domingo, 28 de marzo de 2021

 





                 ANTONIO FERNÁNDEZ-ALONSO Y DIEGO

     Muchos fueron los cántabros que se fueron a otras tierras en busca de fortuna. Entre ellos Antonio Fernández-Alonso y Diego, carredano de nacimiento que concretamente nació en Selaya en el año 1823.

     Partió a Úbeda en la provincia andaluza de Jaén. Allí le fueron muy bien las cosas, adquirió numerosas fincas y consiguió ahorrar una nada despreciable fortuna en aquellos tiempos. Este carredano viajaba con frecuencia a su pueblo natal, siempre que sus obligaciones se lo permitían. Como anécdota contaré que en el último viaje a su tierra, siendo ya mayor, al bajarse del tren en Guarnizo se cayó y ya nunca más pudo volver a caminar.

     Antonio Fernández-Alonso y Diego era soltero, y sin duda la idea de morir sin descendientes directos le hizo meditar mucho lo que haría con su fortuna. Como buen carredano quiso que ésta revirtiera para bien de sus vecinos. Y tal vez, con estos pensamientos llegó a la conclusión de que una Fundación sería la solución. Y así antes de morir en el año 1908 a la edad de 85 años y ser enterrado en su muy querido pueblo de Selaya, hizo testamento.

     Tenemos conocimiento que lo otorga en la localidad de Málaga el 10 de junio de 1878 y dispone que las tres cuartas partes de sus bienes se empleen en títulos y con sus rentas sostener a perpetuidad unas escuelas gratuitas, para varones y hembras, en la villa de Selaya, enseñar a los varones las asignaturas necesarias para la carrera de comercio y a las hembras los conocimientos elementales, superiores e indispensables a la mujer. El maestro recibirá de la fundación la cantidad de 1250 pesetas anuales, mientras que la maestra 1000 pesetas. Resultando que por testamento ológrafo del mismo señor en la notaría de D. Celestino Menéndez Villamil, residente en Villacarriedo y otorgado en 28 de agosto de 1901 confirma la fundación Antonio Fernández-Alonso y Diego. Está dotada con capital suficiente para el sostenimiento teniendo carácter de perpetuidad.

     Según escritura fundacional los patronos han de ser dos, que determina entre sus sobrinos el fundador. Se han de elegir siempre entre sus familiares sin que intervengan el estado, provincia o municipio. Se asignaba la cantidad de 125 pesetas anuales a los patronos para viajes y que pudiesen reunirse, ya que vivían en diferentes lugares. En concepto de gastos de administración la cantidad de 250 pesetas. Todos los gastos eran inalterables.

     También dejó a varios familiares el usufructo de varias tierras y casas en Selaya y Úbeda. Con el tiempo todos estos bienes se vendieron para capital fundacional que debía de estar en láminas intransferibles en el Banco de España en Madrid, esta fue la voluntad del fundador. El capital fundacional era de 193.500 pesetas y esto producía un líquido anual de 2.981 pesetas, pero el fundador no prevé el avance de la vida y con ello la pérdida de capacidad adquisitiva de la moneda.

       Al pasar los años fueron establecidas dos escuelas nacionales en Selaya, una de niños y otra de niñas, con lo cual la enseñanza a cargo de la Fundación quedó suficientemente atendida, incluso con el mismo profesorado.

     Al no tener capital suficiente, se solicita modificar la Fundación y con las rentas de la misma, se dota una Congregación de Religiosas obligada a dar instrucción complementaria y secundaria gratuita a las jóvenes de esta villa, se autoriza el 11 de febrero de 1950, y el 1 de septiembre de 1955 se reúnen la Reverenda Madre Superiora General de las Hijas de los Dolores de María Inmaculada y el secretario de la junta provincial de Beneficencia en representación del Patronato, se comprometen a que la mencionada orden cumpla todas y cada una de las condiciones exigidas y el Patronato hará entrega a la  congregación del 75% de las rentas fundacionales y de la casa fundacional para colegio.

 

 


domingo, 7 de marzo de 2021

 






LOS CARREDANOS NUNCA OLVIDAN SU TIERRA   

 

     Recientemente hablaba del impresionante convento de la Purísima Concepción de la Canal de Villafufre, en el Valle de Carriedo, mandado construir por D. Domingo Herrera de la Concha y su primera esposa doña Catalina González Lossada que se inauguró el 29 de junio de 1665 y fue construido en un solar de su propiedad, a partir de un proyecto del maestro de cantería de Galizano, Francisco de la Riva Velasco (1653). Este edificio de arte barroco se encuentra junto al palacio de los señores que lo mandaron erigir y se comunicaba interiormente con dicho monasterio, ya que conducía directamente a la iglesia donde escuchaban misa. La iglesia se divide en tres zonas, por un lado, un habitáculo cerrado con unas verjas a la altura del coro, en el lado izquierdo del altar mayor desde el cual los señores escuchaban misa. Por otro, donde el pueblo llano podía asistir a las ceremonias y en tercer lugar el coro cerrado por unas gruesas verjas, lugar donde las monjas concepcionistas franciscanas hacían sus rezos. Tengo que reconocer que este coro me impresionó mucho, pues nunca imaginé que pudiese esconder una sillería tan imponente. Al contemplarla pude compararla con las que había observado en las catedrales. Era algo sobrecogedor. En este espacio coral se reunían las religiosas. Mi imaginación se trasladó a otras épocas y me dio la sensación de estar escuchando los salmos rezados y cantados, las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento u oraciones como el Pater Noster o el Ave María.

     Este convento cuenta con un tesoro en cuanto a esculturas funerarias, ya que son contadas las existentes en Cantabria. Frente al altar mayor de la iglesia, uno a cada lado, yacen ambos cónyuges, y sobre ellos se conservan en perfecto estado unas estatuas orantes realizadas por el escultor Gabriel de Rubalcaba hacia 1671. En el caso de la señora es única en su género porque lleva un abanico.

     Este caballero del valle de Carriedo, como tantos carredanos demostró su valía y su buen ojo para los negocios y para escalar puestos en la nobleza española de la época, ya que comenzó sus andaduras en la Corte como un simple criado y fue ascendiendo hasta que tuvo suficientes caudales para tratar negocios en las Indias. En sus comienzos también fue despensero del conde duque de Olivares y vendía vino caro, perdices y perniles, este comercio también era atendido por su primera esposa. Cuando la consorte del conde duque doña Inés de Zúñiga y Velasco fallece en 1647 le deja en herencia una paga que cubriría sus gastos de por vida. Esto era una paga vitalicia de 116 maravedís diarios. Pero como buen carredano supo moverse en la Corte y gozó de la confianza del rey Felipe IV de quien era ujier de cámara (Criado del rey que asistía en la antecámara para cuidar la puerta y de que sólo entraran las personas que debían entrar por sus oficios o motivos) y así se fraguó una gran fortuna además de títulos nobiliarios. Fue uno de los hombres de negocios más importantes de aquella época. Entre los que podemos destacar asentista (administrador de las municiones del ejército), banquero y administrador de bienes particulares, entre otros. Su casa era un claro ejemplo del gran lujo y opulencia en que vivía. Falleció el 14 de enero de 1672 a las seis de la mañana en Madrid dejando escrito en su testamento su deseo de ser enterrado en la iglesia de San Nicolás y amortajado con el hábito de San Francisco. Dispuso que a la mayor brevedad posible se le trasladase al convento de La Canal de Carriedo.

      En su testamento lega entre otros, a Nuestra Señora de Valvanuz del lugar de Selaya 50 ducados, a Nuestra Señora del Soto del Valle de Toranzo, 20, a la ermita de la Magdalena de Bustillo 30. Hasta su muerte tuvo presente a la tierra que le vio nacer.

      


domingo, 7 de febrero de 2021

 





Visitando monasterio barroco en el valle de Carriedo

 

     Recientemente viajaba desde Llerana de Saro a mi pueblo cayonés. En el valle de Carriedo había una gran nevada. Al llegar a Saro pude observar a lo lejos que sobresalía de entre la nieve una gran edificación, la observé por unos momentos, nunca me había percatado de la gran belleza y majestuosidad que desprendía aquel edificio visto desde ese lugar. Y sin embargo, muchas veces lo he visitado. La primera vez que estuve en el convento de La Canal de Villafufre era muy pequeñita, fui con mis padres a dicho monasterio que estaba habitado por monjas concepcionistas, para comprar planta para sembrar la huerta familiar y que ellas cultivaban y vendían a través de un torno. Si bien es cierto que este fue mi primer contacto con el convento, he de decir que sentía un gran cariño por las religiosas que allí vivían, aunque no las conocía, mucho menos al tratarse de monjas de clausura, pero se da el caso que yo tenía un regalo de ellas. Mi tío, responsable de abastecer su despensa mediante los encargos que se hacían al comercio de mi familia, les contó muy orgulloso que había tenido dos sobrinos mellizos, un niño y una niña, a la siguiente visita ellas le habían hecho dos hermosos escapularios de tela, uno celeste con unas florecitas y otro igual en color rosa para mi hermano y para mí. Aún los conservo. Y de este hermoso detalle nacía ese cariño hacia aquellas monjitas. Ellas se dedicaban como he dicho anteriormente al cultivo de su huerta, también tenían ganado y cosían todos aquellos encargos que las hacían y de este modo sobrevivían, aunque más tarde he conocido su historia y sé que su precariedad en muchos momentos fue muy grande, en gran medida en los tiempos difíciles subsistieron gracias a la generosidad de sus vecinos. 

     Posteriormente he visitado este convento para reunirme con amigos que están ligados a él. Allí hemos pasado tardes muy agradables de convivencia y amistad. Y he podido conocer el interior de este colosal monumento que desde hace años ya no está habitado por las hermanas concepcionistas franciscanas. Me han contado su historia y he admirado como una niña curiosa la gran belleza y paz de este lugar, me he imaginado cómo sería la vida entre esos gruesos muros de piedra, cómo un puñado de mujeres podían sobrevivir con tanta pobreza.

     Como anécdota contaré que me impresionó en el coro, en el oratorio donde las monjas se reunían para rezar, la marca de un pie labrada en el suelo, en las viejas y gruesas tablas de roble y que a fuerza del desgaste por tanto orar de pie, día tras día, quedó allí grabada la forma de la suela del calzado.

     A la llegada a este magnífico convento te recibe una portalada que tiene un gran escudo timbrado por yelmo, con dos estrellas de ocho puntas a los lados, y con las armas de su fundador y benefactor D. Domingo Herrera de la Concha y Miera, señor de Villasana, alcaide perpetuo del castillo y casas reales de Santander. Al servicio del Conde-Duque de Olivares. Ujier de Cámara de Felipe IV. Procurador general de Armadas y guerra de las cuatro villas de la costa y superintendente de fábricas, montes y plantíos en 1668. Además, fue un gran comerciante, gozó de gran prestigio en aquellos tiempos, teniendo negocios de gran éxito que aportaron grandes beneficios a sus arcas. Hijo de don Pedro Herrera de la Concha. Padre del I Conde de Noblejas. Que había nacido en el pueblo de Vega de Villafufre.

     Pasando un gran portal nos encontramos con un impresionante claustro de planta cuadrada y sustentado en arcos de medio punto. Y ahí se encuentra una preciosa iglesia en cuyo altar podemos observar a la virgen Inmaculada. Hay dos esculturas bajo las cuales yacen dicho caballero y su primera esposa Dña. Catalina González Lossada que se cree que era natural de Selaya.

    


miércoles, 9 de diciembre de 2020

 







UN CALERO EN VALLES PASIEGOS.   EL CALERO DE LLERANA.

      Otro oficio desaparecido es el calero. Estos tuvieron gran auge en la Edad Media, y desaparecieron a mediados del siglo XX. Este arte requería de gran trabajo y esfuerzo. Hoy quiero hablar de José Pérez Ortiz. Un hombre sin duda, muy emprendedor y trabajador. Construyó un horno en Llerana de Saro, si bien es cierto, que no fue por motivos comerciales para vender la cal, para encalar viviendas, establos, desinfectar, preparar argamasa, más bien, para su propio uso, ya que servía para echar cal a una finca que estaba haciendo y así conseguir el mejoramiento del suelo y las plantas, convirtiendo el monte en una pradera. Y en la Regata, de su propiedad, en un torco o silo, excavó un hoyo de ocho o diez metros de profundidad e hizo el horno para cocer las piedras calizas que sacaba de la cantera de Pedreo, en Esles de Cayón.   Primeramente, extraían la piedra, para ello utilizaban el “garrayo” (nombre utilizado en la jerga de los caleros) que es una especie de pico con una sola punta y mango de madera. También servía para trocearla. Otro útil de trabajo era la “almádana”, mazo o martillo, se usa para partir las piedras. Seguidamente, llevaban estas, hasta el horno, clasificándolas por tamaños. Almacenaban leña, preferiblemente de roble, así como ramas, helechos, raíces, escajos, todo lo que sirviese de combustible, pues se necesitaba gran cantidad para conseguir una temperatura de mil grados centígrados. Una vez que estaban los materiales necesarios en el lugar previsto, se procedía a llenar el horno, este era de forma cilíndrica y tenía una entrada o “boca” a nivel del suelo, formada por cuatro piedras. La superior se llamaba “caminal”, la de la base “solera”. Una rampa por la parte exterior facilitaba el acceso a la boca. Se llamaba “servidor” y desde este, Pepe alimentaba y controlaba el fuego.   La parte inferior del horno se llamaba “calderuela” y tenía un poyete o repisa sobre el que se apoyaba la bóveda que se formaba piedra a piedra y que el calero debía ajustar entre sí. Este trabajo de colocar las piedras en el horno se llamaba “hornar” o “armar el horno”. En la “calderuela” se colocaba leña formando la “chamá” que servía al calero como andamio a medida que iba subiendo la bóveda de piedra. Estas debían asentar bien y dejar aberturas para que pasara el calor. Se colocaban en fila formando una circunferencia, una fila sobre otra. La piedra caliza no es blanca, se vuelve de este color después de la cocción. La calcinación duraba tres días y tres noches. En las primeras horas las piedras desprendían la humedad de su interior soltando una gran humareda. El fuego salía por la parte superior lo que indicaba que la cocción estaba en marcha y cuando salía azulado ya estaba listo. Otros caleros, sí vendían la cal, transportándola en serones o bolsas de esparto que ponían en las caballerías y por los pueblos gritaban “El calerooo, cal buenaaa”.

domingo, 22 de noviembre de 2020

 





  LA DESHOJA EN VALLES PASIEGOS

     Los tiempos han cambiado mucho, actualmente nuestra tierra se ha convertido en un lugar próspero y muy cómodo para vivir. Disfrutamos de modernidades y comodidades que nuestros ancestros nunca hubiesen imaginado. Disponemos de modernos medios de comunicación, radio, televisión, teléfono, internet, pasamos las horas ante la pantalla del ordenador o con los móviles entre las manos. Nos comunicamos con nuestros amigos a través de ellos, pero en cierto modo hemos perdido la cercanía con los vecinos. Atrás quedaron aquellas reuniones y veladas de la deshoja que eran una buena disculpa para juntarse.

     Cuando llega el otoño, concretamente los meses de octubre y noviembre, una especie de melancolía se apodera de nosotros, recordamos aquellas historias que nuestros mayores nos contaban, y cuando el viento sur nos envuelve pensamos en esas cocinas en las que al calor del fuego y la tenue luz se reunían los vecinos en sus casas. Ese viento conocido en nuestros valles pasiegos como “el viento castañero o viento de las castañas” hace subir las temperaturas y bajar la humedad en pleno otoño, y esto es aprovechado para la buena recolecta y secado del maíz, alubias y castañas.

     En tiempos no tan lejanos nuestros mayores en estas fechas se reunían en sus casas para la deshoja y se ayudaban unos a otros. Consistía en retirar las hojas de las panojas y dejar los granos al aire para su aireado y secado. Las panojas se ponían a secar y posteriormente se guardaban en el desván o en un almacén preparado para estos casos, al igual que las alubias, a la espera de ser desgranadas para su consumo. Para los vecinos esto era toda una fiesta en la que se recitaban versos y coplas antiguas, al igual que lo hacen hoy los rabelistas de Cabuérniga, pero sin rabel. Se contaban cuentos e historias y después de la deshoja, en las noches de otoño, el dueño de la casa invitaba a sus vecinos a castañas, vino, aguardiente o anisado. Las risas y camaradería estaban aseguradas.

     A este asado de castañas en Cantabria se le conoce como magosta. Se dice que cuando se asaban, a la más ruin de todas se la consideraba como la bruja, y una vez terminada la celebración se la enterraba bajo la ceniza de la hoguera.

      Se cree que el origen de las magostas viene de los celtas para honrar las cosechas después del equinoccio y antes de la matanza.

     Como he hablado en otras ocasiones, en Cantabria el maíz era una de las mayores fuentes de alimentación e igualmente lo eran las castañas. Si había castañas y maíz, la mantención estaba asegurada. La llegada de la patata desde América, de donde es originaria, sustituyó en gran medida su consumo.

     En los pueblos vecinos como Asturias aún está muy presente en su dieta y son muchas las recetas y platos que podemos disfrutar.

      Se pueden comer crudas, asadas, cocidas, en guisos, postres…Antiguamente las molían haciendo harina para fabricar el pan, pasteles o aquellos manjares que la imaginación tuviese a bien hacer. Cuando en nuestra tierra no existía el café la harina de castañas tostado hacía las veces.

     Cantabria es muy rica en castaños, pueden vivir más de mil años y los podemos encontrar tanto en los prados, montes o silvestres. A causa de la humedad del suelo, así como por la mucha cantidad de materia orgánica sufren una enfermedad llamada la “tinta” y el “chancro” del castaño y por este motivo pueden morir.

 

       

 


sábado, 14 de noviembre de 2020

 








BODAS EN EL SIGLO XVII EN VALLES PASIEGOS

 

     Los tiempos han cambiado mucho, hoy disfrutamos de comodidades y lujos que en tiempos no tan lejanos eran impensables. Concretamente en el siglo XVII en la década entre 1650 y 1660 la población en Valles Pasiegos y Cantabria en general, era muy pobre, y aunque los pasiegos siempre han tenido un carácter de superación, gran visión comercial y trataron a través de la educación de sus hijos superar estas maltrechas economías, ellos las sufrieron en sus propias carnes. Muchos de sus hijos consiguieron dejar atrás esta vida de precariedad y pobreza convirtiéndose en grandes personalidades en el mundo de la política, la iglesia y en lo militar.

      A pesar de estas carencias los pasiegos siempre han sido un icono de la libertad. Personas a las que no les ha gustado tener jefes, ellos disponían libremente de sus vidas, eran sus propios dueños y esta libertad suplía ampliamente las carencias económicas.

     Hay documentos de esta época que nos hacen conocer, por ejemplo, como eran las bodas en aquellos tiempos.

     Así nos cuentan que la novia acudía acompañada de sus padres y el novio con los testigos, generalmente, gente destacada de la comarca entre los que se podían encontrar, abogados, militares, clérigos, entre otras personas importantes. Los novios se daban la mano en señal de esponsales. Los padres de la novia indicaban la parte de su hacienda que había de aportar al matrimonio y se levantaba acta por el escribano.

     Las escrituras dotales comenzaban señalando el lugar y fecha, e indicaban en el escrito quienes comparecían ante él como testigos de ambas partes. Ante el escribano decían tener trato entre ambos y haber concertado que el novio se ha de casar y velar con la novia. Lo harán conforme al Santo Concilio de Trento en el que el matrimonio se considera como un sacramento y además como un contrato indisoluble y en señal de cumplimiento los novios se daban la mano y bebían juntos brindándose.

     Los padres de la novia para que el matrimonio tenga efecto y puedan subsistir con las cargas en mancomún, juntamente, dotaban a su hija con diferentes bienes raíces y hacían un inventario de las fincas, prados y tierras de labor. Detallaban los carros que medía cada finca y donde se encontraba ubicada. Así mismo inventariaban el ganado a dotar. Lo mismo hacían con el ajuar de la novia. En diferentes documentos he podido encontrar curiosidades como estas, que los animales diferenciaban a la clase más pudiente, a mayor número de cabezas de ganado, señal de mayor riqueza.  Además de describir los animales a entregar, también se hacía apunte, en muchas ocasiones, el ajuar de la novia. Si los contrayentes fuesen de la misma familia, los padres de la novia serían los encargados de pagar la dispensación de parentesco.

    

     En cuanto a los animales, podemos encontrar inventariados, dos gruñentes medianos, tres cabras y un lechón, esto en uno de los casos. En otro inventariado para entregar el día que se casen y velen juntos, una vaca parida o preñada con jato o jata, dos bueyes, tres lechones, dos cencilladas de yerba y los ajuares necesarios de por casa, así como las diferentes fincas y terrenos.

     Una cama de ropa, seis sábanos, dos sábanas, seis barbellares, cuatro tocas, una tabla de manteles, dos camisas, dos gorgueras, una de Ruan y otra de lienzo, dos faldas, una de estopa y una de lienzo, un vestido, una manta de Carriedo, un abantal listado de Santillana, tres garrotes, tres cestos, un baño y una tijera, una azada, una hacha, un rastrillo, una caldera, una sartén, un asador, una cuchara, un yugo con sus aparejos, un aladro con su reja, un rastro con su cunera, una arquilla pequeña de Carriedo y otra mediana de haya, una caja pequeña y un arca de roble. Con todo esto, el novio se obligaba a cumplir la palabra dada.

    

                                                             Gilda Ruiloba

 


sábado, 7 de noviembre de 2020

 









  LAS AMAS DE CRÍA EN LOS VALLES PASIEGOS

     Cantabria y más concretamente los valles pasiegos no serían hoy lo que son sin el sacrificio de estas mujeres. Muchas son las que salieron de sus pueblos para labrarse un mejor modo de vida en aquellos tiempos de precariedad y pobreza.

     Ya en el año 1263 en las Partidas de Alfonso X el sabio, aparecen mencionadas las amas de cría. Fueron unas mujeres valientes y sacrificadas que en muchos casos sin saber leer ni escribir, se lanzaron a la aventura de amamantar a los hijos de los ricos, dejando a los suyos recién nacidos al cuidado del padre o los abuelos. En contadas ocasiones les era permitido llevarse a su vástago con ellas, y sería otra ama quien lo criase.

      Su objetivo era traer de vuelta un pequeño capital y así podrían comprar vacas, terrenos e incluso una casa propia, algo muy difícil de conseguir en aquellos tiempos de miseria. Rara es la familia en los valles pasiegos que no tengan en su genealogía alguna nodriza. En mi caso y por parte materna hay varias y en cierto modo, fueron la base de nuestro patrimonio familiar y de las que nos sentimos muy orgullosos.

     Estas mujeres eran seleccionadas por el cura y el médico, debían de tener una conducta intachable y muy buena salud, su leche era analizada antes de ser contratadas y en muchas ocasiones había varias candidatas para el mismo puesto de trabajo. Debían tener entre 19 y 26 años, aunque en la realidad no siempre era así, haber tenido un parto o dos anteriores, pues se suponía que ya tenían más experiencia en el cuidado de los niños. No tener ninguna enfermedad en la piel, ni ella ni sus esposos, tener toda la dentadura sana y que sus esposos fueran ganaderos.  Su partida suponía un gran dolor y sacrificio en la pareja, pues estarían entre año y medio a tres años separados, dependiendo de la casa en que estuviesen criando.

     El cambio de vida que experimentaban era radical, pasaban de vivir en sus cabañas para hacerlo en grandes palacios, rodeadas de lujo y abundancia para después volver y amoldarse a sus hogares.

     Para la aristocracia y grandes empresarios tener una nodriza pasiega era todo un lujo, pues se las consideraba de raza pura, las mejores, y eran las más cotizadas. Entre ellos competían por tener a la mejor vestida, con las telas más finas, la más adornada en joyas, pues en cierto modo, era señal de su mayor poder adquisitivo. De los valles pasiegos salieron grandes amas de cría que amamantaron a hijos de reyes, marqueses, duques y afamados empresarios. Estas mujeres no solo conseguían sus buenos sueldos, sino que con la crianza de los niños sus padres se encariñaban con ellas y en muchas ocasiones su amistad perduraba durante toda la vida, de ahí que los pasiegos siempre han tenido fama de tener grandes influencias, pues en el futuro si necesitaban ayuda para conseguir un buen trabajo o para otros menesteres, no dudaban en acudir a los “señores”. Si se encontraban en la misma provincia en sus visitas nunca les faltaría una buena mantequilla y un buen queso elaborado por ellas, así como unos estupendos huevos campesinos que la familia donde habían criado agradecía mucho, pues su frescura y calidad estaban aseguradas.

     Generalmente tenían varios hijos y de todos ellos se iban a criar y así podían cumplir sus sueños de mejorar su vida. Normalmente estas crianzas eran dentro del país, pero también las hubo que salieron al extranjero, lógicamente ganando mucho más. Concretamente una de mis bisabuelas se fue hasta Cuba para criar a una rica heredera de ascendencia española, concretamente a la hija del Banquero José Gómez Mena.

 

                                                                Gilda Ruiloba