LOS CARREDANOS NUNCA OLVIDAN SU TIERRA
Recientemente hablaba del
impresionante convento de la Purísima Concepción de la Canal de Villafufre, en
el Valle de Carriedo, mandado construir por D. Domingo Herrera de la Concha y su
primera esposa doña Catalina González Lossada que se inauguró el 29 de junio de
1665 y fue construido en un solar de su propiedad, a partir de un proyecto del
maestro de cantería de Galizano, Francisco de la Riva Velasco (1653). Este edificio de arte barroco
se encuentra junto al palacio de los señores que lo mandaron erigir y se
comunicaba interiormente con dicho monasterio, ya que conducía directamente a
la iglesia donde escuchaban misa. La iglesia se divide en tres zonas, por un
lado, un habitáculo cerrado con unas verjas a la altura del coro, en el lado
izquierdo del altar mayor desde el cual los señores escuchaban misa. Por otro,
donde el pueblo llano podía asistir a las ceremonias y en tercer lugar el coro
cerrado por unas gruesas verjas, lugar donde las monjas concepcionistas
franciscanas hacían sus rezos. Tengo que reconocer que este coro me impresionó
mucho, pues nunca imaginé que pudiese esconder una sillería tan imponente. Al
contemplarla pude compararla con las que había observado en las catedrales. Era
algo sobrecogedor. En este espacio coral se reunían las religiosas. Mi
imaginación se trasladó a otras épocas y me dio la sensación de estar
escuchando los salmos rezados y cantados, las lecturas del Antiguo y Nuevo
Testamento u oraciones como el Pater Noster o el Ave María.
Este convento cuenta con un tesoro en
cuanto a esculturas funerarias, ya que son contadas las existentes en
Cantabria. Frente al altar mayor de la iglesia, uno a cada lado, yacen ambos
cónyuges, y sobre ellos se conservan en perfecto estado unas estatuas orantes realizadas
por el escultor Gabriel de Rubalcaba hacia 1671. En el caso de la señora es
única en su género porque lleva un abanico.
Este caballero del valle de Carriedo, como
tantos carredanos demostró su valía y su buen ojo para los negocios y para
escalar puestos en la nobleza española de la época, ya que comenzó sus
andaduras en la Corte como un simple criado y fue ascendiendo hasta que tuvo
suficientes caudales para tratar negocios en las Indias. En sus comienzos
también fue despensero del conde duque de Olivares y vendía vino caro, perdices
y perniles, este comercio también era atendido por su primera esposa. Cuando la
consorte del conde duque doña Inés de Zúñiga y Velasco fallece en 1647 le deja
en herencia una paga que cubriría sus gastos de por vida. Esto era una paga
vitalicia de 116 maravedís diarios. Pero como buen carredano supo moverse en la
Corte y gozó de la confianza del rey Felipe IV de quien era ujier de cámara (Criado del rey que asistía en la
antecámara para cuidar la puerta y de que sólo entraran las personas que
debían entrar por sus oficios o motivos) y así se fraguó una gran
fortuna además de títulos nobiliarios. Fue uno de los hombres de negocios más importantes
de aquella época. Entre los que podemos destacar asentista (administrador de
las municiones del ejército), banquero y administrador de bienes particulares,
entre otros. Su casa era un claro ejemplo del gran lujo y opulencia en que
vivía. Falleció el 14 de enero de 1672 a las seis de la
mañana en Madrid dejando escrito en su testamento su deseo de ser enterrado en
la iglesia de San Nicolás y amortajado con el hábito de San Francisco. Dispuso
que a la mayor brevedad posible se le trasladase al convento de La Canal de
Carriedo.
En
su testamento lega entre otros, a Nuestra Señora de Valvanuz del lugar de
Selaya 50 ducados, a Nuestra Señora del Soto del Valle de Toranzo, 20, a la
ermita de la Magdalena de Bustillo 30. Hasta su muerte tuvo presente a la
tierra que le vio nacer.