domingo, 29 de septiembre de 2019










EL FOTÓGRAFO POR EXCELENCIA EN VALLES PASIEGOS “TOÑO EL PISTOLO”

     La primera vez que vi a “Pistolo”, como cariñosamente lo conocíamos, fue un quince de agosto, festividad de Nuestra Señora de Valvanuz, en la pradera, en Selaya. Yo era muy pequeñita y como mandaba la tradición, mi madre preparó una rica comida campestre y nos fuimos en el coche, modelo “Fordson”, tipo “rubia” (Ford inglés de ocho caballos) de mi padre. Mis padres, mi hermano mellizo y yo, partimos desde Cayón para pasar un bonito día. Allí nos reuniríamos con otros familiares y juntos compartiríamos mantel. Sentados en el suelo intercambiaríamos los suculentos manjares que las mujeres de la familia habían cocinado. Recuerdo que yo siempre iba de la mano de mi padre, mi hermano de la de mi madre. Ellos eran muy conocidos en la zona y cada paso que dábamos se detenían para saludar a sus amigos. Cuando la conversación se me hacía pesada, tiraba del pantalón de mi padre en señal de que nos fuésemos. Él sonreía y moviendo la cabeza hacia un lado, le decía a su interlocutor: -Nos vamos, que la niña se aburre. Continuábamos la marcha para detenernos un poquito más adelante, al encontrarnos con nuevos amigos de mis padres y así sucesivamente. En una de esas muchas paradas algo llamó mi atención, y al quedarnos solos, señalé con mi dedito infantil a un personaje extraño que se encontraba enfrente de mí - ¿Quién es ese señor tan raro? Mi madre me reprendió: - No señales con el dedo, que es una falta de educación. Yo en esa época estaba con los ¿por qué? Y en mi curiosidad de niña quería saberlo todo. Mi padre me respondió: Es “Pistolo” un artista. - ¿Un artista? ¿y por qué es artista? -Porque él es capaz de detener el tiempo a través de la fotografía. ¿Ves ese cajón? -Sí, le respondí. -Es una máquina para detener el tiempo. - ¿Es magia? -Algo así, si él nos hace una fotografía en este momento, dentro de muchos años, seguiremos siendo iguales que hoy en esa imagen.
     “Pistolo” cuyo nombre verdadero era Antonio Fernández Pando, originario de un pueblo cercano, de Pedroso de Villacarriedo. Hijo del herrero, tenía un hermano que según comentaban unos amigos de mis padres, que llegaron en aquel momento de los ¿por qué? compraba suelas de goma de las alpargatas para volverlas a vender. Las que más le interesaban eran las conocidas como suela de tocino o crepé. Este era otro oficio ya desaparecido, mucha gente en aquellos tiempos se dedicaba a la compraventa de estos materiales. Yo seguía observando a aquel mago, era un señor mayor, con el pelo muy blanco, más largo de lo habitual y desgreñado, con una bata blanca ennegrecida, sin duda por los materiales necesarios para hacer las fotografías. Tenía un cajón de madera, apoyado en un trípode del mismo material. En el suelo un “caldero” (cubo recipiente) y en el cajón a ambos lados pegadas una serie de fotografías de jóvenes, ancianos y bebés. La cámara de cajón, es un cajón con una apertura en un extremo y una lente a través de la cual se impresiona el material fotográfico que más tarde será revelado. En el lado opuesto de la lente se encuentra una manga de tela negra, opaca, por la que se introducía la mano y medio brazo. Sobre el cajón un trapo negro con el que se cubría la cabeza para sacar las fotografías a los curiosos clientes. En el suelo también había un cuévano en el que transportaba dichos utensilios de trabajo. A “Pistolo” según comentaron, lo llamaban así porque era muy bueno arreglando las pistolas. Él como tantos jóvenes en aquellos tiempos de necesidad, partió a París en busca de un modo de vida mejor, se fue en la década de 1920 y allí tras muchas necesidades y vicisitudes trabajó como “sparring” (persona que ayuda a un boxeador a entrenarse peleando juntos). Muchas fueron las palizas que recibió, hasta que harto, decidió regresar a su Valle de Carriedo en los años 30 acompañado de su cámara de retratar. Una de las primeras que hubo en Cantabria. Fue un hombre bohemio, naturalista y vegetariano y supo ganarse el cariño de todos los vecinos de Valles Pasiegos a quienes inmortalizó a través de sus fotos.
     Estas máquinas de cajón constan de un lente con diafragma, un disparador, paleta de copia, manga, vidrio rojo que permite entrar la luz roja. En el interior tiene tres formatos: tamaño tarjeta, formato intermedio y formato postal. Un revelador. En unos cinco minutos estaba la fotografía.
     La fotografía es una invención francesa. La primera fue tomada por el inventor Joseph Nicéphore Niépce en 1826 e inmortaliza desde una ventana en un pueblo francés, una vista sencilla. A su muerte Joseph dejó su trabajo inacabado a Louis Daguerre. En 1839 el “daguerrotipo” que ya eran imágenes con calidad fotográfica y una técnica que permitía su conservación en el tiempo, pero aún eran copias únicas. Louis Daguerre patentó su invento que gozó de gran éxito entre los aficionados a la fotografía y todo el que quería hacer un “daguerrotipo” tenía que pagar una gran suma de dinero a su inventor. Posteriormente, William Henry Fox Talbot patenta en 1841 el “calotipo”: El primer proceso que podía positivar un negativo tantas veces como se quisiera.
     Próximamente se publicará un libro relacionado con la fotografía: “FOTOS ANTIGUAS DEL VALLE DE CARRIEDO”. En él, además de numerosas fotografías de los vecinos que han formado parte de este valle a través de los tiempos, se hablará de sus vecinos más ilustres y destacados, entre los que se incluye “Pistolo”, pues el primer fotógrafo de Valles Pasiegos, no podía faltar en este precioso e interesante libro que es el fruto del esfuerzo de varias personas que desinteresadamente lo han hecho posible.

domingo, 8 de septiembre de 2019












VENDEDORES AMBULANTES EN VALLES PASIEGOS  
     Muchos y diferentes tipos de vendedores ambulantes han pasado por nuestra tierra a lo largo de los siglos, de los años…Antiguamente no había la movilidad que hay hoy en día, no existían los automóviles que nos dan tanta independencia. En los pueblos y barrios de las ciudades, estaban los pequeños comercios de ultramarinos que también hacían las veces de bares o tascas. En ellos se podía conseguir casi todo lo que se necesitaba para sobrevivir, que bien es cierto, en aquellos tiempos, no era mucho. ¿Quién no ha oído hablar de los vendedores gallegos que acudían a nuestra tierra para ganarse la vida? En sus espaldas portaban una especie de maleta de madera que, al abrirse, era observada con esos ojos de admiración e intriga de quienes no estaban acostumbrados a ver productos tan finos y distinguidos. El vendedor adornaba y sabía vender bien su mercancía, quien lo escuchaba, podía imaginarse con esos preciosos y finos pañuelos, perfumes, unos simples cordones pasaban a ser para quienes los llevasen, casi productos exclusivos de actores, y que decir de los tirantes o cinturones y así estos hábiles vendedores se ganaban la vida andando de pueblo en pueblo.
      Otro personaje que nos visitaba con cierta asiduidad era el mielero. Con su manera típica de vestir, llevaba boina, blusa negra o gris, pantalón de pana, alpargatas. De uno de sus hombros colgaban uno o dos recipientes de madera, eran estos, envases cilíndricos como el barril o la cuba, con asas largas de cuero. La tapa estaba dividida en dos partes, una fija y la otra móvil, que se abría alrededor de una bisagra. En su interior estaba la tan preciada miel, e introducida en dicho tonel, se encontraba la cuchara de madera de mango largo con la que se servía a los clientes. En el otro hombro colgaba una alforja y dentro de ella, chorizo, salchichón, queso. Todos productos artesanales. Tampoco podía faltar la romana, romanita como decían ellos, para pesar la mercancía. Con la miel, primero pesaban el tarro vacío en el que se introduciría el producto, después lleno: - “No la quiero engañar señora, mire la romanita, el peso bien corrido” –“Tu verás, si me engañas, no vuelvas. “La estoy vendiendo miel auténtica de la Alcarria y los mejores embutidos y quesos de la zona. Yo soy de la provincia de Guadalajara, de Peñalver” –“Ya te lo diré cuando vuelvas, pobre de ti como me engañes”. Y así estos vendedores ambulantes trataban yendo de casa en casa y de pueblo en pueblo, al grito de. ¡El mielero! ¡Miel de la Alcarria! ¡A la rica miel!
     Otro personaje que llamaba mucho la atención de los niños era el vendedor de utensilios de barro, por su despliegue con varios mulos, con sus alforjas de jareta cargadas de vasijas, tiestos, botijos, jarras, tazas, tinajas vidriadas parcial o totalmente, que se utilizaban para todo tipo de líquidos, semillas y en las zonas de Cayón, Carriedo, Selaya, Saro, Vega de Pas, Penagos, Trasmiera, para guardar la matanza del cerdo. Los alfareros, muchas veces eran los encargados, tanto de fabricar sus propios productos, como de venderlos, aunque era más habitual que hubiese un intermediario. Estos vendedores venían desde La Mancha. Y sus productos gozaban de un prestigio milenario, pues ya dos mil años antes del nacimiento de Cristo se utilizaba la técnica del torneado, es decir, modelar a mano en una cabeza de rueda, una masa fresca de arcilla. Los alfareros solo utilizan la arcilla en sus creaciones, por el contrario, los ceramistas utilizan todas las variedades existentes del barro y cuentan con dos técnicas propias: el esmaltado y la decoración. Los ceramistas son alfareros especializados en fabricar piezas de forma artística y se diferencian de los alfareros en que después de cocidas las piezas todavía les quedan pasos por dar: El esmaltado y el decorado. Utilizan la llamada “Paleta de Gran Fuego” es decir: emplean únicamente seis colores: azul, amarillo, verde, anaranjado, negro y blanco. Obtenidos de la mezcla de diferentes minerales. En Castilla-La Mancha se encuentran dos de los centros más importantes del mundo: Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo. Sus cerámicas son muy similares, pero se diferencian en que la del Puente del Arzobispo (Toledo) predomina el color verde esmeralda, el vidriado es menos blanco, esto permite percibir el tono cremoso de sus arcillas. Por otro lado, está la persistencia de antiguas temáticas como los motivos de caza de cierto barroquismo paisajístico.
     Y para finalizar, contar una anécdota de cuando venían los mulos cargados de vasijas de barro al barrio de San Antonio, en La Abadilla de Cayón. Caminaban en fila, uno tras otro, por la calle conocida como “La Rampa”. Al fondo, en el barrio, estaban observando un grupo de vecinos y como en todos los grupos había un joven más gracioso y le dijo a los demás: -“A que paro a los mulos en seco”.  Como es lógico todos se burlaron. –“¿Pero que dices hombre?” El joven crecido dice: -“Ya lo veréis” y de su boca salió una expresión parecida a esta –“Yip” Y para asombro de todos, los mulos se pararon en seco. El alfarero no podía hacerles caminar y por más que les decía, ellos permanecían  clavados en el suelo. El alfarero tirando de ellos y moviendo la boina de atrás para adelante, ellos clavados en el suelo, y el dueño gritando. Pasa un vecino a su lado y le dice: -“Ahora comprendo la expresión de eres más terco que una mula”. –“No entiendo que les ha pasado, venían la más de bien, y de repente, se han parado. Y no hay manera de que se muevan”. Ni que decir, que al otro lado de la calle estaba el grupo de vecinos viendo el espectáculo sin poder controlar las carcajadas.