Visitando monasterio barroco en el valle
de Carriedo
Recientemente viajaba desde Llerana de
Saro a mi pueblo cayonés. En el valle de Carriedo había una gran nevada. Al
llegar a Saro pude observar a lo lejos que sobresalía de entre la nieve una
gran edificación, la observé por unos momentos, nunca me había percatado de la
gran belleza y majestuosidad que desprendía aquel edificio visto desde ese
lugar. Y sin embargo, muchas veces lo he visitado. La primera vez que estuve en
el convento de La Canal de Villafufre era muy pequeñita, fui con mis padres a
dicho monasterio que estaba habitado por monjas concepcionistas, para comprar
planta para sembrar la huerta familiar y que ellas cultivaban y vendían a
través de un torno. Si bien es cierto que este fue mi primer contacto con el
convento, he de decir que sentía un gran cariño por las religiosas que allí
vivían, aunque no las conocía, mucho menos al tratarse de monjas de clausura,
pero se da el caso que yo tenía un regalo de ellas. Mi tío, responsable de
abastecer su despensa mediante los encargos que se hacían al comercio de mi
familia, les contó muy orgulloso que había tenido dos sobrinos mellizos, un
niño y una niña, a la siguiente visita ellas le habían hecho dos hermosos
escapularios de tela, uno celeste con unas florecitas y otro igual en color
rosa para mi hermano y para mí. Aún los conservo. Y de este hermoso detalle nacía
ese cariño hacia aquellas monjitas. Ellas se dedicaban como he dicho
anteriormente al cultivo de su huerta, también tenían ganado y cosían todos
aquellos encargos que las hacían y de este modo sobrevivían, aunque más tarde
he conocido su historia y sé que su precariedad en muchos momentos fue muy
grande, en gran medida en los tiempos difíciles subsistieron gracias a la
generosidad de sus vecinos.
Posteriormente he visitado este convento
para reunirme con amigos que están ligados a él. Allí hemos pasado tardes muy
agradables de convivencia y amistad. Y he podido conocer el interior de este
colosal monumento que desde hace años ya no está habitado por las hermanas
concepcionistas franciscanas. Me han contado su historia y he admirado como una
niña curiosa la gran belleza y paz de este lugar, me he imaginado cómo sería la
vida entre esos gruesos muros de piedra, cómo un puñado de mujeres podían
sobrevivir con tanta pobreza.
Como anécdota contaré que me impresionó en
el coro, en el oratorio donde las monjas se reunían para rezar, la marca de un
pie labrada en el suelo, en las viejas y gruesas tablas de roble y que a fuerza
del desgaste por tanto orar de pie, día tras día, quedó allí grabada la forma
de la suela del calzado.
A la llegada a este magnífico convento te
recibe una portalada que tiene un gran escudo timbrado por yelmo, con dos
estrellas de ocho puntas a los lados, y con las armas de su fundador y
benefactor D. Domingo Herrera de la Concha y Miera, señor de Villasana, alcaide perpetuo del castillo y casas
reales de Santander. Al servicio del Conde-Duque de Olivares. Ujier de Cámara
de Felipe IV. Procurador general de Armadas y guerra de las cuatro villas de la
costa y superintendente de fábricas, montes y plantíos en 1668. Además,
fue un gran comerciante, gozó de gran prestigio en aquellos tiempos, teniendo
negocios de gran éxito que aportaron grandes beneficios a sus arcas. Hijo de don Pedro Herrera de la Concha. Padre
del I Conde de Noblejas. Que había nacido en el pueblo de
Vega de Villafufre.
Pasando un gran portal nos encontramos con
un impresionante claustro de planta cuadrada y sustentado en arcos de medio
punto. Y ahí se encuentra una preciosa iglesia en cuyo altar podemos observar a
la virgen Inmaculada. Hay dos esculturas bajo las cuales yacen dicho caballero
y su primera esposa Dña. Catalina González Lossada que se cree que era natural
de Selaya.