PEPITO EL BARQUILLERO
Visitando el museo del barquillero en
Santillana del Mar, al ver tantos juguetes antiguos y caramelos que creía que
ya no se fabricaban, recordé otra época ya pasada. Es un museo para el
recuerdo, pero lo que más me llamó la atención fue aquella barquillera roja con
llamativos dibujos, vino a mi mente otra muy similar vista en mi barrio de San
Antonio en La Abadilla de Cayón. Precisamente era la fiesta del Santo, patrón
de los animales. Aquel día había carrera de burros con sus jinetes, que eran
niños un poco mayores que yo, tenían que ir con sus animales hasta el rio
Suscuaja y meterse en él, algunos venían muy mojados, creo que sus asnos les
jugaron una mala pasada. También hubo arrastre de caballos, pero lo que más me
llamó la atención ese día fue el barquillero. Era la primera vez que lo veía. Me
acerqué a él con esa curiosidad que solo la infancia dona. El artesano gritaba:
¡Al rico barquillo! Yo observaba aquella gran lata cilíndrica de color rojo,
con una ruleta en su parte superior, se asemejaba a las ollas de leche que mi
padre recogía a los ganaderos, pero mucho más decorada y llamativa. La tapa
tenía un círculo con varios números en dos filas, y estaban rodeados de
clavillos verticales. Había una rueda que giraba con una estornija y se
tropezaba con los clavos al girar, parándose en un número determinado y ese
indicaba la cifra de barquillos ganados, por el contrario, si la ruleta se
detenía en el clavo lo perdías todo. Mis amigos al verme al lado de la
barquillera también se acercaron y comenzaron a preguntar al barquillero cuánto
costaba la tirada y cómo funcionaba la ruleta. Con mucha paciencia nos explicó
su funcionamiento. Los chicos giraban la
rueda muy fuerte, creyendo que a mayor fuerza, mayor número de barquillos, ¡que
equivocados estaban!, pues yo le di suavecito y saqué cinco unidades, fui la
excepción, pues todos sacaban uno, teníamos que girar la rueda tres veces, recuerdo
que invertí mi paga en la ruleta de los barquillos, pero pensé que estaba muy
bien empleada porque eran deliciosos y me habían tocado muchos. El barquillero gritaba ¡Al rico barquillo de
canela! Deseando llamar la atención de quienes estaban en la plaza, si conseguía
que se acercaran, era muy probable que jugasen. Las parejas de novios solían
ser un objetivo fácil, pues los galanes, como buenos caballeros, estaban
deseosos de enseñar a sus amadas lo hábiles que eran con la ruleta y que
estaban prestos para convidarlas a un montón de barquillos, aunque casi nunca
era así, ya que la barquillera a buen seguro estaba preparada para sacar uno,
dos y como mucho tres barquillos.
El barquillero es un oficio artesano que
casi ha desaparecido, como la mayoría de las cosas se ha industrializado.
Famoso fue por los valles de Carriedo y Cayón “Pepito el barquillero”, que
acudía a todas las fiestas de los pueblos vecinos con su barquillera, colgada a
la espalda como si fuese una bandolera, esta lata cilíndrica llena pesa de
veinte a treinta kilos. En su juventud había estado en Francia, como la mayoría
de estos artesanos, y fue en este país donde aprendieron tan singular oficio.
Pepito vivía en Saro de Carriedo, muchos años después por Cayón venía otro
señor que era vecino del valle de Toranzo.
Los barquilleros que vendían en las
romerías, ferias, mercados o calles que estaban muy concurridas, por lo general
fabricaban ellos mismos artesanalmente esos ricos barquillos. Los hacían con
harina sin levadura, agua, azúcar o miel, un toque de canela y chorrito de
aceite. Introducían esta pasta entre dos planchas de hierro calientes y las
dejaban el tiempo justo para que estuviesen listos, después los doblaban y
daban la forma. Cuando salían a vender los introducían en la barquillera y en
muchas ocasiones también llevaban un cesto con más unidades. Actualmente podemos disfrutar de estos deliciosos
barquillos y observar su elaboración, en la caseta que se coloca todos los
veranos en el Sardinero en los Baños de Ola.
Ellos tenían sus reclamos, así se les
podía oír: “Siempre toca, si no es un pito, una pelota”. “Al rico barquillo de
canela para el nene y la nena, son coco y valen poco, son de menta y alimentan,
de vainilla ¡qué maravilla!, y de limón qué ricos, qué ricos, ¡qué ricos que
son!” “¡Barquillos de canela y miel, que son ricos para la piel; mira a ver
Maribel, ¡que no te gastas ni un clavel!” “Al que no se come un barquillo no le
sale brillo, cuidado, ¡que te pillo!