domingo, 25 de agosto de 2019















EL AFILADOR EN VALLES PASIEGOS

      Este es uno de los muchos oficios que está en vías de extinción. ¿Quién no tiene en sus recuerdos la figura del amolador? Más familiarmente conocido entre nosotros como “afilador”. Recuerdo en mi infancia a “Benito el Afilador”, venía desde Galicia, y pasaba temporadas por Cantabria, y como no, por nuestros queridos pueblos de Valles Pasiegos, entre ellos los del valle de Cayón. Era un hombre corpulento y muy afable, siempre con la risa en la boca y esa sabiduría que le daban los años, recorriendo los pueblos, tratando con gentes de toda índole. Conocía a la perfección a cada familia, sus virtudes y defectos, pero siempre se ha dicho, que el mejor psicólogo es aquel que trata en negocios directamente con los clientes. Su cabeza estaba cubierta por una boina y siempre llevaba un blusón tipo al de los tratantes de ganado, pero un poco más largo y de color gris ceniza. Empujaba una especie de carrito de madera con una gran rueda, en el que se encontraba la “roda de afiar”, es decir, rueda de piedra o “Tarazona”. En dicho carro llevaba todo tipo de utensilios, paraguas viejos, varillas, mangos o cachabas de paraguas, clavos, tachuelas y como no, un recipiente con agua muy necesaria para un buen afilado. Todos los vecinos se enteraban de su presencia que era anunciada con el “pito de afilador” o “chiflo”. Este consistía primeramente en una pequeña “flauta de pan”, instrumento de viento compuesto de tubos hechos de caña huecos y tapados por un extremo que producían un sonido aflautado de notas graves y agudas, al que seguía el grito: “El afilador…” Posteriormente los “chiflos” fueron de plástico. Los afiladores eran figuras imprescindibles en aquellos tiempos de miseria, en los que no se tiraba nada, pues entre otras cosas, porque había poco que tirar, todo se arreglaba, se remendaba, se remachaba y eso sucedía con los pucheros, tarteras y sartenes de porcelana cuando se agujereaban por el exceso de uso. Ahí estaban los afiladores que con su maña y buen hacer, tapaban el agujero y dejaban el utensilio como nuevo, presto para seguir haciendo su servicio. Además de arreglar los útiles de cocina, afilaban cuchillos, navajas, tijeras, arreglaban los paraguas que el viento daba vuelta rompiendo las varillas. Eran épocas en que todo se reutilizaba. Aún recuerdo, como a ritmo de pedal afilaban los utensilios con ese chirriar tan característico y las chispas que desprendían al rozar con la rueda y ser afilados. Afilar correctamente un cuchillo puede tardar varios minutos. Como anécdota, diré que, en el extremo Oriente, afilar una katana puede llevar meses.
     Los afiladores ambulantes generalmente eran gallegos, de Ourense. Con el paso del tiempo su medio de trabajo ha ido evolucionando. Primeramente, era llevada la rueda a espaldas del propio afilador, más tarde, a lo largo del siglo XX, rodando y posteriormente fue sustituida por un equipo más moderno, y transportado primero, en bicicleta y luego en motocicleta o furgoneta.
     Los afiladores de Orense, como los canteros y zapateros, inventaron su propia jerga o lenguaje para comunicarse entre ellos y que nadie más pudiese entenderlos y así preservar el secreto de sus técnicas. Era su (idioma secreto) y se llamaba “barallete”.
     Desafortunadamente, con el paso de los años y la mejora de la economía, así como de las nuevas costumbres entre los ciudadanos de consumir masivamente, de la cultura de usar y tirar, la profesión del afilador casi ha desaparecido. Las nuevas técnicas de afilado han dado paso a su desaparición, no obstante, siguen siendo preferidas dentro del gremio de cocineros, en cocinas industriales, por su mejor corte y mayor duración para los cuchillos y tijeras.
     En la novela de Benito Pérez Galdós “La Corte de Carlos IV (1873) podemos encontrar unas palabras que hacen mención a los afiladores: “Mira Gabrielillo - dijo incorporándose y apartando de la rueda las tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas…
     A continuación, pondré unas palabras en “barallete” y su significado: Arreador-afilador; bata-madre; bato-padre; facorria-cuchillo; faiña-navaja; follato-paraguas; irmuxo-hermano.
    



    

domingo, 11 de agosto de 2019












LA IMPORTANCIA DEL MAÍZ EN VALLES PASIEGOS

     Como venimos diciendo en artículos anteriores, los Valles Pasiegos han subsistido mayoritariamente gracias a la agricultura y la ganadería.  En la Edad Moderna que comprende el período entre el año 1.492 y la Revolución Francesa, en 1.789. Era una economía de subsistencia en la que prácticamente se consumía todo lo que se producía y esto, cuando eran años de bonanza, con lo cual no había excedentes. Dependía en gran medida de los terrenos, la climatología y los factores ambientales. Se sabe a través de un pergamino impreso en Sevilla en el año 1.582 que los valles de Cayón, Toranzo, Castañeda, así como Santander y Santillana, sufrieron grandes inundaciones provocando la muerte de numerosas personas y a mediados del siglo XVI, una plaga de roedores destruyó las cosechas de los valles de Cayón y Toranzo. En esta época prácticamente no circulaba la moneda debido a la precariedad económica y era habitual el uso del trueque para todo tipo de transacciones.
     Gran importancia tuvo la llegada del maíz, se sabe que es originario de México y que se introdujo en Europa durante el siglo XVI después del descubrimiento de América. Lo trajo Colón en su primer viaje en 1493 con el nombre de “panizo”. Hubo intercambios de especies vegetales y animales entre ambos continentes. Actualmente es el cereal de mayor producción en el mundo, por encima del trigo y el arroz. El maíz es originario del municipio de Coxcatlán, en el valle de Tehuacán, Estado de Puebla en el centro de México. Llegó a Cantabria a partir del siglo XVII y esto supuso una revolución económica que a su vez se convirtió en un gran crecimiento de la población, así como en una considerable mejora de la calidad de vida de los vecinos. Antes del cultivo del maíz se sembraba: trigo, en sus variedades pobres “escanda” y” esprilla”, cebada, mijo y centeno, pero estos no eran tan rentables ya que eran propios de climas más secos y al depender de los factores climáticos, ambientales y plagas, entre otros, muchas veces las cosechas eran malas y ante la baja productividad los vecinos de Valles Pasiegos se veían obligados a ir a saquear los cereales a tierras vecinas como las castellanas, debido a las temidas hambrunas y además no tenían dinero para comprar el grano importado por mar al que llamaban “trigo de la mar”.  Además de esto, también se cultivaba lino para la elaboración de ropa, hortalizas y árboles frutales. La alimentación en Cantabria estaba basada en la borona, tortas y gachas elaboradas con mijo y centeno, junto con un guiso de verduras, berza y repollos cocidos con algo de manteca o tocino conocido como “pote” o “puchero”. Curiosamente la alimentación actual en la cornisa cantábrica está basada en productos traídos de las Indias Occidentales: maíz, alubias, tomate, pimientos, patatas…
     Al principio al maíz lo llamaban “mijo de Indias” ya que reemplazó al mijo. Como anécdota diré que en Asturias se convirtió en monocultivo, dando lugar a la aparición de una enfermedad llamada “la pelagra” debido a una dieta monótona en maíz. Se plantaba en primavera y se recogía por septiembre, contrariamente el trigo se plantaba en invierno y se segaba en junio, julio o agosto. El maíz era un cereal de ciclo corto ya que desde que se sembraba hasta que se recogía sólo pasaban seis meses y así la tierra podía descansar otros seis con lo que se reponía su capacidad nutricional, siendo posteriormente abonada con el estiércol de los animales y labrada por estos y así se complementaban la ganadería y la agricultura. Se solía alternar un año maíz y otro trigo y entre el maíz se sembraban las alubias y así las guías de éstas se aferraban a los panojos dando posteriormente sus frutos. El maíz se adaptaba muy bien al clima húmedo y suave de la mayoría de Valles Pasiegos, Penagos, Trasmiera... No así en lugares de alta montaña por encima de los puertos debido a las heladas y falta de humedad que mataban las plantas. Con la llegada del maíz y sus buenas consecuencias económicas se cortaron los manzanos muy habituales sobre todo en el valle de Cayón, pues con las manzanas se hacía la sidra que era una bebida alcohólica muy apreciada, aunque también había viñas cuyas uvas producían un extraordinario vino llamado “chacolí”. Todavía podemos encontrar terrenos muy adecuados para esta actividad por los Valles Pasiegos y fincas con nombres relacionados con estos ejercicios. Recuerdo en Llerana de Saro una propiedad de mi abuelo Manolo, llamada “La Viña la Torre”. Si observamos con atención podemos ver en muchas paredes y terrenos que aún nacen pequeñas viñas. Desde la Edad Media se producía vino, siendo de gran calidad y productividad, el chacolí tenía gran producción en Cayón, Trasmiera, Castañeda y Piélagos tanto es así, que se prohibió a mediados del siglo XVI la importación de vinos franceses para dar salida a los autóctonos.
     La llegada del maíz supuso un empuje económico y se crearon nuevos trabajos como los molinos harineros que fueron muy numerosos en Valles Pasiegos y en Cayón en especial, pues se contaba con los ríos y riachuelos que eran necesarios para su funcionamiento. En Cayón he llegado a contar veinticinco molinos harineros, pero sin duda existieron muchos más, pues el paso de los años borró su huella. Con el maíz llegaron también las reuniones entre vecinos con la deshoja y las magostas en las que los vecinos se divertían y hacían más amenos sus trabajos recitando versos y coplas antiguas, al igual que hoy lo hacen los “rabelistas” de Cabuérniga o Campoo, pero sin rabel.

domingo, 21 de julio de 2019














“LOS CAMIONES DE OLLAS Y LAS PEQUEÑAS 

GANADERÍAS EN LOS VALLES PASIEGOS”

Cantabria siempre ha estado ligada a la ganadería, hablar de “La Montaña” o decir me voy a Santander cuando se está fuera de la región, es tanto, como venir a la mente de los interlocutores, las verdes praderas, salpicadas con esas vacas, generalmente pintas negras. Cuando entramos por El Escudo vemos esos prados tan verdes que chocan con el paisaje castellano que acabamos de dejar atrás. Ante nosotros se abre esa belleza de pequeños prados, separados con esas paredes de cantería que uno las observa y no puede comprender como no se caen, sin argamasa, colocadas estratégicamente unas sobre otras, estas paredes separan los prados y huertos y dentro de ellas, alguna cabaña y ahí estaban ellas, majestuosas, paciendo la tierna hierba verde o tumbadas rumiando. La sensación que experimentábamos al ver estas imágenes no tenía precio. ¡Estábamos en casa! Pero algo de todo esto cambió. Recuerdo, que en la mayoría de las casas de los Valles Pasiegos, San Pedro del Romeral, Vega de Pas, San Roque de Riomiera, Selaya, Villacarriedo, Saro, Llerana, Cayón, Penagos, Trasmiera… Por toda la región, en cada pueblo, en cada barrio, las casas con sus cuadras y ellas eran las reinas. Recuerdo mi barrio, prácticamente en todas las casas había una ganadería, Cayón principalmente ha subsistido con la fábrica de la Nestlé en La Penilla, donde trabajaban mayoritariamente los hombres, pues con las leyes de antes de la democracia, las mujeres casadas no podían trabajar y eran estas, quienes atendían el ganado cuando sus esposos trabajaban. En cada casa había un mínimo de cuatro vacas, de ahí para arriba, estas ganaderías por lo general estaban a nombre de las mujeres que a su vez cotizaban a la seguridad social en el Régimen de Agraria, con lo que además de un sobresueldo se aseguraban la vejez. Generalmente, con los beneficios que sus vacas les producían, arreglaban los gastos de la casa y el jornal del marido quedaba ahorrado para otros menesteres u obras mayores. Esto permitió que la zona de Cayón siempre fuese muy próspera, pues eran dos sueldos los que entraban en la casa. La leche recién ordeñada se llevaba al depósito, donde mas tarde lo recogería el camión, en ollas. Posteriormente, los depósitos fueron perdiendo su identidad y los camiones iban recogiendo la leche prácticamente en las cuadras. En los primeros tiempos existían dos fábricas de recogida de leche, primeramente, la Nestlé que comenzó a funcionar en 1905 y posteriormente la SAM que se estableció en Renedo de Piélagos en 1931 y comenzó a funcionar en 1932 y llegó a contar con tres mil proveedores y tras varios cambios de titularidad se convirtió en la SAM-RAM.  Más tarde llegaron otras fábricas como Collantes, Morais, El Buen Pastor, Clesa… Los camiones de recogida de  leche lo hacían dos veces al día, por la mañana, recién ordeñadas las vacas y por la tarde. Eran puntuales, tanto así, que muchos vecinos se regían por el horario de los camiones. Así mismo, muchos ganaderos los usaban como medio de transporte gratuito para desplazarse a otros lugares e iban en las cabinas con el camionero, pues en aquellas épocas no había coches como ahora y los autobuses no tenían tantos horarios ni pasaban por todos los pueblos. De este modo, se formaba un vínculo especial de amistad entre camioneros y ganaderos.  Terminada la ruta de recogida, estos transportistas autónomos, entregaban la leche en las fábricas, donde era analizada y seguía su proceso de fabricación. Pero la modernidad acabó también con todos estos puestos de trabajo. Con la entrada en la Comunidad Europea, las ganaderías pequeñas desaparecieron prácticamente todas, muy pocas quedan en pie y con ellas los camiones de las ollas, se perdieron muchos puestos de trabajo, fue una perdida muy traumática para muchos transportistas que se vieron obligados a dejar su trabajo. Muchas veces con el camión recién comprado y los traumas que esto causó dentro de muchas familias. A los ganaderos que quedaron en pie, se les exigió poner los tanques de refrigeración y a los camiones que quedaron, las cisternas, con lo cual, la recogida de leche ya no se hace diariamente. Y de este modo, tanto los camiones de ollas como los pequeños ganaderos, han pasado a ser oficios del pasado. Ojalá, que la modernidad no acabe con toda la ganadería de Cantabria que es nuestra seña de identidad.

domingo, 30 de junio de 2019











LOS CANTEROS EN LOS VALLES PASIEGOS

       Otro de los personajes muy ligados a nuestra tierra, así como a nuestra historia son los canteros. En toda la comarca de los Valles Pasiegos podemos admirar la multitud de cabañas de piedra y cubiertas de lastra que han sido construidas por ellos. Los canteros se han encargado desde abrir las zanjas de los cimientos y cimentar, hasta culminar la obra con los tejados. En las cuencas altas de los valles del Pas y del Miera, estas cubiertas son de lastras y en los valles de Carriedo, Cayón, Penagos, parte de Trasmiera, los tejados son de teja de barro cocido. Las cabañas son de planta rectangular, con techumbres a dos aguas y muros de mampostería de piedra, de hasta 0,70m. de anchura. Suelen ser de dos plantas. La parte baja se utiliza como cuadra para el ganado y al mismo tiempo sirve de calefacción para la primera planta que está aislada de las humedades del suelo.  Esta, se suele dividir en dos partes, la mitad, en pajar, y la otra mitad, en parte habitable; cocina de “lar” y en algunas ocasiones una o dos habitaciones. Las cabañas de dos plantas tienen unas escaleras de piedra en el exterior para acceder a ellas y cuando ya son más lujosas, una solana de madera. Por la puerta se introduce la hierba seca al pajar.  
      En muchas de estas cabañas, los canteros hacían a ambos lados de la puerta las “posaderas” que consistían en dos losas apoyadas en la pared y que sobresalían de esta, una horizontal y la otra justo donde terminaba, por un costado, en vertical, y otras, solo con una losa horizontal. Estas “posaderas” servían para posar el queso, la manteca, poner la leche a refrescar y que los animales, por ejemplo, los perros no lo pudiesen alcanzar y comérselo. Los canteros eran maestros en colocar las lastras en las techumbres, primero los “alares” en la fila bajera, una “media” encima de esta, lo ancho abajo, y por encima la “entercia” y así construían las cabañas sin una sola gotera por muy difícil que parezca.
     Pero en los Valles Pasiegos podemos encontrar una gran obra en la que la cantería tuvo un papel importante. Los artesanos de la piedra dejaron su huella en el Túnel de la Engaña donde grandes canteros, entre ellos gallegos, dieron forma a estas edificaciones, concretamente, a la que habría de ser la Estación. Allí nos encontramos con cinco túneles en los que la piedra tiene gran protagonismo. El Túnel de La Engaña que mide 6.976 metros y toma su nombre por la cercanía del río La Engaña. En segundo lugar, podemos encontrar el Marojal, seguidamente, el Empeñadiro, el cuarto el Polvorín y el quinto el Enverao, estos últimos, más cortos que el primero.  Toman su nombre, a excepción del túnel el Polvorín, que se llama así, porque al lado se almacenaba la pólvora, los demás reciben su nombre de los terrenos que ocupan y así se llaman. Pero además de estas obras de cantería podemos encontrar por toda la región importantes obras civiles y religiosas en las que los canteros pusieron toda su imaginación y buen hacer. Nos encontramos con grandes palacios, torres, iglesias, colegiatas, puentes…Obras de gran envergadura. Nuestros canteros siempre han tenido gran fama, especialmente los de Trasmiera y esta se remonta a la Edad Media encontrándose importantes obras suyas fuera de la Región, por toda España, Portugal y Colonias Americanas. Así podemos encontrar monumentos como el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, la Catedral de Sigüenza, la Catedral de Sevilla. Un gran número de estos canteros trabajaron en las Murallas de Ávila. En el siglo XV trabajaban por toda Castilla teniendo puestos de gran responsabilidad. Tuvieron que formar una agrupación del gremio y se comunicaban por una jerga lingüística que solo ellos conocían, se llamaba “la Pantoja”. Este oficio se trasmitía de padres a hijos con los beneficios que esto suponía para los más jóvenes, pues a una temprana edad, llegaban a ser maestros y eran capaces de dirigir obras de gran envergadura. En todas estas obras dejaron su firma en las piedras mediante signos (marca de cantero) que les identificaba como autores de la obra.  
“La Piedra” (es una bonita reflexión que se le atribuye al escritor  
                      Antonio Pereira)                                   
El distraído tropezó con ella.
El violento la utilizó como proyectil.
El emprendedor construyó, con ella.
El campesino cansado la utilizó como asiento.
Para los niños fue un juguete.
David mató a Goliat.
Miguel Angel le sacó la más bella escultura.
En todos los casos,
La diferencia no estuvo en la piedra,
Sino en el hombre.
No existe piedra en tu camino que no puedas aprovechar para tu propio crecimiento.
      

domingo, 9 de junio de 2019














PUENTE DE DON DIEGO EN LA ABADILLA DE CAYÓN EN LOS VALLES PASIEGOS.
       Este puente lo mandó construir D. Diego de Villa en 1889 sobre el río Suscuaja para unir el pueblo de La Abadilla con su barrio de La Paúl y así poder acceder a los terrenos comunales que se encontraban al otro lado del río. Es un puente muy bonito y de un entrañable valor sentimental para los vecinos de este pueblo. Sus dos ojos son de sillería y los muros construidos en mampostería de piedra como mandaba la tradición en aquella época, hechos a mano por unos buenos canteros.
       La modernidad hizo que este puente se quedase obsoleto y hace aproximadamente treinta y cuatro años se produjo la ejecución de la concentración parcelaria y un nuevo puente, más moderno y amplio se construyó, sustituyendo al primitivo. Este nuevo puente es diariamente transitado por coches, tractores e incluso camiones, pero su estructura, nada tiene que ver con el precioso puente de D. Diego.
       El antiguo puente era cruzado por carretas de ejes de madera y varales de varas de avellano, bien enjabonados sus ejes para que “cantaran” fuerte y alto, tiradas por parejas de bueyes. Más tarde los burros o asnos tuvieron gran protagonismo, estos portaban en sus lomos los sacos de pienso para el resto del ganado, el verde o la yerba seca, un par de ollas de leche que llevaban al depósito y más tarde recogería el camión para transportarlas a la fábrica. Las mulas también tuvieron su importancia en la economía de aquellos tiempos, estas ya eran señal de mayor prosperidad y a medida que los tiempos fueron avanzando y con ellos el mayor poder adquisitivo, dentro de la precariedad de aquellos años, fueron los caballos quienes tomaron el testigo de los anteriores équidos. Las carretas de ruedas de madera dieron paso a los carros de ruedas de goma y así el puente de D. Diego ha sido testigo a través de los años de los cambios de los diferentes carruajes.
       Pero si el viejo puente fue testigo de estos cambios, también lo fue de las muchas conversaciones de las mujeres que allí iban a lavar la ropa. Las jóvenes que intercambiaban sus vivencias, fantasías y noviazgos con sus vecinas y que muchas veces eran piropeadas y cortejadas por los jóvenes del lugar que desde el puente las observaban y ellas se las ingeniaban para que les llevasen las ropas mojadas hasta sus casas, pues la distancia no era corta y la carga muy pesada. El viejo puente era lugar de reunión entre las vecinas, los campesinos que iban a hacer sus tareas al campo y hacían un alto en él, para fumarse un cigarrillo y charlar un rato. Luego estaban los vecinos que llevaban sus vacas a beber al río todos los días, y el problema surgía cuando se juntaban las ganaderías de dos o más cuadras. ¡Que follón de vacas! Los nervios de los vecinos afloraban por miedo a confundirlas, ¿y si se llevaban las que no eran de ellos? Nerviosos las arreaban y las vacas corrían amontonándose unas con otras. Eran momentos un tanto angustiosos para los ganaderos hasta que conseguían sacarlas del mogollón, pero las vacas sabían perfectamente quien era su dueño y que camino debían de tomar. Muchas veces los chiquillos del barrio acompañaban a sus vecinos a llevar las vacas a beber al río y cuando estos tumultos de vacas se producían unas veces corrían ayudando al vecino y otras por el contrario los observaban con una mezcla de incógnita y de risas entre ellos, bromeaban y apostaban cuanto tiempo los llevaría recuperar a cada uno sus respectivas vacas.
       Y así este viejo puente de D. Diego, fue testigo del paso de los años en la vida de sus vecinos, hasta que la modernidad llegó y lo convirtió para disgusto de todos, en una ruina, cubierto de zarzas y maleza, hasta el punto de no divisarse. Afortunadamente una vecina del pueblo, del barrio de Sarón, e hija de un vecino del barrio El Cajigal, que, sin duda alguna, habrá oído hablar mucho a su padre de este puente, puesto que ha formado parte de nuestras vidas, fue al puente, observó sus condiciones y como alcaldesa pedánea del pueblo se movilizó y ha conseguido limpiarlo y que el viejo puente vuelva a lucir sus preciosos ojos de piedra de sillería. Muchas gracias Yoli por hacer posible que nuestro viejo puente vuelva a formar parte de nuestras vidas.

  

domingo, 26 de mayo de 2019












“La partera” en los Valles Pasiegos

       La partera también conocida como comadrona ha sido otro personaje popular en nuestra tierra. A través de la historia estas mujeres han sido las encargadas de asistir en los partos a las mujeres en los Valles Pasiegos, Penagos y Trasmiera, así como en la mayoría de las zonas rurales de todo el país.
       Esta era una profesión oficiosa. Se necesitaba atrevimiento, predisposición, iniciativa, prudencia y mucha responsabilidad. Para atender partos hay que valer, no todo el mundo tiene el valor y la capacidad para hacerlo. Una de las cualidades que se necesitan es tener fuerza física. Muchas veces las parteras o comadronas habían aprendido su oficio de sus madres o abuelas. Estas mujeres acudían altruistamente allá donde se las llamaba. No cobraban nada, aunque las familias a las que atendían solían hacerles obsequios y en momentos puntuales las ayudaban en las labores del campo, ya que la mayoría de las veces vivían como el resto de sus vecinos de la ganadería.
       Las mujeres que daban a luz tenían plena confianza en ellas y las preferían antes que, a los practicantes o los médicos, muchas veces por pudor. Pues en aquellos tiempos no era habitual que las mujeres ostentasen estas profesiones. Por otro lado, estaba el problema de la distancia y las pocas comunicaciones que había.
       La familia también tenía mucha importancia en estos momentos, pues era la encargada de prepararlo todo. Ante los primeros dolores, mataban una gallina y la ponían a cocer para preparar un buen caldo que tomaría la parturienta una vez dado a luz. Se la atendía en la habitación, en la cama, aunque algunas se tumbaban en el suelo para no mancharla, otras se arrodillaban.
       Las parteras se lavaban las manos con jabón y posteriormente se desinfectaban con alcohol. La familia ante los primeros síntomas ponía a hervir agua a la que posteriormente añadían unas gotas de alcohol, cuando estaba templada lavaban a la mujer después del parto. A la criatura se la lavaba con agua templada previamente hervida, se la vestía y se la administraba unas cucharaditas de agua de manzanilla con azúcar para que expulsara el meconio o como dicen en Los Valles Pasiegos “expulsar la pez”
       En aquellos tiempos no se administraba nada para calmar los dolores.
       Las mujeres en épocas pasadas no estaban controladas ginecológicamente, no sabían si sus hijos venían bien o no, si era varón o mujer, ignoraban si era un embarazo múltiple. Hubo épocas en que la mortalidad infantil era aterradora, padres que tuvieron hasta quince hijos de los cuales solo sobrevivieron cinco. Muchas mujeres murieron por hemorragia postparto y eran habituales las infecciones por falta de higiene.
       Antiguamente las comadronas si el niño corría peligro lo bautizaban nada más nacer con agua bendita, traída de la iglesia, para que el niño no se fuese al Limbo de los justos.
       En la década de los setenta se universalizó la asistencia al parto en el hospital y el papel de las parteras fue desapareciendo de manera paulatina y no traumática.
       Hoy la mayoría de las mujeres tienen a sus hijos en el hospital y son revisadas periódicamente durante el embarazo por lo que la tasa de mortandad entre madres e hijos ha disminuido considerablemente.
      


      
      


domingo, 5 de mayo de 2019










LOS TRATANTES EN LOS VALLES PASIEGOS

Los tratantes de ganado han sido figuras muy importantes dentro de nuestra tradición. Los Valles Pasiegos han tenido su base económica en la ganadería. La cabaña pasiega ha gozado de gran prestigio fuera de nuestros límites regionales. Y es en el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega donde en periodos de máximo esplendor de las ferias ganaderas, se reunían los miércoles, los tratantes y ganaderos de toda España, principalmente de Asturias, Galicia, País Vasco, Navarra, Zaragoza, Valencia y en menor medida de otras regiones. Actualmente sigue siendo la feria semanal los miércoles. Los tratantes se distinguían por llevar un blusón negro y generalmente una vara de avellano como apoyo y distinción. Estos hombres se dedican a comprar y vender ganados, son gentes con gran facilidad de palabra y manejan muy bien el arte de regatear, ya que de ello dependen sus beneficios. A menor precio de compra y mayor de venta, mejores resultados en los beneficios. Son hombres de palabra, que no necesitan una firma, con un apretón de manos cierran sus negocios. En los Valles Pasiegos hemos tenido grandes tratantes, gentes de gran valía y honradez en sus transacciones. En mi pueblo, La Abadilla de Cayón recuerdo con gran cariño a Tomás Martínez y su hijo Fulgencio, así como a su hermano, más conocido como Genciuco, ellos pertenecieron a una saga de grandes tratantes muy reconocidos en Los Valles Pasiegos, Penagos, Trasmiera… Pero tanto en La Abadilla como en el resto del valle de Cayón, así como en Bárcena de Carriedo, Selaya, Vega de Pas, en todos los Valles Pasiegos a través de los tiempos y aún hoy, en la actualidad, existen y han existido grandes hombres que con sus tratos han conseguido, no solo su subsistencia, también la de todos los ganaderos.
       Las ferias, primeramente, las regionales y más tarde el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega se llenaban de nuestras vacas autóctonas; la vaca pasiega, preciosa vaca roja, sobre manera la de color “cereza”, un poquito más oscura, vaca de gran belleza, pero pequeñita, da menos leche y menos carne que la frisona, pero más grasa en la leche, es un animal, noble, muy manso, pero debido a su menor rentabilidad no quedan muchas. Su subsistencia depende en gran medida a las subvenciones. Este animal es muy apreciado en Asturias y Galicia y a esas regiones se derivan la mayoría de las ventas. La vaca más comercializada para leche en Cantabria es la frisona, pinta negra. Esta vaca en libertad puede vivir más de 19 años. Es una vaca fuerte y grande. Otra vaca autóctona de Cantabria es la Tudanca, tampoco produce mucha leche, pero su carne es muy cotizada. Y dentro de la ganadería en nuestra tierra, podemos encontrar muchas variedades y cruces en la actualidad. Así tenemos la limosina, ratina, suiza, frisona, charolesa, parda alpina, pinta roja frisona, azul belga…Pero en Cantabria la vaca que más predomina es la frisona, más enfocada a la producción de leche.
       Sin la importante figura de los tratantes de ganados tal vez nuestra ganadería no hubiese adquirido el prestigio que tiene fuera de nuestros límites regionales. Ellos con su valía han comprado, vendido y exportado fuera de nuestra región a las vacas que tanta fama han dado a la ganadería pasiega.