domingo, 17 de marzo de 2019










Las Renoveras en Los Valles Pasiegos
            Las mujeres cántabras y entre ellas las pasiegas, siempre se han caracterizado por ser muy trabajadoras y emprendedoras. Hoy quiero hacer un pequeño homenaje a las renoveras. Oficio que ya casi ha desaparecido con el paso de los años, y las nuevas exigencias que los tiempos modernos han traído a nivel sanitario y fiscal.
       En los Valles Pasiegos la economía familiar estaba basada generalmente en la ganadería, raro era la casa o cabaña donde no hubiese unas vacas y otros animales, como cerdos, gallinas, conejos, alguna oveja. Los huertos familiares se cuidaban  con mimo, pues no solo servían para alimentar a la familia, si no que era, otra fuente de ingresos, pues sus productos se vendían  en los mercados de la zona, al igual que las mantequillas y quesos que se hacían con la leche de las vacas. Los huevos, así como pollos, gallinas y conejos se comercializaban en la plaza, y la mayoría de las veces se ahorraban en la propia familia, pues su venta era necesaria para poder comprar el aceite y el azúcar, o pagar las cuotas del médico, el veterinario, el panadero o el almacén de piensos, a quienes ya se debía demasiado. Las pasiegas vendían sus productos, unas veces a las amas de casa, que allí acudían, en busca de los mejores productos, y en la mayoría de las ocasiones a las renoveras. Estas eran figuras muy importantes dentro de la economía familiar.
        Acudían a los mercados de la zona, siendo los más populares y de mayor venta, el mercado de Sarón, los viernes, el de Selaya, los domingos, el de Solares, los miércoles y también solían ir a la Plaza de la Esperanza en Santander.
       Las renoveras se desplazaban a los mercados temprano, y después de verificar las mercancías que eran ofrecidas por las campesinas, comenzaba el trato, por lo general se quedaban con todo lo que estaba a la venta, consiguiendo un buen precio, pues lo compraban todo de golpe, no sin antes regatear en los precios y tras un tira y afloja “que no lo quiero”, “que me pides mucho”, “¿qué voy a ganar yo si te pago todo eso, qué me queda a mí?”, “No, mira, quédate con ello, que la rubia aquélla me lo da más barato”. “Tú verás que te interesa más, estar aquí toda la mañana con ello, y al fin no venderlo, y volverte a casa con todo, después de tener que pagar los puntos del mercado, ¡vaya negocio que vas a hacer! Mira, yo te lo pago de golpe y te vas para casa. “Además, mira, estos conejos están muy flacos, y que decir de las gallinas, mira que cresta más descolorida tienen, ya son más viejas…”
       Y así estas mujeres renoveras se ganaban la vida. A menor precio de compra y mayor de venta, buena ganancia. Pero las campesinas también eran muy listas y las había costado mucho producir sus mercancías y tras un tira y afloja, se hacían las perdedoras, cuando en realidad, muchas veces se la estaban colando redonda a las renoveras y de este modo todas salían ganando y se quedaban contentas y buenas amigas para futuros tratos. Después de comprar los productos, ellas volvían a venderlos, unas veces en el propio mercado y otras los llevaban a comercios que previamente se los habían encargado o les vendían habitualmente, también hacían la venta casa por casa y pueblo por pueblo. Por otro lado, muchos productos escaseaban, sobre todo en la posguerra. Se da el caso, que hubo mujeres en los Valles Pasiegos que, debido a la precariedad y a su naturaleza valiente, yo diría, heroína, se dedicaron al estraperlo, arriesgando muchas veces su propia vida, pero la necesidad las hacía audaces.
       Con gran cariño se recuerdan a las renoveras de los Valles Pasiegos, porque ellas con su perspicacia hicieron historia, llevando riqueza a sus hogares y a sus pueblos.
      
        

jueves, 7 de marzo de 2019








MUJERES VALIENTES

Muchas gracias mujeres valientes,
mujeres heroínas,
vosotras que luchasteis
por las libertades de todas nosotras.

Fuisteis perseguidas, humilladas,
ridiculizadas, maltratadas, asesinadas,
Pero nada hizo cambiar vuestra decisión.
Nunca os plegasteis ante la injusticia.

Luchasteis por vuestros derechos
que eran los nuestros.
Los de todas, lo hicisteis con gran generosidad.
Entregasteis lo más preciado que teníais.

Hoy os debemos que haya mujeres científicas, políticas,
Hoy os debemos que todas tengamos derecho al voto.
Hoy os debemos un poco más de igualdad y libertad.
Hoy os debemos que el trabajo sea un poco más digno.

Hoy os debemos la libertad de decidir
Hoy os debemos la libertad de ser mujeres libres
Hoy os debemos la libertad de amar
Hoy os debemos la libertad de soñar.
Gracias, gracias, gracias.

Gilda Ruiloba.


jueves, 21 de febrero de 2019




Manuel Iberia y Gilda Ruiloba, tienen el gusto de invitarle a la celebración del

CONCIERTO DE MÚSICA Y POESÍA

Con la voz y guitarra de Manuel Iberia que nos amenizará con hermosas canciones, así como la “Nana a José Manuel” escrita por Gilda Ruiloba y a quien Manuel Iberia ha puesto música y voz.
Gilda Ruiloba recitará su poesía “Entre dos aguas” amenizada con la música de Manuel Iberia.

                             Día: 1 de marzo de 2019
                             Lugar: Real Club de Regatas
                                         Plaza de Pombo nº3
                                         Santander
                         Hora: 19:00    (Fácil aparcamiento)

domingo, 3 de febrero de 2019


                                         

LOS JÁNDALOS EN LOS VALLES PASIEGOS

 

 Cantabria y especialmente los Valles Pasiegos ha sido históricamente tierra de emigrantes. Entre estos podemos encontrar, como hablábamos recientemente, a los "indianos" que eran quienes se iban a América, y, por otro lado, tenemos a los "jándalos" que se dirigían a Andalucía. Además de a estos hombres y mujeres que partieron a otras tierras en busca de mejor medio de vida tenemos que nombrar también a las amas de cría. Sin ellos, Cantabria no sería lo que es en la actualidad. Todos aportaron en momentos de miseria y hambre su granito de arena para cambiar el aspecto de nuestra tierra, con los bienes obtenidos en otros lugares compraron fincas, vacas, casas, construyeron grandes palacios, ayudaron a su familia y vecinos, haciendo así, la cimentación de lo que es nuestra región.

      Los jóvenes optaban por la emigración. Por lo general quienes se iban lo hacían reclamados por sus familiares o amigos que ya se habían ido anteriormente, estos les contaban las bonanzas de otros lugares y la facilidad de triunfar y ganar dinero. Las ansias de los jóvenes de tener una fortuna y sacar a los suyos de la pobreza y miseria, así como de hacerse con un nombre, no les hacía mirar para atrás y a la primera ocasión que tenían, se marchaban llenos de sueños e ilusiones, deseando regresar pronto con fama y dinero. Cuando los nuevos emigrantes llegaban, bien a América o a Andalucía, eran sus familiares o amigos quienes les recibían en sus casas y generalmente en sus negocios o les ayudaban a encontrar nuevos empleos. Los montañeses y pasiegos siempre se han caracterizado por ser muy emprendedores. De todos es conocido el dicho "Ser pasiego, es tener media carrera" términos muy utilizados en México. Los pasiegos y montañeses han sido gente con muy buena visión empresarial. Antiguamente, por lo general, los padres trataban de que sus hijos varones estudiasen para que aprendieran a leer, escribir y contar y que nadie les "engañase"

     En los Valles Pasiegos podemos encontrar en Villacarriedo el colegio de los PP. Escolapios, fundado en 1746, este fue el primer centro de enseñanza media de la provincia y uno de los primeros de España y lo fundó un jándalo, el Ilustre carredano D. Antonio Gutiérrez de la Huerta que hizo fortuna en las aduanas de Huelva y Cádiz en tiempos de Felipe V de España. Al morir D. Antonio, sin hijos, legó su fortuna para construir este colegio que tuvo una importancia vital, por la buena educación que impartía, que sería muy útil para la futura emigración, ya que alumnos de los alrededores, Villacarriedo, Selaya, Llerana de Saro, Villafufre, Santa María de Cayón, así como Santander e incluso en los años 1770 ya había hijos de importantes emigrantes mexicanos. 
     Los jándalos eran los montañeses que emigraban a Andalucía, mayoritariamente a la provincia de Cádiz, pero también a Sevilla y otras provincias andaluzas. Allí trabajaban en las bodegas, siendo muy apreciados para la cata de los vinos. Trabajaron de mozos, fueron escalando en diversos puestos hasta conseguir su objetivo. También compraron terrenos y pusieron sus vaquerías, pero por lo que más se destacaron los montañeses en Andalucía, fue por su dedicación al comercio de ultramarinos, así como de bares y mesones que incluían tablaos flamencos. En Cádiz se les conocía con el nombre de "chicucos" ya que solían ir a una edad temprana con trece,  catorce o quince años y así les denominaban cariñosamente y ya no se desprendían de este apodo aunque peinasen canas. 

      Con los años en San Fernando los montañeses jándalos fundaron una casa de salud llamada La Unión Montañesa, era algo parecido al Seguro Social.

     En la zona oriental de Cantabria, existía un importante núcleo de "artesanos trashumantes" famosos han sido los canteros de Trasmiera, además, podemos encontrar a grandes aparejadores, pintores, campaneros, escultores, herreros, doradores que dejaron huella allá por donde fueron. Los montañeses en Andalucía tomaron sus costumbres e importaron a su tierra además de sus casas solariegas y palacios, la forma de ornamentar con flores las balconadas y jardines que en aquella época no eran comunes en la montaña. Otra característica de estos jándalos y de ahí viene su nombre, es que copiaban el "sesear" de los andaluces y quienes apenas llevaban unos meses en Andalucía regresaban "ceceando" causando las risas y burlas de sus vecinos que no podían comprender como en escasos meses habían perdido su modo de hablar habitual. Muchos regresaban una vez al año, por lo general por San Juan y se volvían a marchar en otoño, por el contrario, otros regresaban pensando en establecerse ya en su tierra, pero se dieron muchos casos en que tanto quisieron presumir de sus fortunas que en unos meses las liquidaron teniendo que volver nuevamente a tierras andaluzas. Los que consiguieron triunfar y hacer un buen patrimonio, además de hacer su casona en la montaña hicieron sus casas palacios en Andalucía y la prueba se encuentra en Sevilla donde muchos palacios pertenecen a montañeses, también compraron fincas rurales, olivares, ganadería de caballos... Los primeros montañeses en llegar a Andalucía llegaron en la Edad Media. Tras la conquista de Cádiz en 1262 Alfonso X el sabio, rey de Castilla y León y demás reinos con los que se titulaba, repobló la ciudad con 300 montañeses de San Vicente de la Barquera, Castro Urdiales, Laredo y Santander. Más tarde ya en el siglo XVIII se produce una emigración en cadena hacia Andalucía, principalmente hacia Cádiz y muchos de ellos, emigran desde allí para América, preferiblemente a Cuba y México y al revés, otros regresan de allí hacia Andalucía.
          Una prueba de esto, la tenemos en Idelfonso Lavín y Ruiz natural de Matienzo que emigró con solo 17 años a Cuba, en el siglo XIX. Allí trabajó en una industria azucarera propiedad de la familia López Gavilán y se casó con una de ellos, doña Ana Gertrudis López Gavilán. Fue un hombre muy trabajador y de gran visión empresarial y gracias a su esfuerzo contribuyó a la prosperidad de la empresa familiar. Con el tiempo decidieron vender todos sus bienes en Cuba y regresar a España. Se instalaron en Sevilla y allí compraron al Estado mediante puja la Casa de la Moneda que reformaron convirtiéndola en una pequeña ciudad. Esta familia y sus descendientes fueron dueños de una gran fortuna y se integraron dentro de la alta sociedad andaluza mediante matrimonios y teniendo una gran importancia a nivel económico, cultural y artístico.
      En 1823 los montañeses acaparaban el comercio al por menor gaditano, y 315 propietarios tenían un total de 387 tiendas. En paralelo, en México había un total de 679 tiendas, siendo la mayoría de los emigrantes montañeses, lo que nos lleva a comprender el gran talante comercial y empresarial que estos hombres tenían.

     

     





 

 

 

 

domingo, 30 de diciembre de 2018




           INDIANOS EN LOS VALLES PASIEGOS



                                                         José Ruiloba Pérez con su hijo José Ruiloba Casasola.




                                                     Fermín Ruiloba Pérez con su sobrino José Ruiloba Casasola.



Indianos en los Valles Pasiegos

 Recientemente hablaba de la importancia que tuvieron las amas de cría en la economía de Los Valles Pasiegos. Hoy quiero hablar de los indianos en nuestra tierra. Por todos es sabido la importancia que tuvieron también, y el cambio que se produjo con la partida de estos hombres y mujeres para hacer las Américas. Unos se iban huyendo de la pobreza, otros, para conocer nuevos horizontes y comenzar una nueva vida que presumían más cómoda y confortable que la que tenían. A lo largo de toda Cantabria se pueden observar las obras de estos montañeses que regresaron con sus caudales. Muchos se construyeron grandes palacios, otros, casas de arquitectura indiana. Donaron hospitales, como fue el caso de D. Ramón Pelayo “Marqués de Valdecilla” para el bien de todos sus conciudadanos y que tantas vidas ha salvado y tantos dolores aliviado. A lo largo y ancho de toda Cantabria hay escuelas donadas por ellos ya que quisieron revertir algo de su fortuna entre sus vecinos. Muchos montañeses hicieron grandes patrimonios, unos muy respetablemente, otros no tanto. La mayoría trajeron sus caudales a la “tierruca” y aquí montaron grandes negocios, se codearon con la realeza y obtuvieron títulos nobiliarios. Pero si bien es cierto que partieron de toda Cantabria hay tres lugares en los que la salida fue masiva: El Alto Asón, El Pisueña y Liébana. Es raro en las familias de estas zonas no encontrar en su árbol genealógico algún indiano. No todos alcanzaron los grandes patrimonios deseados, ni todos regresaron. Un denominador común de estos montañeses era el sueño de volver a su tierra y morir en ella.  Es raro encontrar en Selaya, Villacarriedo, Vega de Villafufre, Saro o Santa María de Cayón alguna familia que no cuente con alguien que se fue a hacer las Américas, principalmente a Cuba o México. Yo, como tantas familias de los Valles Pasiegos, tengo varios que decidieron irse a México. Entre ellos mi abuelo José Ruiloba Pérez y su hermano Fermín, naturales de Villacarriedo. Ellos no se fueron precisamente huyendo de la pobreza, puesto que la economía de su familia era buena, eran artesanos del calzado y mi bisabuelo contaba con una especie de fábrica o taller con diez empleados, pero sin duda, a mi abuelo le llamó la atención la moda de irse a hacer las Américas y decidió que prefería marcharse, a seguir haciendo zapatos y botines. Primero se fue a Cuba a la plantación de un tío suyo, el tío Gregorio, se ve que aquello no le gustó y partió a Nueva York, allí estuvo varios años de intérprete, él hablaba correctamente el inglés. Seguidamente iría a Filadelfia donde estuvo varios años de traductor. Más tarde pasó a México y tras haber estado una temporada de intérprete y teniendo un pequeño capital decidió invertirlo en un comercio de alimentación, fue entonces cuando su hermano, mi tío abuelo Fermín, se trasladó a México para trabajar con él. Así estuvieron juntos en un próspero negocio hasta que conoció a mi abuela Isabel Casasola, española, pero de otra región, su familia llevaba en México desde que ella tenía dos añitos. Tuvo una muy buena oferta por su comercio y lo vendió. Compró otro local en lo más céntrico y selecto de México y puso una peletería que pronto gozó de gran prestigio. México era una ciudad de gran inseguridad y delincuencia, de hecho, mi abuelo sufrió varios robos en sus establecimientos. A estas alturas ya habían nacido mi padre José y mi tía Gloria. A mi padre estuvieron a punto de raptarlo pues era un niño muy guapo, rubito y muy blanquito, y en México los niños con estas características eran asiduamente robados para ser vendidos en Estados Unidos, a familias ricas que no los podían tener. Mi abuelo ante tanta delincuencia e inseguridad ya no se encontraba cómodo en ese país y decidió vender sus bienes y regresar a España con su familia. Le dijo a su hermano que volviese  con ellos que aquel era un país muy inseguro. Pero Fermín no quiso volver, y allí formó su familia y salvo algunas ocasiones que visitó España, se quedó en México. Eso sí, al ver su imposibilidad de ser enterrado en su patria, pues ya toda su familia residía en México, encargó unas bolsas de tierra española que lo cubrirían para siempre en el momento de su fallecimiento. Así de grande era su amor por su España del alma. Mi abuelo y su familia embarcaron en el transatlántico que les regresaría, pero cuando estaban en alta mar, estalló la guerra civil y no pudieron atracar en ningún puerto español. Llegaron a Plymouth, en el sudoeste de Inglaterra y estuvieron casi tres años por toda Europa, hospedándose en hoteles hasta que pudieron entrar en España. Acabada la guerra civil regresaron a su pueblo de Villacarriedo, donde se instalaron y pusieron su negocio.

 

 

 

 

domingo, 18 de noviembre de 2018














Amas de cría en los Valles Pasiegos

“Laureana Acebo Abascal”

Cantabria siempre fue un matriarcado y así podemos encontrarlo en las fuentes literarias que existen desde la antigüedad, entre ellas las del autor Estrabón el griego, que a pesar de no haber estado nunca en la península Ibérica, la describe muy acertadamente, basándose en los conocimientos que le proporcionan sus predecesores. En este matriarcado que existió en nuestra tierra, eran las hijas quienes heredaban y las hermanas dotaban a sus hermanos, ellas elegían a las esposas de estos, las mujeres recibían y acogían en sus hogares a sus esposos y el patrimonio que ellos poseían. Pero si algo ha caracterizado a la mujer cántabra de todos los tiempos, es su trabajo.  A diferencia de las mujeres de otras regiones, siempre han formado parte de la economía. Han ido a cazar con sus maridos, teniendo derecho a una parte de lo conseguido, han trabajado en el campo, han recogido los frutos del mar. Siempre han colaborado estrechamente con sus esposos para mejorar su economía, jamás se rindieron. Hicieron grandes sacrificios para hacer una Cantabria más próspera, y de ello tenemos que enorgullecernos y valorar en su justa medida todos los cántabros. Ya en tiempos más recientes fueron famosas en los Valles Pasiegos las amas de cría. Mujeres que recién dadas a luz dejaban en la mayoría de los casos a sus hijos recién nacidos para irse a criar a los hijos de las clases más altas, reyes, duques, condes, marqueses, acaudalados empresarios... Hoy quiero hacer un homenaje a todas estas mujeres a quienes les debemos la mayor parte de nuestro bienestar actual. La historia que aquí voy a contar está incluida en mi libro “La Casona de Hernán” Se trata de una ama de cría del Valle de Carriedo. Una mujer con gran coraje y muy querida para mí, por tratarse de mi bisabuela Laureana Acebo Abascal.
     En el siglo pasado -hacia 1900- esta campesina que vivía en el barrio de Minillo, pueblo de Llerana (Saro) contrajo matrimonio a la edad de 23 años con Paulino Gutiérrez Bárcena. En aquella época, las mujeres humildes no estudiaban, por lo que mi bisabuela a duras penas sabía leer y escribir.
     Laureana y Paulino vivían humildemente, junto a Juana, madre de éste. Su sustento eran las pocas vacas que poseían, tenían algunas gallinas y sembraban su huerta. Además, para poder sobrevivir un poquito mejor, iban como jornaleros.
     Laureana se quedó embarazada de mi abuelo Manolo, y al tener la economía tan precaria y aprovechando que en aquellos tiempos estaba tan de moda irse de "nodriza"pues estas eran muy reclamadas por la alta sociedad española para criar a sus hijos, decidieron tras el nacimiento de mi abuelo, que se iría a criar para sacar el sueldo extra que tanto necesitaban.
     Mi bisabuela fue seleccionada entre varias mujeres del lugar por los médicos de la zona. Se fue a Córdoba, al palacio de los Duques de Hornachuelos. Una vez criada la niña que tenía a su cuidado, regresó a Llerana junto a su familia. Con el tiempo se volvió a quedar embarazada de su segundo hijo; mi tío abuelo Abel. Y nuevamente decidieron que se iría a criar. Esta vez más cerca, a Santander, donde amamantó a un hijo de la familia Pombo.
     Posteriormente se quedó embarazada de una niña, Carmen, y de nuevo fue seleccionada para la crianza y se desplazó hasta Palencia a casa de los Calderón. Renombrados empresarios que tenían fábricas de harinas y con quienes siempre la unió un gran cariño y amistad hasta su muerte en mil novecientos cincuenta y ocho, a la edad de setenta y dos años a consecuencia de un trágico accidente.
     Pero aún estaba por venir la aventura más grande de Laureana, la joven y humilde muchacha campesina que a duras penas sabía leer y escribir. Fue cuando se quedó embarazada de su último hijo, Isaac, más conocido como "El Cubano" y todo volvió a comenzar, aunque esta vez un poquito más lejos. Viajó a Cuba para criar a la hija de los banqueros Gómez Mena que también eran propietarios de numerosos ingenios azucareros e importantes bienes inmuebles dentro y fuera de Cuba. Estos eran de Burgos y tenían el capricho de que a su hija la criase una pasiega ya que en aquellos tiempos era de reconocida fama y prestigio.
     Y para Cuba se fue la buena de Laureana, dejando atrás a su esposo, sus tres hijos pequeños y su suegra. Como es lógico al irse a Cuba sus ganancias por la crianza eran mayores que haciéndolo en España.  A estas alturas, su vida económica había mejorado notablemente, su esposo era cartero de la zona y también había conseguido ser el encargado de la fábrica de luz que había en Llerana. Tenían sus vacas y sus otros animales.
     En Cuba, no se bautizó a la niña que ella iba a criar hasta que llegó Laureana en el año 1907 en el barco de la compañía Trasatlántica que operó desde (1887-1932). A su llegada la esperaba el coche con el chófer de la familia Gómez-Mena, que la trasladaría a su palacio, donde fue recibida con gran alegría.
     Laureana había llevado a su hijo Isaac y al mismo tiempo que ella criaba a María Luisa, otra nodriza cubana lo hacía con  su hijo y exigió que por cada kilo que cogiese la niña, su hijo debería aumentar otro kilo. Pero el pobre Isaac, cada día estaba más flaco, lo pesaban y así como la niña aumentaba día a día de peso, el de ella apenas subía. Mi bisabuela estaba muy  preocupada y se lo hizo saber a los señores Gómez-Mena, cambiaron a la nodriza, pero nuevamente sucedía lo mismo, así hasta seis veces. En la sexta ama de cría cubana pesaron al niño y el peso era correcto, pero el pequeño lloraba, y ella lo veía demacrado y descolorido. No creyéndose en absoluto el peso que la báscula marcaba, ni corta ni perezosa cogió a su hijo y lo desnudó, encontrándose que lo habían envuelto en una sábana de medio para abajo, para que pesase más. Tal fue el cabreo que Laureana cogió, que amenazó con volverse a España. Los Gómez-Mena le pidieron por favor que esperase un poquito más, mientras encontraban otra nodriza para su hijo, y una vez encontrada, despidieron a la anterior. Esta vez, y ya a la séptima, fue la vencida. El niño no solo cogía el peso que la niña que ella criaba conseguía, si no que había semanas que lo superaba. Por eso, cuando ella reñía con su hijo Isaac, le decía:"No, si no puedes ser bueno, que por algo mamaste siete leches".
     Los Gómez-Mena, estaban encantados con Laureana, llegaron a quererla mucho, pues compartían su nacionalidad, y el ser vecinos, unos de Burgos y la otra "pasiega".
     El banquero le abrió una cuenta a Laureana y ahí le ingresaba todos los meses su paga y ella a su vez la incrementaba con  las muchas propinas que los familiares y amigos le daban. El tiempo pasó y llegó el momento de la partida para España. Mi bisabuela le pidió al banquero que le hiciese una transferencia a un banco de Santander, con todo el dinero, a excepción de lo que se llevaría en el viaje, quería que estuviese a salvo por si el barco sufría algún percance y de este modo  su familia pudiese rescatarlo.
     El deseo de Laureana era poder comprar una casa y unas fincas cuando volviese a España. Y así finalizó la estancia de esta emprendedora mujer  en Cuba. El viaje transcurrió sin ningún problema y por fin volvió con su familia a su hogar de Llerana. Como habían sido sus deseos compró su casa y varios terrenos.
      María Luisa, la niña que ella amamantó, con el tiempo fue una gran mecenas de la cultura, especialmente de la pintura, en la conocida como "Época dorada de la pintura cubana". Numerosos fueron los retratos que artistas reconocidos la pintaron, siendo algunos de gran valor económico.  Murió a dos kilómetros de Cubo de Burela en Burgos cuando viajaba de San Sebastián a Madrid procedente del Festival de Cine en el que su esposo,  Manuel Altolaguirre Bolín participaba y de quien también fue mecenas en editoriales y cinematográficos. Conducía Manuel, el poeta más joven de la generación literaria del 27. Poeta moderno de la escuela de Juan Ramón Jiménez y de la promoción de García Lorca, Gerardo Diego o Vicente Aleixandre. Altolaguirre estuvo casado anteriormente con la también escritora Concha Méndez. Circulaban en un  coche último modelo Renault Dauphine con matrícula mejicana y se cree que se salió de la carretera volcando en una finca de trigo a causa del cansancio del conductor. María Luisa murió en el acto a la edad de 52 años y Altolaguirre tres días después en la clinica San Juan de Dios en Burgos el día 26 de julio de 1959. Ambos yacen en el Sacramental  de San Justo, un cementerio madrileño asentado sobre el Cerro de las Ánimas, en la ribera sur del Manzanares. Allí comparte María Luisa nicho con su poeta. 
     Las nodrizas pasiegas no solo conseguían su sueldo, la mayoría eran mujeres muy queridas por los padres de los bebés que amamantaban, pues eran muy importantes para el bienestar de sus retoños. Por este motivo,  posteriormente contaban con los favores e influencias que en un futuro pudiesen necesitar. Siempre se ha dicho que los pasiegos gozaban de grandes influencias y en la mayoría de las ocasiones aquí se encontraban sus orígenes.
     Ella fue una mujer muy avanzada a sus tiempos, sin casi saber leer ni escribir, siendo muy joven aún, viviendo en las montañas de Santander, en un ámbito humilde y rural, fue capaz de armarse de valor y no mirar para atrás, procurando no ver a sus hijos pequeños que dejaba al cuidado de su padre y abuela para conseguirles una vida mejor que la que ella tenía.
     Una vez en España, siguió trabajando, era gran comerciante y luchadora, se iba desde Llerana a Selaya andando, para comprar en la fábrica de quesos, llamada "De Cueto", y los cargaba a sus espaldas en su cuévano, los vendía por su zona carredana.
     Cuando fue y regresó de Cuba hizo dos promesas, una a San Lorenzo en Llerana y la otra a la Virgen de Valvanuz. Les prometió que si volvía sana y salva y todo iba bien, a su regreso les compraría unos jarrones para poner en sus altares. Y así lo hizo. En Llerana aún los podemos observar. En Valvanuz lo desconozco.
                                       Gilda Ruiloba


domingo, 21 de octubre de 2018


Gilda Ruiloba recoge la leyenda de este mítico jugador de bolos      de La Abadilla en su libro "Historia y Gentes de un Barrio"


Esta historia se encuentra en mi libro “Historia y Gentes de un Barrio”. El barrio de El Cajigal se encuentra prácticamente unido al barrio de San Antonio en La Abadilla de Cayón. Antiguamente el barrio de San Antonio era el más importante del pueblo por su ermita de San Antonio Abad, donde se celebraban las juntas vecinales para tomar todo tipo de decisiones comunales. Así mismo, se celebraban las ferias y mercados del Valle. Con el paso de los años y al llevarse la feria comarcal al barrio de Sarón para dar más auge a éste, quedó El Cajigal en desuso, ya que en él se celebraban las ferias de ganado. En este barrio de El Cajigal de Rehoyo, más conocido por El Cajigal fueron varias las familias pioneras en formar su hogar. Así tenemos el caso de Francisco Obregón, Jesús Mazón y Mercedes Bustillo, que vivían en una casa propiedad de Mariano Penagos. Pegada a esta casa había otra propiedad de Paulino Penagos. Y por último viene una de las cuatro casas que existían en aquellos tiempos en el barrio, la casa de D. José de la Lastra Alonso, llamada El Bosque. Más tarde este barrio fue aumentando en casas y vecinos. Se da el caso que la mayoría de los habitantes del barrio de El Cajigal, provienen del barrio de San Antonio. Pero si hay algo que caracteriza a estos dos barrios, son sus gentes, que dejaron sus huellas para orgullo de todos sus convecinos. 
     Hoy me ocupa la historia de uno de ellos. Francisco Obregón, este, estaba casado con Casilda Gutiérrez. Tenía la profesión de herrero y en su casa de El Cajigal, de dos plantas, con gran balcón en su fachada frontal y a su lado izquierdo una pequeña construcción de planta baja, puerta principal de cuarterón y dos ventanucas, una al sur y otra al este, en cuya única habitación se ubicaba una fragua o ferrería. Este sitio era más conocido por La casa de la tía Casilda.
       Francisco Obregón era más conocido como el tío Francisquín, pero tiene su mejor historia, no por su profesión, de la que era un excelente artesano, si no como jugador de bolos y de la que detallo datos que figuran escritos en libros, “Tomo III del Cancionero Popular de Santander, del reverendo D. Sixto de Córdoba y Oña, año 1952, que dice: Al terminar el siglo XIX eran aclamados como mejores jugadores de bolos de la provincia, Francisco Obregón, de Cayón, herrero; El Campingo, de Santillana, labrador y Claudio González, de Torrelavega. A juicio de muchos el mejor jugador ha sido el cayonés Francisco Obregón, sereno, sencillo y noble. Poseía toda la generosidad y grandeza del jugador de bolos. En 1893 en la bolera Mallavia de Torrelavega se celebró un desafío con el gallardo Niño de la Bola. Este eligió las bolas más grandes, y en su turno, plantóse con la fina elegancia de un discóbolo atleta y lanzó cada bola con actitud mayéstatico como un semidios…alta, pingona y retorneada, con certero pulso vista. Caían con cada golpe en tierra al pie del bolo primero, le derrababan con dos o tres más, torcían suaves y alegres en busca del codiciado emboque, situado a 0,50 metros de los bolos; se quedaban muy cerca de la caja y Francisco segaba con cada bola seis o siete bolos. Cada jugada suya promovía clamor, gozo y ovaciones ruidosas sobre todo cuando tiraba al pulgar parecía que daba impulso eléctrico a la bola y contemplaba su efecto con noble estampa de escultura. Ganó el partido y diríase que Francisco no se enteraba, pues caminaba tranquilo y levantaba de vez en cuando la mano hasta la frente de orador, más que de gladiador, como en acción de gracias. Ganaba por facultades y por conocimiento del juego. Fue a Puente San Miguel para ver a un jugador forastero y dijo en voz baja a un amigo: A este le gano yo, porque tiene al tirar un defecto y al birlar otro mayor. Se corrió la noticia, suplicó el corro un desafío y Francisco ganó.