentar.
Conozco el caso de muchas pasiegas que llevaban sus productos a los mercados y
las más avispadas deslizaban un buen queso o una mantequilla e incluso un pollo
o gallina, si era la época de Navidad, y
el pase estaba asegurado para varias veces. Otras, por el contrario, se las
ingeniaban para esconder las mercancías, llevaban grandes sayas, y escondidas
debajo de ellas cruzaban los quesos y mantecas delante de los fielateros sin
que estos se percatasen, incluso en los senos escondían “daqui cosa” como me
decía recientemente una renovera. Y con esto me viene a la memoria cierta
canción que sonaba en aquellas épocas y que se puede comprender muy bien: “Una
señora formal/ compró un conejo barato/ y al pasar por el fielato/ lo escondió
en el delantal/.
En los fielatos había unos carteles con
los precios a pagar según la mercancía que transportasen. Los géneros más
habituales en aquella época eran los huevos, leche, quesos, mantecas, gallinas,
conejos, pollos y verduras, esto a pequeña escala, lo que llevaban por lo
general nuestras campesinas, luego estaba lo que era a gran nivel que se
transportaba en caballería, carros o camiones. Aquí se podía encontrar harina,
fruta, azúcar, aceite, dentro de estas mercaderías también se hacía la vista
gorda, ¿quién no miraba para otro lado si te ofrecían un saco de harina blanca
que quitaría el hambre a toda la familia durante un buen tiempo? ¿o ese aceite
tan preciado que no se conseguía en ningún sitio? ¿Y el azúcar? Imposible de
encontrar. Todo tenía un precio en tiempos de hambre y miseria y donde había
que pagar diez, se pagaba una. También existían sitios secretos en los camiones
donde se ocultaban. En tiempos de posguerra estaban exentos de pagar los
productos de siembra como eran las alubias secas para sembrar, leña o carbón
vegetal.
Se dio un caso en que una antigua ama de
cría llevaba un queso, una manteca, dos docenas de huevos y un buen pollo para
regalárselo a quienes habían sido sus señores. Los fielateros que estaban en su
puesto de reconocimiento le dijeron que se lo requisaban, ella contestó: -Muy
bien, voy a casa (de quien era el jefe de fielatos y les dijo su nombre) y ya
os contaré cuando vuelva, la cara que puso cuando le diga que os habéis quedado
con su encargo. Los dos funcionarios se miraron y le devolvieron la mercancía,
diciéndola: Siga usted, siga. Cuando la pasiega se iba, los escuchó decir: -Casi
metemos la pata.