domingo, 29 de septiembre de 2019










EL FOTÓGRAFO POR EXCELENCIA EN VALLES PASIEGOS “TOÑO EL PISTOLO”

     La primera vez que vi a “Pistolo”, como cariñosamente lo conocíamos, fue un quince de agosto, festividad de Nuestra Señora de Valvanuz, en la pradera, en Selaya. Yo era muy pequeñita y como mandaba la tradición, mi madre preparó una rica comida campestre y nos fuimos en el coche, modelo “Fordson”, tipo “rubia” (Ford inglés de ocho caballos) de mi padre. Mis padres, mi hermano mellizo y yo, partimos desde Cayón para pasar un bonito día. Allí nos reuniríamos con otros familiares y juntos compartiríamos mantel. Sentados en el suelo intercambiaríamos los suculentos manjares que las mujeres de la familia habían cocinado. Recuerdo que yo siempre iba de la mano de mi padre, mi hermano de la de mi madre. Ellos eran muy conocidos en la zona y cada paso que dábamos se detenían para saludar a sus amigos. Cuando la conversación se me hacía pesada, tiraba del pantalón de mi padre en señal de que nos fuésemos. Él sonreía y moviendo la cabeza hacia un lado, le decía a su interlocutor: -Nos vamos, que la niña se aburre. Continuábamos la marcha para detenernos un poquito más adelante, al encontrarnos con nuevos amigos de mis padres y así sucesivamente. En una de esas muchas paradas algo llamó mi atención, y al quedarnos solos, señalé con mi dedito infantil a un personaje extraño que se encontraba enfrente de mí - ¿Quién es ese señor tan raro? Mi madre me reprendió: - No señales con el dedo, que es una falta de educación. Yo en esa época estaba con los ¿por qué? Y en mi curiosidad de niña quería saberlo todo. Mi padre me respondió: Es “Pistolo” un artista. - ¿Un artista? ¿y por qué es artista? -Porque él es capaz de detener el tiempo a través de la fotografía. ¿Ves ese cajón? -Sí, le respondí. -Es una máquina para detener el tiempo. - ¿Es magia? -Algo así, si él nos hace una fotografía en este momento, dentro de muchos años, seguiremos siendo iguales que hoy en esa imagen.
     “Pistolo” cuyo nombre verdadero era Antonio Fernández Pando, originario de un pueblo cercano, de Pedroso de Villacarriedo. Hijo del herrero, tenía un hermano que según comentaban unos amigos de mis padres, que llegaron en aquel momento de los ¿por qué? compraba suelas de goma de las alpargatas para volverlas a vender. Las que más le interesaban eran las conocidas como suela de tocino o crepé. Este era otro oficio ya desaparecido, mucha gente en aquellos tiempos se dedicaba a la compraventa de estos materiales. Yo seguía observando a aquel mago, era un señor mayor, con el pelo muy blanco, más largo de lo habitual y desgreñado, con una bata blanca ennegrecida, sin duda por los materiales necesarios para hacer las fotografías. Tenía un cajón de madera, apoyado en un trípode del mismo material. En el suelo un “caldero” (cubo recipiente) y en el cajón a ambos lados pegadas una serie de fotografías de jóvenes, ancianos y bebés. La cámara de cajón, es un cajón con una apertura en un extremo y una lente a través de la cual se impresiona el material fotográfico que más tarde será revelado. En el lado opuesto de la lente se encuentra una manga de tela negra, opaca, por la que se introducía la mano y medio brazo. Sobre el cajón un trapo negro con el que se cubría la cabeza para sacar las fotografías a los curiosos clientes. En el suelo también había un cuévano en el que transportaba dichos utensilios de trabajo. A “Pistolo” según comentaron, lo llamaban así porque era muy bueno arreglando las pistolas. Él como tantos jóvenes en aquellos tiempos de necesidad, partió a París en busca de un modo de vida mejor, se fue en la década de 1920 y allí tras muchas necesidades y vicisitudes trabajó como “sparring” (persona que ayuda a un boxeador a entrenarse peleando juntos). Muchas fueron las palizas que recibió, hasta que harto, decidió regresar a su Valle de Carriedo en los años 30 acompañado de su cámara de retratar. Una de las primeras que hubo en Cantabria. Fue un hombre bohemio, naturalista y vegetariano y supo ganarse el cariño de todos los vecinos de Valles Pasiegos a quienes inmortalizó a través de sus fotos.
     Estas máquinas de cajón constan de un lente con diafragma, un disparador, paleta de copia, manga, vidrio rojo que permite entrar la luz roja. En el interior tiene tres formatos: tamaño tarjeta, formato intermedio y formato postal. Un revelador. En unos cinco minutos estaba la fotografía.
     La fotografía es una invención francesa. La primera fue tomada por el inventor Joseph Nicéphore Niépce en 1826 e inmortaliza desde una ventana en un pueblo francés, una vista sencilla. A su muerte Joseph dejó su trabajo inacabado a Louis Daguerre. En 1839 el “daguerrotipo” que ya eran imágenes con calidad fotográfica y una técnica que permitía su conservación en el tiempo, pero aún eran copias únicas. Louis Daguerre patentó su invento que gozó de gran éxito entre los aficionados a la fotografía y todo el que quería hacer un “daguerrotipo” tenía que pagar una gran suma de dinero a su inventor. Posteriormente, William Henry Fox Talbot patenta en 1841 el “calotipo”: El primer proceso que podía positivar un negativo tantas veces como se quisiera.
     Próximamente se publicará un libro relacionado con la fotografía: “FOTOS ANTIGUAS DEL VALLE DE CARRIEDO”. En él, además de numerosas fotografías de los vecinos que han formado parte de este valle a través de los tiempos, se hablará de sus vecinos más ilustres y destacados, entre los que se incluye “Pistolo”, pues el primer fotógrafo de Valles Pasiegos, no podía faltar en este precioso e interesante libro que es el fruto del esfuerzo de varias personas que desinteresadamente lo han hecho posible.

domingo, 8 de septiembre de 2019












VENDEDORES AMBULANTES EN VALLES PASIEGOS  
     Muchos y diferentes tipos de vendedores ambulantes han pasado por nuestra tierra a lo largo de los siglos, de los años…Antiguamente no había la movilidad que hay hoy en día, no existían los automóviles que nos dan tanta independencia. En los pueblos y barrios de las ciudades, estaban los pequeños comercios de ultramarinos que también hacían las veces de bares o tascas. En ellos se podía conseguir casi todo lo que se necesitaba para sobrevivir, que bien es cierto, en aquellos tiempos, no era mucho. ¿Quién no ha oído hablar de los vendedores gallegos que acudían a nuestra tierra para ganarse la vida? En sus espaldas portaban una especie de maleta de madera que, al abrirse, era observada con esos ojos de admiración e intriga de quienes no estaban acostumbrados a ver productos tan finos y distinguidos. El vendedor adornaba y sabía vender bien su mercancía, quien lo escuchaba, podía imaginarse con esos preciosos y finos pañuelos, perfumes, unos simples cordones pasaban a ser para quienes los llevasen, casi productos exclusivos de actores, y que decir de los tirantes o cinturones y así estos hábiles vendedores se ganaban la vida andando de pueblo en pueblo.
      Otro personaje que nos visitaba con cierta asiduidad era el mielero. Con su manera típica de vestir, llevaba boina, blusa negra o gris, pantalón de pana, alpargatas. De uno de sus hombros colgaban uno o dos recipientes de madera, eran estos, envases cilíndricos como el barril o la cuba, con asas largas de cuero. La tapa estaba dividida en dos partes, una fija y la otra móvil, que se abría alrededor de una bisagra. En su interior estaba la tan preciada miel, e introducida en dicho tonel, se encontraba la cuchara de madera de mango largo con la que se servía a los clientes. En el otro hombro colgaba una alforja y dentro de ella, chorizo, salchichón, queso. Todos productos artesanales. Tampoco podía faltar la romana, romanita como decían ellos, para pesar la mercancía. Con la miel, primero pesaban el tarro vacío en el que se introduciría el producto, después lleno: - “No la quiero engañar señora, mire la romanita, el peso bien corrido” –“Tu verás, si me engañas, no vuelvas. “La estoy vendiendo miel auténtica de la Alcarria y los mejores embutidos y quesos de la zona. Yo soy de la provincia de Guadalajara, de Peñalver” –“Ya te lo diré cuando vuelvas, pobre de ti como me engañes”. Y así estos vendedores ambulantes trataban yendo de casa en casa y de pueblo en pueblo, al grito de. ¡El mielero! ¡Miel de la Alcarria! ¡A la rica miel!
     Otro personaje que llamaba mucho la atención de los niños era el vendedor de utensilios de barro, por su despliegue con varios mulos, con sus alforjas de jareta cargadas de vasijas, tiestos, botijos, jarras, tazas, tinajas vidriadas parcial o totalmente, que se utilizaban para todo tipo de líquidos, semillas y en las zonas de Cayón, Carriedo, Selaya, Saro, Vega de Pas, Penagos, Trasmiera, para guardar la matanza del cerdo. Los alfareros, muchas veces eran los encargados, tanto de fabricar sus propios productos, como de venderlos, aunque era más habitual que hubiese un intermediario. Estos vendedores venían desde La Mancha. Y sus productos gozaban de un prestigio milenario, pues ya dos mil años antes del nacimiento de Cristo se utilizaba la técnica del torneado, es decir, modelar a mano en una cabeza de rueda, una masa fresca de arcilla. Los alfareros solo utilizan la arcilla en sus creaciones, por el contrario, los ceramistas utilizan todas las variedades existentes del barro y cuentan con dos técnicas propias: el esmaltado y la decoración. Los ceramistas son alfareros especializados en fabricar piezas de forma artística y se diferencian de los alfareros en que después de cocidas las piezas todavía les quedan pasos por dar: El esmaltado y el decorado. Utilizan la llamada “Paleta de Gran Fuego” es decir: emplean únicamente seis colores: azul, amarillo, verde, anaranjado, negro y blanco. Obtenidos de la mezcla de diferentes minerales. En Castilla-La Mancha se encuentran dos de los centros más importantes del mundo: Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo. Sus cerámicas son muy similares, pero se diferencian en que la del Puente del Arzobispo (Toledo) predomina el color verde esmeralda, el vidriado es menos blanco, esto permite percibir el tono cremoso de sus arcillas. Por otro lado, está la persistencia de antiguas temáticas como los motivos de caza de cierto barroquismo paisajístico.
     Y para finalizar, contar una anécdota de cuando venían los mulos cargados de vasijas de barro al barrio de San Antonio, en La Abadilla de Cayón. Caminaban en fila, uno tras otro, por la calle conocida como “La Rampa”. Al fondo, en el barrio, estaban observando un grupo de vecinos y como en todos los grupos había un joven más gracioso y le dijo a los demás: -“A que paro a los mulos en seco”.  Como es lógico todos se burlaron. –“¿Pero que dices hombre?” El joven crecido dice: -“Ya lo veréis” y de su boca salió una expresión parecida a esta –“Yip” Y para asombro de todos, los mulos se pararon en seco. El alfarero no podía hacerles caminar y por más que les decía, ellos permanecían  clavados en el suelo. El alfarero tirando de ellos y moviendo la boina de atrás para adelante, ellos clavados en el suelo, y el dueño gritando. Pasa un vecino a su lado y le dice: -“Ahora comprendo la expresión de eres más terco que una mula”. –“No entiendo que les ha pasado, venían la más de bien, y de repente, se han parado. Y no hay manera de que se muevan”. Ni que decir, que al otro lado de la calle estaba el grupo de vecinos viendo el espectáculo sin poder controlar las carcajadas.


                                                                                             

domingo, 25 de agosto de 2019















EL AFILADOR EN VALLES PASIEGOS

      Este es uno de los muchos oficios que está en vías de extinción. ¿Quién no tiene en sus recuerdos la figura del amolador? Más familiarmente conocido entre nosotros como “afilador”. Recuerdo en mi infancia a “Benito el Afilador”, venía desde Galicia, y pasaba temporadas por Cantabria, y como no, por nuestros queridos pueblos de Valles Pasiegos, entre ellos los del valle de Cayón. Era un hombre corpulento y muy afable, siempre con la risa en la boca y esa sabiduría que le daban los años, recorriendo los pueblos, tratando con gentes de toda índole. Conocía a la perfección a cada familia, sus virtudes y defectos, pero siempre se ha dicho, que el mejor psicólogo es aquel que trata en negocios directamente con los clientes. Su cabeza estaba cubierta por una boina y siempre llevaba un blusón tipo al de los tratantes de ganado, pero un poco más largo y de color gris ceniza. Empujaba una especie de carrito de madera con una gran rueda, en el que se encontraba la “roda de afiar”, es decir, rueda de piedra o “Tarazona”. En dicho carro llevaba todo tipo de utensilios, paraguas viejos, varillas, mangos o cachabas de paraguas, clavos, tachuelas y como no, un recipiente con agua muy necesaria para un buen afilado. Todos los vecinos se enteraban de su presencia que era anunciada con el “pito de afilador” o “chiflo”. Este consistía primeramente en una pequeña “flauta de pan”, instrumento de viento compuesto de tubos hechos de caña huecos y tapados por un extremo que producían un sonido aflautado de notas graves y agudas, al que seguía el grito: “El afilador…” Posteriormente los “chiflos” fueron de plástico. Los afiladores eran figuras imprescindibles en aquellos tiempos de miseria, en los que no se tiraba nada, pues entre otras cosas, porque había poco que tirar, todo se arreglaba, se remendaba, se remachaba y eso sucedía con los pucheros, tarteras y sartenes de porcelana cuando se agujereaban por el exceso de uso. Ahí estaban los afiladores que con su maña y buen hacer, tapaban el agujero y dejaban el utensilio como nuevo, presto para seguir haciendo su servicio. Además de arreglar los útiles de cocina, afilaban cuchillos, navajas, tijeras, arreglaban los paraguas que el viento daba vuelta rompiendo las varillas. Eran épocas en que todo se reutilizaba. Aún recuerdo, como a ritmo de pedal afilaban los utensilios con ese chirriar tan característico y las chispas que desprendían al rozar con la rueda y ser afilados. Afilar correctamente un cuchillo puede tardar varios minutos. Como anécdota, diré que, en el extremo Oriente, afilar una katana puede llevar meses.
     Los afiladores ambulantes generalmente eran gallegos, de Ourense. Con el paso del tiempo su medio de trabajo ha ido evolucionando. Primeramente, era llevada la rueda a espaldas del propio afilador, más tarde, a lo largo del siglo XX, rodando y posteriormente fue sustituida por un equipo más moderno, y transportado primero, en bicicleta y luego en motocicleta o furgoneta.
     Los afiladores de Orense, como los canteros y zapateros, inventaron su propia jerga o lenguaje para comunicarse entre ellos y que nadie más pudiese entenderlos y así preservar el secreto de sus técnicas. Era su (idioma secreto) y se llamaba “barallete”.
     Desafortunadamente, con el paso de los años y la mejora de la economía, así como de las nuevas costumbres entre los ciudadanos de consumir masivamente, de la cultura de usar y tirar, la profesión del afilador casi ha desaparecido. Las nuevas técnicas de afilado han dado paso a su desaparición, no obstante, siguen siendo preferidas dentro del gremio de cocineros, en cocinas industriales, por su mejor corte y mayor duración para los cuchillos y tijeras.
     En la novela de Benito Pérez Galdós “La Corte de Carlos IV (1873) podemos encontrar unas palabras que hacen mención a los afiladores: “Mira Gabrielillo - dijo incorporándose y apartando de la rueda las tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas…
     A continuación, pondré unas palabras en “barallete” y su significado: Arreador-afilador; bata-madre; bato-padre; facorria-cuchillo; faiña-navaja; follato-paraguas; irmuxo-hermano.
    



    

domingo, 11 de agosto de 2019












LA IMPORTANCIA DEL MAÍZ EN VALLES PASIEGOS

     Como venimos diciendo en artículos anteriores, los Valles Pasiegos han subsistido mayoritariamente gracias a la agricultura y la ganadería.  En la Edad Moderna que comprende el período entre el año 1.492 y la Revolución Francesa, en 1.789. Era una economía de subsistencia en la que prácticamente se consumía todo lo que se producía y esto, cuando eran años de bonanza, con lo cual no había excedentes. Dependía en gran medida de los terrenos, la climatología y los factores ambientales. Se sabe a través de un pergamino impreso en Sevilla en el año 1.582 que los valles de Cayón, Toranzo, Castañeda, así como Santander y Santillana, sufrieron grandes inundaciones provocando la muerte de numerosas personas y a mediados del siglo XVI, una plaga de roedores destruyó las cosechas de los valles de Cayón y Toranzo. En esta época prácticamente no circulaba la moneda debido a la precariedad económica y era habitual el uso del trueque para todo tipo de transacciones.
     Gran importancia tuvo la llegada del maíz, se sabe que es originario de México y que se introdujo en Europa durante el siglo XVI después del descubrimiento de América. Lo trajo Colón en su primer viaje en 1493 con el nombre de “panizo”. Hubo intercambios de especies vegetales y animales entre ambos continentes. Actualmente es el cereal de mayor producción en el mundo, por encima del trigo y el arroz. El maíz es originario del municipio de Coxcatlán, en el valle de Tehuacán, Estado de Puebla en el centro de México. Llegó a Cantabria a partir del siglo XVII y esto supuso una revolución económica que a su vez se convirtió en un gran crecimiento de la población, así como en una considerable mejora de la calidad de vida de los vecinos. Antes del cultivo del maíz se sembraba: trigo, en sus variedades pobres “escanda” y” esprilla”, cebada, mijo y centeno, pero estos no eran tan rentables ya que eran propios de climas más secos y al depender de los factores climáticos, ambientales y plagas, entre otros, muchas veces las cosechas eran malas y ante la baja productividad los vecinos de Valles Pasiegos se veían obligados a ir a saquear los cereales a tierras vecinas como las castellanas, debido a las temidas hambrunas y además no tenían dinero para comprar el grano importado por mar al que llamaban “trigo de la mar”.  Además de esto, también se cultivaba lino para la elaboración de ropa, hortalizas y árboles frutales. La alimentación en Cantabria estaba basada en la borona, tortas y gachas elaboradas con mijo y centeno, junto con un guiso de verduras, berza y repollos cocidos con algo de manteca o tocino conocido como “pote” o “puchero”. Curiosamente la alimentación actual en la cornisa cantábrica está basada en productos traídos de las Indias Occidentales: maíz, alubias, tomate, pimientos, patatas…
     Al principio al maíz lo llamaban “mijo de Indias” ya que reemplazó al mijo. Como anécdota diré que en Asturias se convirtió en monocultivo, dando lugar a la aparición de una enfermedad llamada “la pelagra” debido a una dieta monótona en maíz. Se plantaba en primavera y se recogía por septiembre, contrariamente el trigo se plantaba en invierno y se segaba en junio, julio o agosto. El maíz era un cereal de ciclo corto ya que desde que se sembraba hasta que se recogía sólo pasaban seis meses y así la tierra podía descansar otros seis con lo que se reponía su capacidad nutricional, siendo posteriormente abonada con el estiércol de los animales y labrada por estos y así se complementaban la ganadería y la agricultura. Se solía alternar un año maíz y otro trigo y entre el maíz se sembraban las alubias y así las guías de éstas se aferraban a los panojos dando posteriormente sus frutos. El maíz se adaptaba muy bien al clima húmedo y suave de la mayoría de Valles Pasiegos, Penagos, Trasmiera... No así en lugares de alta montaña por encima de los puertos debido a las heladas y falta de humedad que mataban las plantas. Con la llegada del maíz y sus buenas consecuencias económicas se cortaron los manzanos muy habituales sobre todo en el valle de Cayón, pues con las manzanas se hacía la sidra que era una bebida alcohólica muy apreciada, aunque también había viñas cuyas uvas producían un extraordinario vino llamado “chacolí”. Todavía podemos encontrar terrenos muy adecuados para esta actividad por los Valles Pasiegos y fincas con nombres relacionados con estos ejercicios. Recuerdo en Llerana de Saro una propiedad de mi abuelo Manolo, llamada “La Viña la Torre”. Si observamos con atención podemos ver en muchas paredes y terrenos que aún nacen pequeñas viñas. Desde la Edad Media se producía vino, siendo de gran calidad y productividad, el chacolí tenía gran producción en Cayón, Trasmiera, Castañeda y Piélagos tanto es así, que se prohibió a mediados del siglo XVI la importación de vinos franceses para dar salida a los autóctonos.
     La llegada del maíz supuso un empuje económico y se crearon nuevos trabajos como los molinos harineros que fueron muy numerosos en Valles Pasiegos y en Cayón en especial, pues se contaba con los ríos y riachuelos que eran necesarios para su funcionamiento. En Cayón he llegado a contar veinticinco molinos harineros, pero sin duda existieron muchos más, pues el paso de los años borró su huella. Con el maíz llegaron también las reuniones entre vecinos con la deshoja y las magostas en las que los vecinos se divertían y hacían más amenos sus trabajos recitando versos y coplas antiguas, al igual que hoy lo hacen los “rabelistas” de Cabuérniga o Campoo, pero sin rabel.

domingo, 21 de julio de 2019














“LOS CAMIONES DE OLLAS Y LAS PEQUEÑAS 

GANADERÍAS EN LOS VALLES PASIEGOS”

Cantabria siempre ha estado ligada a la ganadería, hablar de “La Montaña” o decir me voy a Santander cuando se está fuera de la región, es tanto, como venir a la mente de los interlocutores, las verdes praderas, salpicadas con esas vacas, generalmente pintas negras. Cuando entramos por El Escudo vemos esos prados tan verdes que chocan con el paisaje castellano que acabamos de dejar atrás. Ante nosotros se abre esa belleza de pequeños prados, separados con esas paredes de cantería que uno las observa y no puede comprender como no se caen, sin argamasa, colocadas estratégicamente unas sobre otras, estas paredes separan los prados y huertos y dentro de ellas, alguna cabaña y ahí estaban ellas, majestuosas, paciendo la tierna hierba verde o tumbadas rumiando. La sensación que experimentábamos al ver estas imágenes no tenía precio. ¡Estábamos en casa! Pero algo de todo esto cambió. Recuerdo, que en la mayoría de las casas de los Valles Pasiegos, San Pedro del Romeral, Vega de Pas, San Roque de Riomiera, Selaya, Villacarriedo, Saro, Llerana, Cayón, Penagos, Trasmiera… Por toda la región, en cada pueblo, en cada barrio, las casas con sus cuadras y ellas eran las reinas. Recuerdo mi barrio, prácticamente en todas las casas había una ganadería, Cayón principalmente ha subsistido con la fábrica de la Nestlé en La Penilla, donde trabajaban mayoritariamente los hombres, pues con las leyes de antes de la democracia, las mujeres casadas no podían trabajar y eran estas, quienes atendían el ganado cuando sus esposos trabajaban. En cada casa había un mínimo de cuatro vacas, de ahí para arriba, estas ganaderías por lo general estaban a nombre de las mujeres que a su vez cotizaban a la seguridad social en el Régimen de Agraria, con lo que además de un sobresueldo se aseguraban la vejez. Generalmente, con los beneficios que sus vacas les producían, arreglaban los gastos de la casa y el jornal del marido quedaba ahorrado para otros menesteres u obras mayores. Esto permitió que la zona de Cayón siempre fuese muy próspera, pues eran dos sueldos los que entraban en la casa. La leche recién ordeñada se llevaba al depósito, donde mas tarde lo recogería el camión, en ollas. Posteriormente, los depósitos fueron perdiendo su identidad y los camiones iban recogiendo la leche prácticamente en las cuadras. En los primeros tiempos existían dos fábricas de recogida de leche, primeramente, la Nestlé que comenzó a funcionar en 1905 y posteriormente la SAM que se estableció en Renedo de Piélagos en 1931 y comenzó a funcionar en 1932 y llegó a contar con tres mil proveedores y tras varios cambios de titularidad se convirtió en la SAM-RAM.  Más tarde llegaron otras fábricas como Collantes, Morais, El Buen Pastor, Clesa… Los camiones de recogida de  leche lo hacían dos veces al día, por la mañana, recién ordeñadas las vacas y por la tarde. Eran puntuales, tanto así, que muchos vecinos se regían por el horario de los camiones. Así mismo, muchos ganaderos los usaban como medio de transporte gratuito para desplazarse a otros lugares e iban en las cabinas con el camionero, pues en aquellas épocas no había coches como ahora y los autobuses no tenían tantos horarios ni pasaban por todos los pueblos. De este modo, se formaba un vínculo especial de amistad entre camioneros y ganaderos.  Terminada la ruta de recogida, estos transportistas autónomos, entregaban la leche en las fábricas, donde era analizada y seguía su proceso de fabricación. Pero la modernidad acabó también con todos estos puestos de trabajo. Con la entrada en la Comunidad Europea, las ganaderías pequeñas desaparecieron prácticamente todas, muy pocas quedan en pie y con ellas los camiones de las ollas, se perdieron muchos puestos de trabajo, fue una perdida muy traumática para muchos transportistas que se vieron obligados a dejar su trabajo. Muchas veces con el camión recién comprado y los traumas que esto causó dentro de muchas familias. A los ganaderos que quedaron en pie, se les exigió poner los tanques de refrigeración y a los camiones que quedaron, las cisternas, con lo cual, la recogida de leche ya no se hace diariamente. Y de este modo, tanto los camiones de ollas como los pequeños ganaderos, han pasado a ser oficios del pasado. Ojalá, que la modernidad no acabe con toda la ganadería de Cantabria que es nuestra seña de identidad.

domingo, 30 de junio de 2019











LOS CANTEROS EN LOS VALLES PASIEGOS

       Otro de los personajes muy ligados a nuestra tierra, así como a nuestra historia son los canteros. En toda la comarca de los Valles Pasiegos podemos admirar la multitud de cabañas de piedra y cubiertas de lastra que han sido construidas por ellos. Los canteros se han encargado desde abrir las zanjas de los cimientos y cimentar, hasta culminar la obra con los tejados. En las cuencas altas de los valles del Pas y del Miera, estas cubiertas son de lastras y en los valles de Carriedo, Cayón, Penagos, parte de Trasmiera, los tejados son de teja de barro cocido. Las cabañas son de planta rectangular, con techumbres a dos aguas y muros de mampostería de piedra, de hasta 0,70m. de anchura. Suelen ser de dos plantas. La parte baja se utiliza como cuadra para el ganado y al mismo tiempo sirve de calefacción para la primera planta que está aislada de las humedades del suelo.  Esta, se suele dividir en dos partes, la mitad, en pajar, y la otra mitad, en parte habitable; cocina de “lar” y en algunas ocasiones una o dos habitaciones. Las cabañas de dos plantas tienen unas escaleras de piedra en el exterior para acceder a ellas y cuando ya son más lujosas, una solana de madera. Por la puerta se introduce la hierba seca al pajar.  
      En muchas de estas cabañas, los canteros hacían a ambos lados de la puerta las “posaderas” que consistían en dos losas apoyadas en la pared y que sobresalían de esta, una horizontal y la otra justo donde terminaba, por un costado, en vertical, y otras, solo con una losa horizontal. Estas “posaderas” servían para posar el queso, la manteca, poner la leche a refrescar y que los animales, por ejemplo, los perros no lo pudiesen alcanzar y comérselo. Los canteros eran maestros en colocar las lastras en las techumbres, primero los “alares” en la fila bajera, una “media” encima de esta, lo ancho abajo, y por encima la “entercia” y así construían las cabañas sin una sola gotera por muy difícil que parezca.
     Pero en los Valles Pasiegos podemos encontrar una gran obra en la que la cantería tuvo un papel importante. Los artesanos de la piedra dejaron su huella en el Túnel de la Engaña donde grandes canteros, entre ellos gallegos, dieron forma a estas edificaciones, concretamente, a la que habría de ser la Estación. Allí nos encontramos con cinco túneles en los que la piedra tiene gran protagonismo. El Túnel de La Engaña que mide 6.976 metros y toma su nombre por la cercanía del río La Engaña. En segundo lugar, podemos encontrar el Marojal, seguidamente, el Empeñadiro, el cuarto el Polvorín y el quinto el Enverao, estos últimos, más cortos que el primero.  Toman su nombre, a excepción del túnel el Polvorín, que se llama así, porque al lado se almacenaba la pólvora, los demás reciben su nombre de los terrenos que ocupan y así se llaman. Pero además de estas obras de cantería podemos encontrar por toda la región importantes obras civiles y religiosas en las que los canteros pusieron toda su imaginación y buen hacer. Nos encontramos con grandes palacios, torres, iglesias, colegiatas, puentes…Obras de gran envergadura. Nuestros canteros siempre han tenido gran fama, especialmente los de Trasmiera y esta se remonta a la Edad Media encontrándose importantes obras suyas fuera de la Región, por toda España, Portugal y Colonias Americanas. Así podemos encontrar monumentos como el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, la Catedral de Sigüenza, la Catedral de Sevilla. Un gran número de estos canteros trabajaron en las Murallas de Ávila. En el siglo XV trabajaban por toda Castilla teniendo puestos de gran responsabilidad. Tuvieron que formar una agrupación del gremio y se comunicaban por una jerga lingüística que solo ellos conocían, se llamaba “la Pantoja”. Este oficio se trasmitía de padres a hijos con los beneficios que esto suponía para los más jóvenes, pues a una temprana edad, llegaban a ser maestros y eran capaces de dirigir obras de gran envergadura. En todas estas obras dejaron su firma en las piedras mediante signos (marca de cantero) que les identificaba como autores de la obra.  
“La Piedra” (es una bonita reflexión que se le atribuye al escritor  
                      Antonio Pereira)                                   
El distraído tropezó con ella.
El violento la utilizó como proyectil.
El emprendedor construyó, con ella.
El campesino cansado la utilizó como asiento.
Para los niños fue un juguete.
David mató a Goliat.
Miguel Angel le sacó la más bella escultura.
En todos los casos,
La diferencia no estuvo en la piedra,
Sino en el hombre.
No existe piedra en tu camino que no puedas aprovechar para tu propio crecimiento.
      

domingo, 9 de junio de 2019














PUENTE DE DON DIEGO EN LA ABADILLA DE CAYÓN EN LOS VALLES PASIEGOS.
       Este puente lo mandó construir D. Diego de Villa en 1889 sobre el río Suscuaja para unir el pueblo de La Abadilla con su barrio de La Paúl y así poder acceder a los terrenos comunales que se encontraban al otro lado del río. Es un puente muy bonito y de un entrañable valor sentimental para los vecinos de este pueblo. Sus dos ojos son de sillería y los muros construidos en mampostería de piedra como mandaba la tradición en aquella época, hechos a mano por unos buenos canteros.
       La modernidad hizo que este puente se quedase obsoleto y hace aproximadamente treinta y cuatro años se produjo la ejecución de la concentración parcelaria y un nuevo puente, más moderno y amplio se construyó, sustituyendo al primitivo. Este nuevo puente es diariamente transitado por coches, tractores e incluso camiones, pero su estructura, nada tiene que ver con el precioso puente de D. Diego.
       El antiguo puente era cruzado por carretas de ejes de madera y varales de varas de avellano, bien enjabonados sus ejes para que “cantaran” fuerte y alto, tiradas por parejas de bueyes. Más tarde los burros o asnos tuvieron gran protagonismo, estos portaban en sus lomos los sacos de pienso para el resto del ganado, el verde o la yerba seca, un par de ollas de leche que llevaban al depósito y más tarde recogería el camión para transportarlas a la fábrica. Las mulas también tuvieron su importancia en la economía de aquellos tiempos, estas ya eran señal de mayor prosperidad y a medida que los tiempos fueron avanzando y con ellos el mayor poder adquisitivo, dentro de la precariedad de aquellos años, fueron los caballos quienes tomaron el testigo de los anteriores équidos. Las carretas de ruedas de madera dieron paso a los carros de ruedas de goma y así el puente de D. Diego ha sido testigo a través de los años de los cambios de los diferentes carruajes.
       Pero si el viejo puente fue testigo de estos cambios, también lo fue de las muchas conversaciones de las mujeres que allí iban a lavar la ropa. Las jóvenes que intercambiaban sus vivencias, fantasías y noviazgos con sus vecinas y que muchas veces eran piropeadas y cortejadas por los jóvenes del lugar que desde el puente las observaban y ellas se las ingeniaban para que les llevasen las ropas mojadas hasta sus casas, pues la distancia no era corta y la carga muy pesada. El viejo puente era lugar de reunión entre las vecinas, los campesinos que iban a hacer sus tareas al campo y hacían un alto en él, para fumarse un cigarrillo y charlar un rato. Luego estaban los vecinos que llevaban sus vacas a beber al río todos los días, y el problema surgía cuando se juntaban las ganaderías de dos o más cuadras. ¡Que follón de vacas! Los nervios de los vecinos afloraban por miedo a confundirlas, ¿y si se llevaban las que no eran de ellos? Nerviosos las arreaban y las vacas corrían amontonándose unas con otras. Eran momentos un tanto angustiosos para los ganaderos hasta que conseguían sacarlas del mogollón, pero las vacas sabían perfectamente quien era su dueño y que camino debían de tomar. Muchas veces los chiquillos del barrio acompañaban a sus vecinos a llevar las vacas a beber al río y cuando estos tumultos de vacas se producían unas veces corrían ayudando al vecino y otras por el contrario los observaban con una mezcla de incógnita y de risas entre ellos, bromeaban y apostaban cuanto tiempo los llevaría recuperar a cada uno sus respectivas vacas.
       Y así este viejo puente de D. Diego, fue testigo del paso de los años en la vida de sus vecinos, hasta que la modernidad llegó y lo convirtió para disgusto de todos, en una ruina, cubierto de zarzas y maleza, hasta el punto de no divisarse. Afortunadamente una vecina del pueblo, del barrio de Sarón, e hija de un vecino del barrio El Cajigal, que, sin duda alguna, habrá oído hablar mucho a su padre de este puente, puesto que ha formado parte de nuestras vidas, fue al puente, observó sus condiciones y como alcaldesa pedánea del pueblo se movilizó y ha conseguido limpiarlo y que el viejo puente vuelva a lucir sus preciosos ojos de piedra de sillería. Muchas gracias Yoli por hacer posible que nuestro viejo puente vuelva a formar parte de nuestras vidas.