domingo, 18 de septiembre de 2022

 



CARROS Y CARRETAS EN NUESTROS VALLES

     Hace unos días estaba sentada en mi terraza, cuando un ruido llamó mi atención, era un tractor. Como han cambiado las cosas pensé, el primero lo vi camino a Andalucía, y recuerdo que me sorprendió, era enorme, pero claro, en los campos de Castilla todo era diferente.

      No hace muchos años por mi barrio pasaban cantidad de carros tirados por burros, mulos o caballos. Era frecuente ver a los dueños sentados en ellos con sus dalles, bieldos y rastrillas cuando iban al verde o a la yerba para sus vacas. ¿Qué nos ha quedado de todo eso?, nada, todo ha cambiado con rapidez, apenas hay vacas en los pueblos, la entrada en el Mercado Común lo cambió todo, nuestra vida y costumbres de siempre, dejaron de tener sentido para dar paso a la modernidad, antes en la mayoría de las casas de los actuales valles pasiegos había una pequeña ganadería, hoy han dado paso a las cuadras más grandes y modernas, en muchos casos con cientos de cabezas de ganado. Todos sus útiles de trabajo se han modernizado haciendo desaparecer a los viejos, entre ellos los carros y carretas. Si es caso los podemos observar como adorno de alguna casa particular o en algún museo.

     Recuerdo que en mi infancia me llamaban mucho la atención cuando iba a Santander con mi padre y abuelo, a comprar género para sus negocios, al atravesar la calle Marqués de la Hermida, entonces la mayoría de las calles no estaban asfaltadas, sino adoquinadas, y esto, me incomodaba, pues el coche al dejar la carretera alquitranada e introducirse entre adoquines, rebotaba muy molestamente. Al final de la calle, ya en el puerto había cantidad de carretas con sus caballos y éstos tenían colgados de la cabeza a la altura de la boca unos sacos, yo en mi inocencia preguntaba ¿por qué? Mi padre con toda la paciencia del mundo me explicaba que ahí tenían su alimento, su pienso, y como pasaban muchas horas trabajando, tirando de las carretas, así se podían alimentar y coger fuerzas. Ahí estaban los carreteros trabajando en el puerto con sus carruajes, que cargaban con sacos o cajones, pero sin duda alguna el que más me llamó la atención fue uno fúnebre, nunca había visto algo igual, recuerdo que nos cruzamos con él en La Rampa Sotileza, era majestuoso y estaba tirado por dos caballos negros que en la cabeza llevaban una especie de plumas del mismo color, hoy pienso que el fallecido debía de ser alguien muy importante. Nunca antes había visto nada igual, ni en Cayón ni en el valle de Carriedo, donde pasaba muchos momentos en casa de mis abuelos.

     Había varios tipos de carros, estaba el de varas, en el medio se amarraba al animal, caballo, mulo o burro. Recuerdo a mis vecinos cuando amarraban el caballo al carro para salir al campo a hacer las labores. Sobre su lomo ponían una manta, creo que era para que el caballo no se hiciese daño al ponerle encima el baste que se ajustaba al animal mediante la cincha y sobrecincha, esto se hacía para que no se corriese hacia adelante, especialmente si había bajadas en la marcha. El atalaje que se usaba generalmente en este tipo de carros era la brida, que sostenía el bocado al que estaban unidas las riendas que servían para dirigir al animal. A mí me encantaba cuando me llevaba algún vecino en el carro conducir las riendas, me enseñaban que si quería ir a la derecha debía tirar de la rienda derecha, a la izquierda, de la izquierda, con suavidad, pero con firmeza. Para seguir recto simplemente, dejar hacer al équido. Otra parte era el collerón, sobre él se ejercía el esfuerzo de tracción que se transmitía al vehículo por medio de los tirantes. Una silla y los órganos accesorios, indispensables para sostener las varas y contener el carruaje en las paradas y pendientes. También estaba el carro de yugo, en él se enganchaban por delante, por lo general los bueyes y vacas, aunque este tipo de carro yo ya no lo conocí, en mi infancia prácticamente habían desaparecido. La carreta era tirada por yuntas de bueyes y vacas. Aunque los más habituales eran los carros de mulas.

     Este medio de transporte era el habitual en tiempos no muy lejanos, tanto para llevar mercancías dentro de nuestros valles como para llevarlos a otras provincias, donde había paradas para intercambiar a los animales ya cansados por otros más frescos. Luego existían también los carruajes para pasajeros como las diligencias o carruajes de paseo. 

     Los años han pasado y con ellos los carros y carretas que han dado paso a los vehículos de tracción mecánica. Los carreteros es otro oficio que ha desaparecido totalmente, no obstante, no se ha borrado su recuerdo, pues ha dejado huella en nuestro refranero popular ¿quién no ha oído decir? "Hablas como un carretero", " Juras como un carretero", " Fumas como un carretero".

 


domingo, 4 de septiembre de 2022

 




EL CINE Y EL CIRCO DE BARRIO

     Hoy en todas las casas tenemos televisión, pero esto hace años era impensable. En Cayón éramos privilegiados pues contábamos con dos cines, el Imperio en Santa María y El Gran Casino en Sarón. No obstante, varias veces llegó a mi pueblo de La Abadilla un cine ambulante y se instalaba en mi barrio, y esto revolucionaba a los vecinos. Todos los niños queríamos asistir, y nuestros padres ante la novedad del espectáculo nos acompañaban. Recuerdo que instalaban una gran pantalla y frente a ella multitud de sillas que los vecinos íbamos ocupando según llegábamos. Hacían sorteos, con la entrada vendían unas tiras de colores con varios números, y en un lugar privilegiado donde se posaban las miradas de los curiosos espectadores, exponían regalos ostentosamente adornados, eran muy llamativos, unas veces cestas con muchos productos, siendo la envidia de quienes los observaban, algunas veces también había juguetes, todos, niños y mayores soñábamos por unos momentos  que todo aquello podía ser nuestro, pero como es lógico solo había un agraciado, que se ponía contentísimo cuando le tocaba, mientras  los demás sufrían ese pequeño desencanto.

     En una de esas jornadas de cine en el barrio sucedió una anécdota muy triste, yo era muy pequeñita, tal vez tres añitos, pero lo recuerdo con mucha claridad y tristeza. En aquella época los panaderos servían el pan puerta a puerta, al igual que ahora, pero no eran camionetas su modo de transporte, se utilizaban carruajes con un caballo, me parece estar viéndolos aparcados en la Estación de Sarón, uno tras otro, entre los árboles de plátano de sombra, que eran muy comunes en la zona de Cayón. Estos pueden vivir hasta trescientos años, y sus hojas protegen tanto del sol como del frío.

     Los carros venían cargados de panes, tortas y gallofas.  El panadero traía una especie de pequeña trompeta que hacía sonar al llegar al barrio. En invierno se cubrían las piernas con una manta o plástico si llovía mucho, y lo mismo hacían con los animales.  Por mi casa pasaba un joven con su carro y caballo, yo observaba al animal pues siempre me han gustado mucho. Una noche de otoño hizo mucho viento y se desprendieron los cables de la luz, con tan mala suerte que el caballo los pisó y se electrocutó muriendo en el acto. Para mí fue un disgusto muy grande, pues ese caballo que yo admiraba todos los días desde el balcón de mi casa, mientras mi madre compraba el pan no volvería nunca más. En mi infancia no podía comprender muy bien el sentido de la muerte, pero la cruel realidad te lo hace entender con rapidez. Hubo gran revolución entre los vecinos, al fin decidieron cavar una zanja entre dos árboles de la plaza, concretamente acacias, junto a una pared, después arrastraron al desafortunado caballo y lo enterraron. Aún lo recuerdo con mucha pena.

     Ese día apareció el cine ambulante y a todos los niños del barrio nos llevaron a ver la película, tal vez nuestros padres se pusieron de acuerdo para que olvidásemos en lo posible la tragedia vivida ese día.

     También vino alguna vez el circo, este era modesto, no tenía animales, había malabaristas, gente que hacía magia, pero lo que más nos gustaba a los niños y no veíamos el momento que comenzasen, pues siempre los dejaban para los últimos, eran los payasos. ¡Como nos hacían reír! Era muy divertido. Mis padres nos habían llevado varias veces a ver el Circo Atlas de los Hermanos Tonetti y claro, esto eran palabras mayores, era muy difícil superarlos. Ver a Manolo y José Villa del Río actuando, era troncharte de risa, Nolo el clown de cara blanca, en el papel de más serio y cabal y Pepe con esa gracia innata, que hacía de payaso tonto y desgarbado. Aún me parece verle en su papel de sardinera. Fueron dos santanderinos que hicieron historia en el circo.

     Pero como muchas cosas, con la modernidad, (esta vez la llegada de la televisión a las casas) tanto los cines como los circos entraron en crisis y muchos se vieron obligados a desaparecer. Este fue el caso del Circo Atlas, que tras estar en lo más alto, sucumbió y en 1982 se vio abocado a echar el cierre. Manolo, nuestro Nolo, sufrió una crisis nerviosa y tras una gran depresión, al mes de cerrar el circo, el sábado 4 de diciembre de 1982 a primeras horas de la tarde, cuando contaba con 54 años se suicidó en Algete, cerca de Madrid. En el Sardinero tienen un monumento muy merecido, y cuando los observamos, una sonrisa llena de nostalgia y admiración ilumina nuestro rostro.