EL TEJO, ÁRBOL MÍTICO DE CANTABRIA
Recientemente hablaba de la importancia
que tenían los árboles en la vida de los pasiegos, con ellos hacían sus casas,
cabañas, útiles de trabajo, cuévanos, albarcas, sirvieron para hacer fuego,
avivar los hornos, incluso se utilizaban medicinalmente algunos de ellos, como era
el caso del fresno, a quien se le consideraba como “árbol de la buena suerte”.
Pero para mí, hay un árbol mágico, un árbol cargado de misterio, mítico, a
quien tengo un especial cariño, tal vez fruto de la fantasía de esas historias
mil veces contadas de nuestros ancestros, de quien tan orgullosa me siento,
como son los antiguos cántabros. Este árbol misterioso es el tejo. Árbol sagrado, que es reconocido tanto, como
el árbol de la vida o de la muerte, como el de la eternidad. Solamente unas
gotas de su sabia pueden matar a una persona. Todo él es venenoso, a excepción
de sus frutos, conocidos como bayas o arilo. El tejo es el árbol de la guerra.
Con él se hacían los arcos y flechas con los que nuestros ancestros lucharon
contra los romanos. Su madera a la vez que es muy dura, es muy flexible, por lo
que era ideal para hacer estas armas. Sus flechas eran impregnadas con su
veneno para intentar doblegar al enemigo. Y cuando las cosas se ponían
difíciles y eran cercados o hechos prisioneros, servían sus semillas, hojas o
cortezas para envenenarse, porque preferían morir libres a doblegarse. Se dice que este árbol misterioso también es alucinógeno. Este testigo
privilegiado de la historia tiene un lento crecimiento, desarrolla una corteza
dura de beta cerrada y esto produce en el tronco y ramas una fuerza y
flexibilidad muy grandes. Este árbol tiene el poder de renacer una y otra vez.
Con los años puede alcanzar una altura de hasta 30 metros. Es muy hermoso, su
copa es piramidal, el tronco grueso, y puede alcanzar hasta los 1500 años de
vida. Es de hojas perennes, su fruto comestible es carnoso y rojo escarlata,
teniendo su mayor producción en el otoño cada seis o siete años. Por el
contrario, hay que tener mucho cuidado con las semillas de estas bayas, pues
son muy venenosas. Sus hojas de aguja tienen un color verde oscuro por el
anverso y amarillas por el reverso. Les gusta mucho el clima fresco y húmedo,
así como los terrenos calizos. Los antiguos cántabros veneraban al tejo, al que
consideraban árbol sagrado. Los primeros cristianos marcaban las tumbas
plantando un tejo joven en la Alta Edad Media. En casi todos los pueblos había
uno donde se reunían los vecinos y se escenificaba la democracia más pura a
través de los concejos abiertos. Este árbol era el Ayuntamiento, la casa del
pueblo, donde se reunían para tomar toda clase de decisiones, se celebraban
juicios. La palabra dada al pie del tejo no necesitaba firma, bastaba con la
palabra como contrato. Estos árboles se plantaban junto a las ermitas, iglesias
y en los cementerios, pero curiosamente, también junto a las casas y cabañas
para protegerlas.